Joe Biden y su vicepresidenta Kamala Harris han sido declarados personajes del año 2020 por la revista Time. Los nuevos líderes de la de los Estados Unidos deben encontrar otras caras en América latina. El equilibrio mundial que mira a la región.
C uando Biden guió por última vez la política de los Estados Unidos para América Latina como principal emisario del presidente Barack Obama, casi todos sus países eran gobernados por una fuerte presencia de líderes populistas que volcaron la espalda al imperialismo norteamericano y sus intereses. Las naciones de la región en general, cumplían sus propias reglas alentando una corriente de cambios que sucedieron bien en algunas naciones y mal en otras. Los preceptos de la ayuda norteamericana basada en postulados principistas de elecciones libres y justas, separación de poderes y otras reglas establecidas en la carta democrática de 2001 de la Organización de Estados Americanos, entraron en una fragante disputa con las propias reglas que facilitaron una nueva etapa en las relaciones de AL con EEUU.
Fue en medio de un boom económico de más de una década, en el que superaron a muchas otras regiones del mundo en importantes avances como la reducción de la pobreza extrema. El porcentaje de personas que vivían en esa franja se había reducido a 30%, desde 45% al comienzo del milenio, y las filas de la clase media se habían incrementado, elevando el nivel de vida y las expectativas populares de una vida aún mejor en el futuro.
Avanzando rápidamente hasta 2020 nos encontramos que la democracia liberal que alimentó la estrategia norteamericana está contra las cuerdas. Todos los esfuerzos concentrados han encontrado como respuesta otro norte. Basta citar como ejemplos los casos de Chile, donde la derecha tuvo que aceptar una Asamblea Constituyente o Perú donde los manifestantes depusieron dos presidentes en menos de una semana. En los dos países los manifestantes han sido en su mayoría jóvenes dispuestos a cambiar las condiciones de una democracia que les ha privado en los hechos de salud y educación. La otra cara de la medalla, los populistas, se ganaron cada vez más elecciones y, una vez en el cargo, han manipulado el poder para fortalecer su ventaja. Venezuela y Nicaragua son los casos más patéticos, mientras que México, Colombia, Bolivia, Guatemala y El Salvador se encuentran entre muchos países de América Latina calificados parcialmente como libres.
La fe del público en la promesa de la democracia se ha desgastado. Según el grupo de encuestas sin fines de lucro Latino barómetro, menos de la mitad de los latinoamericanos creen ahora que la democracia es la mejor forma de Gobierno (casi 10 puntos porcentuales menos desde 2015). Pocos se sienten bien con sus sistemas judiciales, y en Brasil, Perú y El Salvador menos de uno de cada diez ciudadanos aprueba sus legislaturas y sus partidos políticos. Las campañas anticorrupción se han agotado en gran medida. La épica investigación brasileña de corrupción Lava Jato se desvaneció cuando el Congreso tomó medidas legislativas para limitar las investigaciones y mensajes de texto filtrados empañaron la imparcialidad percibida de los fiscales y el famoso juez Sergio Moro, que ocupaba la cartera de Justicia en Brasil que había apoyado la candidatura del presidente Bolsonaro, cayó en desgracia.
Con gobiernos como los de Argentina anterior a la presidencia de Alberto Fernández, Chile de Sebastián Piñera o la Bolivia de la presidenta transitoria Jeanine Añez, la política de los Estados Unidos a la región pretendió restablecer un clima favorable a sus intereses, pero AL considerada el patio trasero del imperialismo norteamericano, ha cambiado ya sea por descuido o la propia efervescencia encausada por los populismos que en su momento miraron con especial atención a China y Rusia como aliados potenciales. Ese cuadro expuesto en la vitrina de la nueva AL, impone una nueva visión internacional en el que el gran perdedor ha sido EEUU. Incluso, uno de los aliados del Gobierno del expresidente Donald Trump, el brasileño Jair Bolsonaro ha anunciado que la corrupción del sonado caso Lava Jato ha terminado en su país (lo que significa que no es necesario realizar más investigaciones), incluso a medida que aumentan las pruebas contra sus propios familiares.
Este es el clima que debe encontrar el presidente Joe Biden en AL. La covid-19 aceleró las diferencias en un mundo polarizado enviando a más de 40 millones de personas a la miseria de acuerdo a datos de la CEPAL. AL enfrenta una crisis humanitaria sin precedentes a causa de la migración. La desesperación económica, la violencia y los efectos del cambio climático. Un panorama adverso que jamás podrá ser el mismo a de los años 80 cuando los Estados Unidos era la potencia dominante en la región a la que se han sumado en el siglo XXI otros jugadores de igual peso y tamaño.