La pobreza lastra el rendimiento escolar. Esta losa que perjudica a niños y niñas que crecen en familias con problemas económicos es bien conocida. Mientras se trata de dar respuesta a los múltiples factores que provocan este problema, está empezando a consolidarse una nueva variable que ayudaría a explicarlo: el desarrollo cerebral de los menores en situación de pobreza. Un nuevo estudio en este sentido asegura que la matería gris se desarrolla peor durante una infancia llena de carencias.
Este trabajo muestra que las estructuras del cerebro destinadas a procesos críticos para el aprendizaje son vulnerables a las circunstancias ambientales de la pobreza, como el estrés, la escasa estimulación y la nutrición. “El desarrollo de estas regiones del cerebro parece sensible al entorno y la crianza del niño”, concluyen los autores del estudio publicado en JAMA Pedriatics.Tanto es así, que los autores de este estudio cuantifican que estos problemas de desarrollo cerebral explicarían hasta el 20% del bajo rendimiento de los menores con pocos recursos.
Los científicos, de las universidades de Michigan, Duke y Wisconsin (EE UU), analizaron el desarrollo cerebral de los menores a partir de resonancias magnéticas realizadas a lo largo de su infancia y descubrieron que la materia gris del cerebro era sensiblemente menos desarrollada en los niños y niñas pobres. Más en concreto, la materia gris del lóbulo frontal, el lóbulo temporal y el hipocampo era hasta un 10% menor en los pequeños criados por debajo del umbral de pobreza de EE UU.
Los autores cruzaron la información de las resonancias cerebrales con la del rendimiento de estos menores, llegando a la conclusión de que la falta de desarrollo de la materia gris explicaría entre el 15% y el 20% de los déficits de aprendizaje de los escolares por debajo del umbral de pobreza. “Con estos datos, hemos demostrado que los niños de hogares con bajos ingresos muestran un desarrollo estructural atípico en varias áreas críticas del cerebro, incluyendo el total de la materia gris, el lóbulo frontal, el lóbulo temporal y el hipocampo”, concluyen Nicole Hair y el resto de autores.
Este equipo escogió zonas del cerebro muy ligadas al rendimiento cognitivo pero que sirvieran para descartar otras posibles explicaciones de su falta de desarrollo, como haber heredado el problema de sus padres, lo que a su vez pudiera explicar su situación de pobreza. La muestra del estudio no es muy grande, de menos de 400 niños, pero coincide con otros estudios previos con resultados similares.
Por ejemplo, coincide con el trabajo de la especialista Joan Luby, de la Universidad de Washington, que escribe también en JAMA Pediatrics un artículo en el que alerta de “la alta vulnerabilidad y adaptabilidad del cerebro humano en desarrollo” que está mostrando esta línea de investigación. “Estas evidencias sobre el desarrollo dan un nuevo significado a la importancia de proteger y mejorar el entorno propicio para el desarrollo de los niños pequeños durante esta ventana de oportunidad en los primeros años de vida”, reclama Luby.
Según esta experta, estos estudios señalan que “es fundamental aumentar el apoyo a los progenitores durante la primera infancia” para prevenir de forma eficaz el lastre cognitivo y académico que implica para los niños vivir en la pobreza. Como señalan Hair y sus colegas en el estudio, estos nuevos datos “deben conducir a políticas públicas destinadas a mejorar y disminuir las desigualdades”. “Las actuaciones dirigidas a mejorar el entorno de los niños pueden alterar el vínculo entre la pobreza infantil, deficiencias cognitivas y rendimiento académico”, aseguran.