El asustador engranaje de las redes sociales que amenaza la salud pública y la democracia. Cómo las gigantescas compañías de tecnología exponen a los usuarios de internet.
La crisis sanitaria que va y vuelve y al parecer no se acabará por mucho tiempo, ha despertado nuestro subconsciente a niveles alarmantes, una especie de ajuste de cuentas con la tecnología que circula por el ciberespacio no siempre como quisiéramos; controlando nuestras percepciones que han ultrapasado la barrera de la inmunidad para hacernos dependientes -a veces adictos de esta nueva realidad subyacente a nuestra vida cambiándola por completo.
Qué de similitud pueden tener los “genios” (por las figuras de Silicon Valley) que alguna vez declararon que compartían una suerte de idealismo para cambiar el mundo a través de la tecnología digital.
Los Bezos, Zuckerberg, Gates y compañía soñaban con usar la tecnología para el bien común, preocupados en un impacto social positivo. Hoy podemos decir que todo eso era apenas un sueño. “El dilema de las redes sociales” documental de Netflix comparte con los usuarios esa gran decepción que se ha convertido en muchos casos en una suerte de pesadilla de la que no podemos despertar.
Tristan Harris (36) exejecutivo de Google ha sido durante años consultor ético de la compañía en uso, imagen y diseño de las nuevas herramientas tecnológicas creadas por la red; y un grupo no menor de exejecutivos de varias empresas desde Twitter, pasando por Facebook, hasta Instragan, elaboraron un Manual de Comportamiento Ético (MCE) que en su momento fue presentado a Larry Page, uno de los poderosos accionistas de Google. A pesar de la gran cantidad de razones expuesta por sus empleados, al alto ejecutivo no se le movió un pelo; es decir, ni un milímetro de su conciencia por aplicar el MCE, lo que llevó a Harris a renunciar a su puesto de trabajo y denunciar los oscuros intereses de Silicon Valley y el comportamiento corporativo para profundizar el debate y provocar reacción.
El documental “El dilema de las redes sociales” dirigido por Jeff Orlowski es el centro de una controversia que ya ocupó los primeros lugares de audiencia en la India, los Estados Unidos, Inglaterra y en otros países donde la película desencadenó una corriente de gente indignada por la saña manipuladora de las redes sociales. Tanto escándalo desatado es comprensible: nunca antes se había visto una radiografía tan profunda y devastadora de las herramientas que en la última década se impusieron como parte indisoluble no solo de la rutina diaria, sino de la propia relación entre seres de la misma especie. La fuerza de la denuncia del documental radica en sus fuentes que describen y opinan con contundencia sobre el modus operandi de los gigantes de la tecnología digital. En cierto punto uno de los entrevistados, Tim Kendall, que ocupó la presidencia de Pinterest y la dirección de monetización de Facebook, expone sus temores sobre el uso de las redes sociales. “A corto plazo podría provocar una guerra civil”, advierte Kendall. Opinión que no parece tan descabellada. Hoy el mundo se ha polarizado entre extremos: muy ricos/muy pobres; hombres/mujeres; blancos/negros que recorren esta cortina de sombras instalada en las calles de muchas partes del mundo.
El documental comienza reconociendo las razones obvias del aprecio de las personas por las redes sociales. Su surgimiento al rayar el nuevo milenio, recreó una bienvenida sin precedentes en la forma como las personas se relacionan tanto en familia, entre amigos y grupos de personas que se unen a través del mundo por intereses comunes. Las redes sociales abrieron la posibilidad a veces inimaginable de interacción. “Hasta ahí todo funcionó como un aporte a la humanización de la raza humana”, señala Harris.
“Como un avance de la tecnología que nos haría mejores seres humanos. Además, les dieron la chance a varios millones de personas de opinar y discutir sobre diversas cuestiones de interés colectivo”.
El documental que a primera vista podría parecer alarmista y tendencioso; un documento periodístico híbrido con entrevistas e imágenes de archivo se pregunta si el universalizado uso de las redes sociales tiene un precio. La respuesta es sí y un precio muy alto que pagar. Jeff Orlowski recurre a una serie de entrevistas para narrar de forma didáctica el impacto de las redes sociales en la vida de una típica familia de clase media norteamericana. El recurso es usado también para producir una alegoría sobre la función de los algoritmos de la Inteligencia Artificial (IA) que interpretan y se anticipan a los deseos de las personas; nuestro propio comportamiento, sin darnos cuenta de los riesgos. Queda claro que el interés de las redes sociales es obtener lucro y no el bienestar entre las personas.
La película muestra como esas compañías no miden las consecuencias de tener a las personas conectadas en las redes el mayor tiempo posible. ¿Cómo ellos ganan dinero si el servicio es gratuito? Se pregunta el documental. La respuesta es que ellos venden a sus anunciantes la posibilidad de tejer una invisible red de categorías en las que el usuario navega en apariencia despreocupado e inofensivamente. Es como describe Shoshana Zuboff entrevistada en el documental. “Si usted no está pagando por el producto, usted es el producto”, dice la exejecutiva de Facebook.
Un lenguaje en apariencia pasivo que Jaron Lanier describe de la siguiente manera: “hay dos industrias que llaman a sus clientes usuarios: la de las drogas y la de software”. Lanier, especie de gurú digital sigue: “La forma en la que ellos ganan es cambiando lo que usted hace, lo que piensa y lo que en realidad es. Los resultados de ese modelo de negocio son avasalladores para la vida humana”. Y advierte: “somos menos felices y menos productivos porque somos adictos”. En su afán de ser cada vez más eficientes en la tarea de involucrar a los usuarios las compañías tecnológicas se valen de sus eficientes algoritmos para rastrear la vida, los gustos y las opiniones de los usuarios a un ritmo asustador. “Muchos piensan que la Inteligencia Artificial dominará a los seres humanos, ese día ya ha llegado”, advierte Lanier.
