La pandemia podría empeorar y por eso debemos actuar ahora
Cuando se mezcla ciencia y política, la segunda suele ganar. Estados Unidos ha probado que esa fórmula no ha funcionado para enfrentar al coronavirus. Para planear una reapertura completa y segura tenemos que volver a la ciencia.
Cuando mezclas ciencia y política, obtienes política. Con el coronavirus, Estados Unidos ha probado que la política no ha funcionado. Si queremos planear la reapertura completa tanto de la economía como de las escuelas de manera segura -lo cual se puede lograr- tenemos que volver a la ciencia.
Para entender cuán mal está la situación en Estados Unidos y, lo más importante, qué se puede hacer al respecto, es necesario hacer comparaciones. En el momento de escribir este artículo, Italia, que hace unos meses era la imagen de la devastación por el coronavirus y cuya población es del doble de la de Texas, recientemente ha promediado alrededor de 200 nuevos casos al día mientras que Texas ha tenido más de 9000. Alemania, con una población cuatro veces la de Florida, ha tenido menos de 400 nuevos casos al día. El 12 de julio, Florida reportó más de 15.300, el total más alto para un solo día de cualquier estado de Estados Unidos.
La Casa Blanca dice que el país tiene que aprender a vivir con el virus. Una cosa sería si los nuevos casos ocurrieran al ritmo que suceden en Italia o Alemania, sin mencionar a Corea del Sur, Australia o Vietnam (que hasta el momento tiene cero muertes). Pero Estados Unidos tiene la tasa de crecimiento más alta de nuevos casos en el mundo, incluso por encima de Brasil.
Italia, Alemania y decenas de otros países han reabierto casi por completo, y tenían toda la razón en hacerlo. Todos tomaron el virus en serio y actuaron de manera decisiva, y continúan haciéndolo: Australia acaba de emitir multas por un total de 18.000 dólares porque demasiadas personas asistieron a una fiesta de cumpleaños en una casa.
En Estados Unidos, los expertos en salud pública estuvieron de acuerdo prácticamente de manera unánime en que replicar el éxito europeo requería, primero, mantener el confinamiento hasta que alcanzáramos una tendencia descendente pronunciada en el número de casos; segundo, lograr un cumplimiento generalizado de las recomendaciones de salud pública, y, tercero, crear una fuerza de trabajo de por lo menos 100.000 personas -algunos expertos consideran que se necesitarían 300.000- para evaluar, rastrear y aislar casos. En el ámbito nacional, no estamos ni cerca de cualquiera de esas metas, aunque algunos estados lo consiguieron y ahora están reabriendo de manera cuidadosa y segura. Otros estados distaron mucho de lograrlo, pero reabrieron de todos modos. Ahora vemos los resultados.
Aunque la ciudad de Nueva York acaba de registrar su primer día en meses sin una muerte por la COVID-19, la pandemia crece en 39 estados. En el condado de Miami-Dade en Florida, seis hospitales han llegado al límite de su capacidad. En Houston, donde se desató uno de los peores brotes en el país, los funcionarios han exhortado al gobernador a emitir una orden de permanecer en casa.
Como si el crecimiento explosivo en muchos estados no fuera lo suficientemente malo, también sufrimos las mismas carencias que afectaron a los hospitales en marzo y abril. En Nueva Orleans, los suministros para pruebas están tan limitados que un lugar comenzó a realizar pruebas a las 08:00 de la mañana, pero solo contaba con suficientes para atender a las personas que ya estaban formadas a las 7:33 de la mañana.
Las pruebas por sí mismas tienen poco efecto sin una infraestructura no solo para rastrear y contactar a personas posiblemente infectadas, sino también para atender y apoyar a quienes resulten positivos y deban aislarse, así como aquellos que deban someterse a una cuarentena inmediata. Con demasiada frecuencia esto no ha sucedido; en Miami, solo el 17 por ciento de quienes dieron positivo por el coronavirus completaron cuestionarios para colaborar con el rastreo de contactos, una acción crucial para disminuir la propagación. Muchos estados ahora tienen tantos casos que el rastreo de contactos se ha vuelto imposible.
¿Cuál es la solución?
El distanciamiento social, el lavado de manos y el confinamiento voluntario siguen siendo cruciales. Se ha hecho muy poco énfasis en la ventilación, que también importa. En áreas públicas, se pueden instalar luces ultravioletas. Estas cosas reducirán la propagación, y el presidente Donald Trump finalmente usó un cubrebocas en público, lo que podría de alguna manera despolitizar el asunto. Sin embargo, en este punto, todas estas acciones juntas, incluso con un cumplimiento generalizado, solo pueden ayudar a reducir tendencias peligrosas donde están ocurriendo. El virus está demasiado extendido como para que estas acciones aplanen la curva de manera rápida.
Para reabrir las escuelas de la manera más segura, lo que tal vez sea imposible en algunas instancias, y reiniciar la economía, debemos reducir el conteo de casos a niveles manejables, hasta alcanzar los niveles de los países europeos. La amenaza del gobierno de Trump de retener los fondos federales de las escuelas que no reabran no logrará ese objetivo. Para hacer eso, solo las medidas decisivas funcionarán en lugares que experimentan un crecimiento explosivo: como mínimo, fijar límites incluso en reuniones privadas e imponer cierres selectivos que deben incluir no solo los lugares obvios como los bares, sino también las iglesias, que son una fuente bien documentada de propagación a gran escala.
Dependiendo de las circunstancias locales, eso podría ser insuficiente; quizá sea necesaria una cuarentena completa como la de abril. Esta podría ser con base en cada condado, pero las medidas a medias lograrán poco, excepto evitar que los hospitales se saturen. Las medidas a medias dejarán la transmisión a un nivel que excederá por mucho aquellos de diversos países que han logrado contener el virus. Las medidas a medias causarán que muchos estadounidenses no vivan con el virus, sino que fallezcan debido a él.
Durante la pandemia de la influenza de 1918, casi todas las ciudades suspendieron gran parte de sus actividades. El temor y el cuidado de los familiares enfermos logró el resto; el ausentismo incluso en la industria bélica excedió el 50 por ciento y destruyó la economía. Muchas ciudades reabrieron demasiado pronto y tuvieron que cerrar por segunda vez -en algunos casos, una tercera vez- y enfrentaron una intensa resistencia. Sin embargo, se salvaron vidas.
Si lo hubiéramos hecho de la manera correcta desde la primera vez, ya operaríamos a casi el 100 por ciento, las escuelas se alistarían para un año escolar casi normal, los equipos de fútbol se prepararían para las prácticas, y decenas de miles de estadounidenses no habrían muerto.
Esta es nuestra segunda oportunidad. No tendremos una tercera. Si no contenemos el crecimiento de esta pandemia ahora, dentro de algunos meses, cuando el clima se vuelva frío y obligue a las personas a pasar más tiempo en interiores, podríamos enfrentar un desastre que haga lucir minúscula a la situación actual.
John M. Barry es profesor en la Escuela de Salud Pública y Medicina Tropical en la Universidad de Tulane y el autor de The Great Influenza: The Story of the Deadliest Pandemic in History.