La Amazonía pronto arderá de nuevo

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El bosque tropical y sus grupos indígenas enfrentan amenazas existenciales, mientras que los delincuentes actúan como si tuvieran permiso para saquear.

Cuando vuelva la temporada seca, la selva de la Amazonía arderá de nuevo, como todos los años. Por desgracia, esta vez será diferente. Los titulares internacionales del año pasado tomaron por sorpresa al presidente brasileño, Jair Bolsonaro, y a sus aliados. Con seguridad, tendrán preparados más trucos para dar respuesta a la próxima temporada de incendios. Es vital observar de cerca sus acciones.

 

La deforestación aumenta a un ritmo alarmante. Desde agosto de 2019 ha aumentado un 94 por ciento con respecto al año anterior, que ya había tenido el nivel más alto de deforestación en una década. A diferencia de las áreas más secas de Australia o California, en el bosque tropical no pueden originarse incendios a menos que los seres humanos talen árboles. La Amazonía sufre una devastación a escala industrial, y ¿para qué? Algunos grupos criminales han puesto la mira en terrenos de propiedad pública para realizar actividades ganaderas y mineras de baja productividad. Existen varios esquemas ilícitos de apropiación de la tierra que, aunque destruyen la biodiversidad y el potencial de las bioeconomías, generan riqueza para personas bien relacionadas. El presidente Bolsonaro y su gobierno alientan este tipo de actividades.

 

Muchos integrantes de las élites brasileñas han aceptado un pacto con el diablo: en tanto la política económica del gobierno les sea favorable, se harán de la vista gorda. Ahora que el planeta entero está concentrado en las crisis provocadas por la pandemia, la Amazonía y sus grupos indígenas enfrentan amenazas existenciales, mientras que los delincuentes actúan como si tuvieran permiso para saquear.

 

La supervisión es escasa y, en consecuencia, hay menos multas por infracciones. El mes pasado, Ricardo Salles, ministro del Medioambiente, despidió al director de una división policiaca después de que llevó a cabo una operación para desmantelar una operación minera ilícita. El gobierno federal ha evitado hacer designaciones para cargos clave y propuso recortes masivos al presupuesto de las agencias ambientales, lo que socavó las medidas de prevención, monitoreo y control de incendios. El presidente y sus aliados respaldan un proyecto de ley que incentiva todavía más la deforestación, pues permite a los acaparadores de tierra obtener la propiedad de terrenos públicos, incluso de territorios indígenas.

Este mismo año, Bolsonaro anunció la formación de un Consejo de la Amazonía coordinado por el vicepresidente e integrado por miembros de su gabinete y del ejército. Una de sus figuras más prominentes, Paulo Guedes, el ministro de Economía que estudió en la Universidad de Chicago, prefiere los tropos populistas a los enfoques sustentados en pruebas. En Davos, dijo que la gente pobre destruye la selva amazónica porque tiene que comer. Es cierto que la deforestación depende de la mano de obra de los pobres, pero requiere enormes cantidades de dinero y deja tras de sí una estela de desolación y conflicto social. No existe ninguna prueba de que acabe con la pobreza. Salles tiene una larga trayectoria de alianzas con infractores, ignora a los especialistas y trolea a los defensores del medioambiente. En público, por lo regular usa clichés y habla de dientes para afuera cuando trata temas ambientales. En un video reciente de una junta del gabinete propone reducir las protecciones ambientales aprovechando que la prensa está distraída con la pandemia.

El vicepresidente, el general retirado Hamilton Mourão, ha mostrado especial preocupación por la percepción de los inversionistas extranjeros. Hace poco, en un evento en línea organizado por un banco importante, prometió movilizar al ejército para combatir los incendios y la deforestación en la Amazonía. El 6 de mayo, un decreto federal les otorgó jurisdicción sobre ese tipo de acciones a las fuerzas armadas, medida que podría marginar a los expertos independientes.

No podemos conformarnos con ceremonias y puras poses. El Consejo de la Amazonía de Mourão no incluye representantes de la comunidad científica de Brasil reconocida internacionalmente y tampoco de las organizaciones indígenas y de la sociedad civil dedicadas a la protección del bosque tropical. El vicepresidente se apega a las reglas del partido y apoya la propuesta legislativa conocida como “proyecto de apropiación de tierras”, en contra de las recomendaciones de especialistas e incluso del Ministerio Público Federal.

