La oleada histórica de niños migrantes que cruzan solos la frontera surge de la desesperación

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Las detenciones han aumentado a medida que la agresiva política migratoria del gobierno de Donald Trump ha coincidido con un éxodo de niños que huyen de Centroamérica.

A lo largo del año pasado, Estados Unidos ha detenido a más niños que intentan cruzar solos la frontera suroeste del país que durante cualquier otro periodo del que se tenga registro, incluso rebasa la ola de menores sin acompañantes que detonó una crisis durante el gobierno de Barack Obama, de acuerdo con las nuevas cifras que se publicaron el 29 de octubre.

Durante el año fiscal que terminó en septiembre, las autoridades de inmigración estadounidenses aprehendieron a 76.020 menores, la mayoría de Centroamérica, que viajaban sin sus padres: un 52 por ciento más que durante el año fiscal anterior, de acuerdo con la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos.

México está viviendo el mismo fenómeno. Durante el mismo periodo, el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, reforzó las medidas de control migratorio presionado por el gobierno de Donald Trump y detuvo a unos 40.500 migrantes menores de edad que viajaban al norte sin sus padres, lo cual elevó la suma total a más de 115.000 niños detenidos en esta región.

En entrevistas, casi dos docenas de niños que se dirigían a Estados Unidos afirmaron saber que el trayecto era peligroso y que, de ser atrapados, podrían terminar en centros de detención sucios y sobrepoblados en ambos lados de la frontera, sin acceso suficiente a comida, agua ni atención médica. Aun así, probaron su suerte. A pesar de los esfuerzos agresivos del presidente Trump de bloquear la inmigración en la frontera suroeste, buscan escapar de la pobreza y la violencia, así como de la falta de oportunidades para estudiar o trabajar.

Los jóvenes migrantes llegaron con una ola histórica de familias que viajaban juntas, la mayoría también proveniente de Centroamérica. Viajan a pie, por medio de aventones o montados en trenes, cargan solo con lo que cabe en sus mochilas desgastadas y enfrentan una variedad asombrosa de amenazas, desde ladrones y violadores hasta hambre, soledad y muerte.

Marvel, un joven hondureño de 16 años, dijo que había estado viajando durante varias semanas cuando, en alguna zona de Guatemala, se topó con un cúmulo de tumbas al lado de la carretera: el lugar de descanso eterno para otros migrantes que murieron en su travesía al norte. Estaba solo y lejos de casa. El miedo recorría su espalda. Pero recordó las amenazas de las pandillas que enfrentaba y siguió adelante.

“Rendirme no era una opción”, dijo Marvel, quien solo dio su nombre de pila por miedo a las represalias de las pandillas. “Te limpias las lágrimas y sigues caminando”.

Como es el caso para la mayoría de los migrantes menores de edad que viajan sin sus padres, su travesía hacia el norte ha sido una proeza de la improvisación y la valentía. Caminó y tomó aventones para atravesar Honduras y Guatemala. Durmió en iglesias, bajo algún árbol o doquiera que se encontrara cuando caía la noche.

A lo largo del camino, recopiló fragmentos cruciales de información de otros migrantes: las rutas más convenientes, las direcciones de los refugios ubicados más adelante en el camino, los lugares que debía evitar y dónde buscar alimento.

Cuando raudales de jóvenes migrantes provenientes de Centroamérica comenzaron a llegar a la frontera sur de Estados Unidos en 2014, el gobierno de Obama se movilizó para alojarlos hasta poder enviarlos con padrinos (adultos que se ofrecían a cuidarlos). Como resultado, el sistema de albergues creció de manera drástica.

El gobierno de Trump experimentó una acumulación similar en la frontera pocos años después, en esta ocasión, debido a políticas nuevas y más rigurosas que pusieron a los mismos padrinos, quienes a menudo son indocumentados, en una posición vulnerable ante las autoridades de inmigración. Esto desanimó a la gente que ofrecía refugio voluntario y dejó a miles de niños desamparados en el sistema.

El gobierno de Trump además ha buscado desalentar la migración al separar a miles de niños de sus familiares, una medida que también provocó un aumento drástico en el número de niños que se encuentran en refugios contratados por el Estado.

En el trayecto, mientras intentan eludir la detención, el miedo y el hambre son acompañantes constantes para muchos jóvenes migrantes.

Con poco o nada de dinero en sus bolsillos, dependían de los bocadillos o la comida que les daban desconocidos. Hurgaban en la basura y revisaban los residuos que arrastraba el viento al lado de las carreteras, con la esperanza de encontrar un bocado de algo comestible.

Wilson, un hondureño de 17 años, dijo que se había agasajado con unos mangos podridos que habían tirado los vendedores ambulantes.

“Yo solía beber agua de los charcos cuando tenía demasiada sed”, intervino Mario Leonel, de 16 años, quien se fue de su casa en San Pedro Sula, Honduras, hace varias semanas sin avisarles a sus padres. “Eso es lo más difícil de todo: el hambre”.

Si bien Estados Unidos sigue siendo el destino de preferencia para la mayoría de los menores que viajan sin acompañamiento, una cantidad cada vez mayor está poniendo la mira en México, a decir de activistas y migrantes.

A veces, no tienen alternativa: las medidas migratorias reforzadas de México han dificultado que los migrantes lleguen a la frontera con Estados Unidos. Y aunque lleguen a la nación del norte, las políticas recientes han reducido drásticamente las posibilidades de obtener asilo.

En México, cuando los menores que viajan solos son detenidos, la ley exige que sean liberados de inmediato bajo la custodia del sistema nacional de protección infantil, el cual los aloja en refugios diseñados para niños.

Pero los defensores de los migrantes dicen que el gobierno ha retenido demasiado tiempo a niños en los centros de detención sobrepoblados del país, y que algunos de ellos son canalizados de inmediato al proceso de deportación en lugar de recibir una oportunidad justa para solicitar asilo o alguna otra forma de ayuda.

“Ningún niño debería estar en un centro de detención”, dijo Elba Coria, experta en migración de la Clínica Jurídica para Personas Refugiadas de la Universidad Iberoamericana en Ciudad de México. “Pero aunque los estándares internacionales consideren la detención infantil como una medida excepcional, en México, debido al caos migratorio, esa es la norma”.

Ni Marvel ni sus nuevos amigos en el refugio de Tenosique habían sido detenidos por las autoridades. Todos se las habían ingeniado para cruzar a México desde Guatemala y habían solicitado asilo en México después de revisar sus opciones con el personal del refugio.

Ahora planean quedarse en México y buscar oportunidades de trabajo y estudio, aunque no han abandonado la esperanza de llegar a Estados Unidos.

“El sueño de todo niño hondureño es llegar a Estados Unidos, donde hay más dinero y los niños pueden ir a la escuela”, dijo José Ángel, de 17 años. Nació con una discapacidad que le impide usar sus brazos y dejó su ciudad natal porque su abuela ya no podía cuidar de él.

Tenía la esperanza de poder solicitar asilo en Estados Unidos pese a los múltiples esfuerzos de Trump para reducir en extremo la cantidad de gente a quien se le concede el asilo. “Es aterrador, pero debo hacer el intento”, concluyó.