El cerebro humano que tardó millones de años en adquirir su excepcional capacidad de procesamiento y raciocinio, debe ahora competir con poderosas computadoras que usan un volumen colosal de información en la tarea de influir y manipular. Las redes recurren a trucos de persuasión psicológica que explora deseos, miedos atávicos y la eficiencia imperceptible. “Quien controla el presente controla el pasado, y quien controla el pasado controlará el futuro”, escribió George Orwell en 1984. En los últimos 15 años, las empresas tecnológicas han registrado y procesado los patrones de conducta y comportamiento de miles de millones de personas en todo el mundo durante cada minuto de sus vidas.
Hay factores que hacen comparable el vicio a las redes sociales a la dependencia a las drogas. De acuerdo a varios estudios ha quedado demostrado que por medio del monitoreo del cerebro con resonancia magnética durante el uso de las redes, recibir likes activa el área del córtex relacionada a la sensación de recompensa liberando en el organismo un torrente de dopamina, neurotransmisor ligado al placer y al bienestar.
Las victimas principales de esa dependencia son los jóvenes de la llamada generación Z que nacieron a partir de 1996. El documental producido por Netflix advierte el crecimiento de la tasa de suicidios entre adolescentes norteamericanos cuando las redes sociales pasaron a estar disponibles en los smartphones. Entre 2011 y 2018, el número de suicidios creció 150% entre muchachas de 10 a 14 años. El narcisismo inherente a las redes hizo surgir nuevos disturbios como la “Dismorfía de Snapchat”, enfermedad relacionada a la intensión de cambiar el cuerpo para adecuarse al padrón característico de las fotos de esa plataforma.
Fidelización emocional para adolescentes. Falso o verdadero
Tampoco es difícil afirmar la locura que esta manipulación llevó en relación a lo que se entiende por falso y verdadero. De allí el surgimiento del concepto de las fake news que manipula, destruye e influye en varias áreas de nuestra vida. Un ejemplo patentizado en el documental es el efecto sucio que persigue en los procesos electorales. El documental aporta otro dato sorprendente. “Las fake news circulan a una velocidad alucinante”.
Las personas pasaron a vivir una especie de Matrix personalizado: cada uno viviendo en su propio mundo en el que interactúan solamente personas que comulgan con las mismas opiniones, preocupaciones y hasta las mismas locuras. No es difícil adivinar donde nos está llevando esta distorsión: un mundo en el que opiniones por ejemplo de que “la tierra es plana” se exhiben sin ningún pudor y en el que la polarización alcanza niveles tóxicos y peligrosos.
La democracia entre otras, es una de las víctimas potenciales de esta historia. Las fake news destruyen la reputación, influyen de forma sucia en los procesos electorales y circulan a una velocidad seis veces más rápida que las noticias verdaderas. “Los rumores y las teorías conspirativas son siempre más llamativas que el mundo en blanco y negro que es real”, afirma Jeff Orlowski.
Un caso trágico fue la repercusión del odio desatado en Facebook que originó la masacre de la minoría musulmana en Myanmar en 2018. Otros ejemplos han sido, el submundo generado en las redes que influyeron en el Brexit y el conocido escenario que se generó en la red con la elección de Donald Trump en EEUU en 2016.
Las redes sociales en las elecciones bolivianas
El uso de este instrumento de movilización política de largo alcance es perceptible en las elecciones que se disputaron el pasado mes en Bolivia. La victoria del MAS es un claro ejemplo que debe hacer pensar muchas veces a los grupos radicales que se estrellaron contra el masismo en las redes generando un clima adverso que se reflejó en el resultado final.
Días después del holgado triunfo de sus candidatos Luis Arce y David Choquehuanca, estos grupos seguían impulsado la cultura de la cancelación a través de mensajes de odio, discriminatorios; acuñando nuevamente el fraude y la manipulación con insultos a las autoridades del Tribunal Supremo Electoral (TSE) acusándolos de venales en el recuento de la votación.
Además, durante todo el proceso preelectoral, los incendiarios cibernautas entre quienes se sumaron periodistas, pasaron a difundir rencorosos mensajes contra la anterior administración. Ideas confusas para teñir un escenario adverso a la democracia, buscando precisamente la descalificación. Fue común en este periodo el uso de adjetivaciones recurrentes; una serie de cortes de opinión que ellos mismos editorializaron buscando el aplauso de una entusiasta red de seguidores que no representaban los programas de Gobierno de las fuerzas políticas que disputaban la presidencia, sino la parafernalia de insultos con desdén e inoperancia. Un instrumento de distorsión de la realidad.
Tristan Harris cree que hay que seguir presionando en acciones colectivas; la disposición de cada uno de poner límites al control individual que ejercen las compañías de Silicon Valley y comprometernos en suministrar información fiable. “Es asustador lidiar con una máquina que disemina mentiras más rápido que la verdad. Los liderazgos del periodismo se deben unir para restablecer la confianza de los hechos”, dice Orlowski.
Las palabras del griego Sófocles con la que comienza el documental resumen el tamaño de esta tarea: “Nada que sea demasiado espacioso entra en la vida de los mortales sin traer una maldición”. Optimista con la especie humana, el poeta trágico griego hablaba así sobre el potencial creador de cada persona.