La influencia de las transnacionales farmeceúticas sobre la OMS
La obesidad infantil fue el tema central del discurso de la directora general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Margaret Chan, al inaugurar en Ginebra la 67ª Asamblea Mundial de la Salud. Pero no es este problema lo que más preocupa a los países en desarrollo, sino la creciente influencia de las transnacionales farmacéuticas sobre la OMS y su renovado intento por controlar al principal organismo regulador mundial de la medicina.
Como corresponde a una agencia de las Naciones Unidas, la OMS tiene una política explícita para evitar que su principal cometido, que es el desarrollo de normas, políticas y estrategias de salud, esté protegido de cualquier influencia indebida de intereses privados. Pero en la práctica, el presupuesto y la capacidad de la OMS son limitados. Por ejemplo, una única institución privada, la Fundación Bill y Melinda Gates, con sede en Seattle, tiene un presupuesto de salud mayor. Melinda Gates fue invitada a dirigirse a la Asamblea como representante de la sociedad civil, lo que motivó la protesta de muchas organizaciones sin fines de lucro y, finalmente, el establecimiento de un grupo de trabajo para clarificar las relaciones con la industria, las fundaciones y los actores sociales.
No se trata solo del honor de hablar ante la Asamblea, sino de cómo se establecen las políticas sobre medicamentos. Muchas veces la OMS, en vez de realizar sus propios estudios, adopta los de la ICH (sigla abreviada de la Conferencia Internacional sobre Armonización de Requisitos Técnicos para el Registro de Productos Farmacéuticos para Uso Humano). La ICH tiene su secretariado en Ginebra, en las oficinas de la Federación Internacional de Asociaciones y Fabricantes de Farmacéuticos, y los miembros de su consejo son las asociaciones nacionales de la industria farmacéutica y los organismos reguladores de Europa, Japón y Estados Unidos.
El Times of India comenta que “cuando la OMS acepta las normas de la ICH, está convirtiendo en criterios universales los acuerdos de un grupo de multinacionales que representan tres cuartos de la venta de medicamentos mundiales y un puñado de países que apenas suman el quince por ciento de la población mundial. El resto no tiene voz en decisiones que afectan su salud”.
La Unión Europea presentó a la Asamblea un proyecto de resolución que instaba a los Estados miembros a poner en práctica las directrices de la ICH, con lo cual se legitimaría la captura de la regulación global de la medicina por las grandes corporaciones.
Estados Unidos propuso eliminar la referencia explícita a la ICH de la resolución, pero conservando el objetivo de “impulsar la armonización normativa”, lo que se entiende como un apoyo a las normas favorables a las multinacionales farmacéuticas.
La ICH se estableció en 1990 como una participación público-privada dirigida a acelerar las normas de registro (aprobación de comercialización) de nuevos productos farmacéuticos. Sin embargo, en la práctica, la ICH promociona normas para evitar la competencia de la industria de genéricos (medicamentos sin marca que se venden a bajo precio).
Los representantes de la industria son la mitad del grupo coordinador de la ICH. La OMS participa como observador (sin voto) en el comité directivo y en su grupo de trabajo de expertos. Los países en desarrollo y las industrias fabricantes de genéricos están de hecho excluidos y, peor aún, la gran industria farmacéutica tiene un poder de veto.
Si bien la ICH afirma que sus directrices son puramente basadas en la ciencia, investigaciones recientes muestran que los intereses comerciales y políticos juegan un papel importante en sus decisiones.
La ICH sirve a las multinacionales farmacéuticas de dos maneras. Por un lado, establece normas que rebajan el umbral de los requisitos técnicos para registrar medicamentos que contienen nuevas entidades químicas y nuevos productos obtenidos por biotecnología a través de la armonización del proceso de registro de medicamentos. Al mismo tiempo, promueve normas para los productos genéricos y sustancias farmacéuticas de base (materias primas para producir medicamentos) que crean nuevas barreras de entrada para las pequeñas empresas y los fabricantes de genéricos, en especial los de los países en desarrollo.
La ICH escapa a la vigilancia de los Estados miembros porque las normas y estándares son consideradas como asuntos técnicos y, por lo tanto, la Asamblea Mundial de la Salud no delibera a fondo sobre los informes del Comité de Expertos que establecen reglas claves para la medicina. Simplemente toma nota y los aprueba sin discusión.
Sin embargo, en el pasado reciente, los Estados miembros han obligado a la OMS a interrumpir su colaboración con el Grupo de Trabajo Internacional contra la Falsificación de Productos Médicos (IMPACT), debido a su estrecha relación con la industria farmacéutica y su oposición a los medicamentos genéricos disfrazada de combate a la piratería.
Finalmente, la Asamblea eliminó de sus resoluciones las referencias a la “armonizacion”, pero el tema volverá el año próximo. Es hora de que los Estados miembros reexaminen la alianza entre la OMS y la ICH. Engordar a las grandes empresas farmacéuticas es tan peligroso para la salud como el exceso de peso de los niños.
En base al artículo de K. M. Gopakumar, “WHO: Alliance with industry raises concerns over medicine regulation”. South-North Development Monitor (SUNS), 20 de mayo de 2014.