Impuesto de ingreso de bs. 100 por medidas de bioseguridad en clínicas privadas

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Si algo se podía decir con certeza en el primer Gobierno del MAS eran sus eficientes sistemas de propaganda política. En el grupo de la mesa chica del jefe pasaron buenos comunicadores y un selecto grupo de interesados en posesionar el proceso de cambio. Hoy, todo lo contrario, la comunicación oficialista es una riesgosa quimera. Los efectos de la pandemia han trizado lo poco que se podía pedir del Gobierno: información y capacidad de transmisión. Lo que sigue funcionando es la capacidad aviesa de su riguroso control político, efecto bumerang que podría costarte caro a la imagen del jefe. Esta demás escribir los efectos desastrosos de la estrategia.

Pero volviendo al tema central que debería condicionar cualquier reacción del Gobierno: la salud, es otra quimera. Nadie sabe a ciencia cierta la cantidad de vacunas que han llegado cargados en aviones desde la India y la China; su composición, sus efectos, su calidad. Cuantos años nos tomará vacunar 11 millones de personas, desencadenando una inusual pérdida de confianza. Impera un mecanismo de resistencia a lograr acuerdos con laboratorios nacionales con capacidad de producir medicamentos genéricos. En cambio, se opta por la importación asfixiante de los dos países mencionados.

Los empresarios reclaman, pero no hacen nada. Hasta antes de la pandemia existían alrededor de 36 importadoras de fármacos. Esas 36 importadoras distribuyen al mercado nacional alrededor de 40 000 productos. Parece que nadie quiere que nada cambie. Importando más y produciendo menos, al parecer todos ganan. Funciona la compleja ley de Murphy: el pan cae del lado de la mantequilla. A esto las clínicas privadas cobran un impuesto de bs. 100 por medidas de bioseguridad a todos los que acuden a sus instalaciones.

El drama sigue. De la ley de Murphy a la de la Selva.