El telescopio ha captado el universo, tanto a 40 millones de años luz como a 5.000 millones, pero solo puede observar un 40% del cielo. Para estudiar un objetivo fuera de ese campo, debe esperar hasta medio año
El telescopio James Webb no tiene ningún espejito ni ningún truco para apuntar rápidamente a cualquier otro espejo celeste. Para mostrarnos las impresionantes imágenes que acabamos de ver, ha de moverse entero, con parasol incluido, como se puede ver en este especial de EL PAÍS. Tratándose de un artefacto del tamaño de una pista de tenis, la operación es más complicada de lo que parece.
Antes de mover el Webb, hay que asegurarse de que seguirá dando siempre la espalda al Sol. Sus equipos deben mantenerse siempre a bajísima temperatura, es decir, en la sombra. Esto implica que no puede apuntar a cualquier sitio en cualquier momento. Lo que sí puede es girar una vuelta completa sobre su eje para observar objetos que estén hacia el polo norte o hacia el sur.
En cualquier momento, el telescopio puede barrer un anillo de unos 50 grados del hemisferio celeste contrario al Sol. Igual que no puede mirar hacia el Sol, tampoco puede hacerlo en sentido diametralmente opuesto porque eso obligaría a inclinarlo tanto, que el parasol podría dejar pasar algún rayo de luz y echar a perder las gélidas temperaturas que ha ido acumulando durante estos seis meses.
Por todas estas limitaciones, el Webb solo puede observar un 40% del cielo. Si se trata de estudiar algún objetivo fuera de ese campo, hay que esperar meses o incluso medio año hasta que el movimiento de la Tierra haya arrastrado al Webb hasta el otro extremo de su órbita y el Sol ocupe el lado opuesto.
Esas consideraciones han influido, sin duda, en la selección de objetivos para sus primeras fotografías. Cinco de las seis imágenes están localizadas en el hemisferio sur y son, por tanto, invisibles desde Europa. Solo es accesible para nosotros el Quinteto de Stephan, en la constelación de Pegaso; fácil de localizar en estas noches de verano, aunque para verlo hay que recurrir a un buen telescopio.
De los cinco objetos, el más próximo a nosotros es WASP 96B, el planeta cuyo espectro se ha presentado como un ejemplo de la capacidad de lo que pueden conseguir los instrumentos del Webb. Se encuentra a 1.000 años luz de distancia. Como referencia, la estrella más cercana a nosotros es Próxima Centauri, a cuatro años luz.
A solo 2.000 años luz de distancia, podemos considerar a la NGC 3132 un vecino cercano en nuestro “barrio galáctico”. Técnicamente, se trata de una “nebulosa planetaria”, pero ese nombre no tiene nada que ver con los planetas. Lo que parece un anillo coloreado son los restos de una estrella que explotó, una burbuja de gas que sigue hinchándose como una gran pompa de jabón. Ahora mide medio año luz de diámetro y sigue creciendo. Está en la constelación de Vela. Por cierto, este nombre, así como Pupis (popa) y Carina (quilla) son términos marineros porque antiguamente todas esas estrellas formaban parte de una gran constelación dedicada a la mítica nave de los argonautas.
La impresionante nebulosa Carina también es un objeto relativamente cercano. Está a 8.000 años luz de nosotros, o sea que es una gran nube de gas inmersa, como tantas otras, en la espiral de la Vía Láctea. Es una inmensa nube de gas que se extiende a lo largo de 300 años luz, por lo que la imagen del Webb solo muestra una pequeña parte de ella.
El Quinteto de Stephan ya juega en otra liga. Lo forman cinco galaxias: cuatro, a unos 300 millones de años luz de distancia, están unidas por su atracción gravitatoria, que las ha deformado y creado brazos espirales de estrellas. Cuando emitieron los fotones que ha recogido el Webb, en los océanos de la Tierra nadaban los trilobites y los dinosaurios todavía no habían aparecido. En cuanto a la quinta galaxia, no pertenece al grupo. Se encuentra solo a 40 millones de años luz y, si se la ve junto a las otras, es solo por un efecto de perspectiva.
En cuanto a la imagen de cielo profundo que presentó Biden, con ella ya entramos en distancias cosmológicas. Una de las galaxias (una manchita roja casi imperceptible) aparece como era hace 13.000 millones de años. Las galaxias que se muestran como arcos de luz deformados por la interposición de una galaxia más próxima están a unos 5.000 millones de años luz, en Volans, otra constelación del hemisferio sur.