 

Los científicos concuerdan en que nos aproximamos a un momento crítico en la deforestación que podría conducir a la “sabanización” de la Amazonía. Un fenómeno así tendría consecuencias desastrosas, no solo para la selva ecuatorial, sino para actividades de Brasil como la agricultura y el abasto de energía y agua a las ciudades, además de para las temperaturas globales. Las consecuencias ecológicas y socioeconómicas serían inconmensurables, entre ellas, la amenaza de enfermedades zoonóticas. Ya se tiene evidencia de que la destrucción de humedales y bosques tropicales está relacionada con la sequía en la región metropolitana de São Paulo, áreas a medio continente de distancia.

 

Si perdemos la Amazonía, no será por falta de alternativas. Brasil cuenta con los conocimientos técnicos necesarios para darle un giro a esta situación. A partir de 2003, Marina Silva, ministra del Medioambiente en esa época, trabajó para reducir drásticamente la tasa de deforestación, que en ese momento era todavía más elevada.

Tanto las organizaciones internacionales como los inversionistas deben aprovechar su posición privilegiada y ejercer presión sobre sus homólogos en Brasil. El proyecto de ley que busca permitir que se asigne a los acaparadores de tierra la propiedad legal de la misma y contribuye a la deforestación podría someterse a voto en cualquier momento. Los líderes del Congreso de Brasil se han doblegado ante amenazas de sanciones, boicot y desintegración. Si nuestras crisis actuales no nos dan un sentido de responsabilidad y nos impulsan a actuar, entonces se agravará aún más esta situación, que ya se siente como un apocalipsis gradual.

 

El futuro de la biodiversidad del bosque tropical depende de su diversidad humana. Demarcar las tierras indígenas y establecer reservas extractivas, donde las comunidades locales se dedican a actividades económicas sostenibles y muchas veces tradicionales, ha demostrado ser una medida efectiva para combatir la destrucción ilícita de la selva. Es una de las razones por las que Bolsonaro y sus aliados han puesto tanto empeño en erosionar los derechos indígenas.

Lo cierto es que, en contraste con lo que muchos podrían pensar, el bosque tropical ha dado sustento a sociedades complejas sin ser destruido. Millones de personas vivían en la cuenca del Amazonas antes de la llegada de los europeos. Algunos arqueólogos y etnobotánicos ahora conciben a la selva como un paisaje fabricado, como un gran jardín, debido a las decenas de miles de años de interacción humana con la fauna y la flora. Hablar del regreso a la selva “virgen” nunca tuvo mucha lógica. Más bien, necesitamos reconocer que los chamanes pueden tener los pies más plantados en la tierra que los directores ejecutivos. Permitir la degradación de ecosistemas de los que depende la estabilidad del planeta no tiene nada de práctico.

 

La receta es sencilla: debemos permitir que las instituciones de investigación y las agencias ambientales hagan su trabajo, en vez de desintegrarlas. Solo entonces podremos avanzar en las conversaciones sobre las bioeconomías. Existen varias iniciativas que ya integran a los pueblos locales y sus conocimientos con aliados responsables. Negocios como los cosméticos, el ecoturismo y las actividades agroforestales (desde huasaí hasta la producción incipiente de cacao), por ejemplo, por lo regular son más lucrativos que la explotación ganadera.

 

El momento presente debería servir como un llamado de alerta para concientizarnos de la fragilidad de tantos recursos que no valoramos.

 

Pase lo que pase, la Amazonía arderá de nuevo. Nos toca hacer todo lo posible para no descubrir cómo sería vivir en un planeta sin ella. Si mantenemos el rumbo actual, solo será cuestión de tiempo. Coordinar esfuerzos para evitar la destrucción del mayor bosque tropical del mundo a manos de delincuentes y de los ideólogos que les dan poder debería ser la acción más obvia. Mientras todavía podamos hacerlo.

 

Bruno Carvalho es profesor en la Universidad de Harvard, donde es uno de los directores del Programa de Estudios Brasileños y forma parte del Centro para el Medioambiente.