Reconciliación

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Foto: Revista dat0s 235

Por fin se fue el 2020, un año que se proyectaba como de grandes transformaciones y que, sin embargo, será recordado como el año de la peste, el año en el que todos los planes naufragaron. Muchos escritores y filósofos han escrito al respecto y recordaron grandes novelas cuyos argumentos giran en torno a pandemias históricas o apocalípticas, luego hicieron sus propias especulaciones literarias y/o filosóficas acerca del miedo a la muerte que se ha infiltrado en nosotros y permanecerá incluso cuando se empiece a aplicar la tan esperada vacuna. En fin… estamos apestados y como afirmaba André Malraux: “Cada hombre se parece a su dolor” y este es el nuestro.

 

Cultura y cuarentena

Durante la cuarentena los escritores y poetas en particular usamos y abusamos de las trasmisiones en vivo o grabadas de encuentros literarios, lecturas de poesía y debates sobre narrativa, poesía o cultura en general. Las plataformas virtuales nos trajeron muchos beneficios: se editaron libros y revistas digitales (ya perdí la cuenta en las que me incluyeron en estos meses pandémicos), se organizaron encuentros literarios y festivales de poesía en los que participaron poetas nacionales e internacionales que, quizá, de manera presencial hubiera sido imposible de invitar. Hubo ferias del libro virtuales en varios países y tuvimos la oportunidad de participar junto a autores que admiramos o de verlos y escucharlos en sendas conferencias. Habrá que hacer notar, empero, que toda esta transformación digital en los ambientes fríos de los ordenadores, han privado a las mayorías de su asistencia presencial que han convertido las manifestaciones artísticas menos accesibles y cerradas.

En Santa Cruz las diferentes ferias del libro que se hicieron este año también de manera virtual contaron con centenas de autores, tanto así que las videoconferencias se cruzaban con otras convocadas por distintas instituciones, grupos de escritores o simplemente por algún autor de buena voluntad que planificaba una reunión virtual y convocaba a sus amigos y listo.

La virtualidad democratizó la literatura, escritores y lectores que no podían acceder a los encuentros presenciales, por múltiples razones, en estos meses lograron participar como protagonistas o como público en acontecimientos que reunían a escritores y poetas de todo el mundo; fueron tantos los encuentros virtuales que las redes se sobresaturaron de los mismos y los poetas y escritores hemos llegado a fin de año agotados, pero felices de hacer conocer nuestras obras a través de las plataformas virtuales.

Las tareas del 2021

La cultura es el elemento que puede unir a una nación quebrada en varios pedazos sociales, políticos y económicos. El actual Gobierno debe recordar que los hacedores de cultura somos el espíritu, el ajayu, de una nación, su identidad y armonía con el universo y proponer acciones que busquen la unidad, como si se tratara de kintsugi, ese arte japonés que repara los objetos de cerámica que se rompen ya sea con oro o plata, dejando que las fracturas o fisuras sean parte de la historia del objeto, es decir que las cicatrices deben visibilizarse en lugar de ocultarse y hay que hacerlo siguiendo la línea propuesta por el vicepresidente Choquehuanca, la línea de la reconciliación y el reencuentro nacional. Quiero creer que no es solamente un discurso demagógico.

Para ello el actual Gobierno debe ajustar su discurso con sus acciones, por ejemplo: fue un acierto reabrir el Ministerio de Culturas, para desde allí ejecutar políticas que nos muestren a los bolivianos que son más las cosas que no unen que las que nos separan; sin embargo, la ministra encargada de este despacho inició su gestión con una acción que nada tiene que ver con las funciones constitucionales de esa cartera: amenazó con meter presos a los integrantes de ciertos grupos juveniles contrarios al Gobierno. Si han cometido algún delito es tarea de otras instancias como los ministerios de Gobierno y Justicia o la Fiscalía. El Ministerio de Cultura debe ocuparse de diseñar una estrategia que nos devuelva el “ajayu” que aún está perdido. El 2021 tiene que ser un año en el que llevemos adelante la resiliencia tan necesaria para curar heridas, algunas tan antiguas como las montañas de Los Andes o los ríos amazónicos. Solamente para que nos reconozcamos voy a detallar algunas de las cosas que nos unen, ya sean buenas o malas, no importa, porque debemos aprender a querernos con nuestros defectos y con nuestras virtudes:

En el lenguaje

Puede ser que tengamos una lengua indígena materna pero la mayoría hablamos castellano. Por encima de los “dejos” o acentos propios de cada región, fenómeno que se repite en todos los países del mundo con sus propias y simpáticas características, en Bolivia debemos reconocer que muchas de las palabras que creemos propias de un lenguaje regional provienen de otros ámbitos lingüísticos del mismo territorio nacional. Así es como tenemos palabras del habla oriental o “camba” que tienen origen quechua o aimara. Tal es el caso de “pascana”, “patasca” o “liquichiri” y no es raro escuchar a un joven colla (paceño) decir que ya tiene “corteja” refiriéndose a su enamorada. (Complete la lista).

En la música

Nadie puede negar que la voz más hermosa que se haya escuchado en nuestro país haya sido la de la cruceña Gladis Moreno, a quién la Universidad de San Simón y el Concejo Municipal de Cochabamba le brindaron un merecido homenaje que ni siquiera en su tierra cruceña se lo habían ofrendado.

El segundo himno cruceño fue escrito por el orureño Gilberto Rojas y que “Niña Camba”, uno de los taquiraris más divinos que se han podido crear también sea de otro compositor de la ciudad de la espectacular Diablada: César Espada. O que la “En las playas desiertas del Beni”, fue escrito por el cochabambino José Aguirre Achá. El segundo himno paceño, Collita, fue compuesto por el cochabambino Fernando Román Saavedra en ritmo de taquirari que es un ritmo oriental. ¡Oh Cochabamba querida!, el segundo himno de la llajta es un taquirari.

Cuando salimos al exterior, ya seamos cambas, collas, chapacos, chaqueños, nos emocionamos al escuchar las canciones de los cochabambinos Kjarkas o las interpretaciones de la tarijeña Enriqueta Ulloa, que fue concejal en La Paz, o de Gisela Santa Cruz.

Una pregunta de referéndum: ¿Sabe usted cuántas veces ha cantado “Viva mi patria Bolivia”? ¿Sabe usted que en el gran corso cruceño ya se baila la paceñísima danza caporal y que una fraternidad cruceña ganó el concurso nacional de caporales?

En la ciudad de La Paz la mayoría de las fraternidades que integran la popular entrada folclórica del Gran Poder están constituidas por mestizos. Es obvio que los indígenas u originarios no bailan las danzas que en las ciudades se esmeran en perfeccionar. ¿Acaso ha visto usted a un indígena del oriente saltar como lo hacen los bailarines de los Tobas en las ciudades andinas? Y se supone que el baile es de tierras bajas.

En la literatura

Jorge Suárez, poeta y narrador yungueño, escribió “El otro gallo”, uno de los más simpáticos y representativos cuentos de la idiosincrasia cruceña, y el beniano Ruber Carvalho “La mitad de la Sangre”, una novela que bien puede ser la historia de Santa Cruz y el Beni en los últimos cien años. El paceño Augusto Céspedes escribió la novela “Trópico enamorado” situada geográficamente en el Beni. El escritor cruceño Enrique Finot escribió “El cholo Portales” donde el protagonista es un personaje mestizo del occidente boliviano. No creo que exista algún boliviano que no se sienta orgulloso del paceño Franz Tamayo, del potosino Ricardo Jaimes Freyre, o que no se conmueva leyendo los magistrales versos de los paceños Jaime Sáenz y Oscar Cerruto, del cruceño Raúl Otero Reiche, de la orureña Alcira Cardona, del tarijeño Octavio Campero o del sucrense Edmundo Camargo o llore con las poéticas canciones de la chuquisaqueña Matilde Casazola. En la actualidad tenemos extraordinarios escritores, tanto poetas como narradores que ganan premios y son publicados en el extranjero con mucha frecuencia. ¡Todo un orgullo nacional!

En las artes plásticas

¿Acaso cuando miramos los arcángeles arcabuceros no nos sentimos orgullosos de que hayan sido imaginados y pintados en territorio que ahora es Bolivia? Los murales del sucrense Walter Solón, del paceño Miguel Alandia, y del cruceño Lorgio Vaca, son admirables; tanto como los hermosos cuadros de los paceños Arturo Borda y de Armando Jordán, los orureños hermanos Lara, las acuarelas del paceño Ricardo Pérez Alcalá, del cruceño Tito Kuramoto; así como de la paceña María Luisa Pacheco y de tantos otros. También tenemos y tuvimos artistas extranjeros que se vinieron a vivir a Bolivia como Jorge Rózsa de Hungría. En general muchos de nuestros maravillosos artistas plásticos exponen en galerías de todo el mundo.

En la religión

Sabemos que Bolivia es un país de mayoría católica que venera a vírgenes, la mayor cantidad de fieles y devotos a la Virgen quechua de Urkupiña son cruceños y no es extraño ver al Ekeko, el idolillo enano barrigón de la abundancia, en hogares de tierras bajas. Los que se compran camiones primero los hacen bendecir en la iglesia y luego los ch’allan.

En lo político

Así como no todos los que se dicen de izquierda lo son, no siempre los alcaldes nacidos en sus municipios han sido los mejores: Hernán Castro, nacido en Vallegrande, es recordado como uno de los mejores alcaldes de la ciudad de los anillos; Manfred Reyes Villa, paceño, lo fue de Cochabamba. Juan del Granado, cochabambino, tuvo la preferencia de la ciudad de La Paz. El cochabambino Ernesto Suárez fue Prefecto del Beni. ¿Qué hace posible estas paradojas? Que hemos nacido en un mismo territorio: Bolivia, somos bolivianos. Sin embargo, no todo es bueno ni tiene porque serlo, ya dije que los bolivianos tenemos muchos defectos y entre ellos hay algunos que nos identifican como la impuntualidad, los bolivianos somos puntualmente retrasados siempre llegamos media hora retrasados a nuestras citas y todavía pedimos que “por respeto” a los retrasados sigamos esperando, cuando la consideración debería ser a los que llegaron puntuales.

Nuestra diversidad cultural no debería ser un problema, sino la solución misma aprovechando la experiencia histórica y los conocimientos y quehaceres ancestrales acumulada por nuestros pueblos. Nuestra diversidad cultural debería ser nuestro mayor capital como nación, en la que se apoye todo el entramado conceptual y principista del nuevo pacto social que esperemos resulte de todo este caos. De toda esta “ch’ampa guerra” dijo un colla; de este “chirivital” apoyó un camba. Una parte mayoritaria del pueblo boliviano eligió a los actuales gobernantes; sin embargo, es su obligación gobernar para todos los bolivianos y eso es lo que esperamos del 2021.