Las superbacterias ya afectan hasta a las aves: esto agrava el riesgo para las personas

Por  José Pichel | El Confidencial
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Bacterias
Foto: El Confidencial

Una investigación publicada en la revista ‘Science of the Total Environment’ ha detectado genes de resistencia a antibióticos en muestras fecales de cuatro especies de aves acuáticas migratorias. En el trabajo participan científicos de las universidades de Cádiz y Sevilla, la Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC) y el Instituto Catalán de Investigación del Agua (ICRA), que han analizado las heces de la cigüeña blanca, la grulla, la gaviota sombría y el ganso en diversos puntos de Andalucía.

“Nuestro proyecto consiste en determinar si las aves acuáticas migratorias son un reservorio de bacterias resistentes a antibióticos y también de genes que confieren esas resistencias”, explica a Teknautas la autora principal, Dayana Jarma, investigadora de la Universidad de Cádiz. La distinción entre las propias bacterias y sus genes de resistencia es importante ya que los microorganismos pueden transferir su material genético entre ellos, facilitando la diseminación de dichas resistencias en la naturaleza. De hecho, “una posibilidad es que estas aves actúen como vectores, es decir, que transporten las resistencias de un lado a otro, actuando como un agente diseminador”.

En cada especie, los investigadores cuantificaron por PCR genes que confieren resistencia a diferentes tipos de antibióticos de uso habitual en medicina humana y veterinaria. “Las aves que frecuentan ambientes humanizados y que además se alimentan en vertederos, como la cigüeña blanca y la gaviota sombría, tienen niveles de resistencia más elevados que la grulla y el ganso, porque estas aves no los visitan tanto”, explica la bióloga.

Las aves acuáticas migratorias resultan especialmente interesantes para analizar el problema por su capacidad para diseminar las resistencias a antibióticos a largas distancias. Por una parte, en las aguas se concentra gran parte del problema, porque hasta ellas llegan los residuos, incluyendo los antibióticos. Tratar las aguas residuales no garantiza acabar ni con los restos de los fármacos ni con las propias bacterias y en las plantas de tratamiento se juntan tanto los microorganismos como los restos de medicamentos, con lo que tenemos la “tormenta perfecta”. Por otra parte, las especies que migran a grandes distancias pueden dispersar las resistencias entre distintos países y continentes, así que tienen más impacto para este problema que otros animales de movilidad local.

De hecho, este tipo de estudios ya se ha realizado en otras aves, por ejemplo, en gaviotas en Países Bajos, Reino Unido y EEUU. También en otros animales, como ciervos en el centro de Europa y jabalíes en Portugal. Curiosamente, aunque se trata de especies muy distintas, “encuentran un patrón muy parecido al que hemos visto nosotros, es decir, los más cercanos a entornos urbanos portaban una mayor abundancia de genes de resistencia a antibióticos”. Por lo tanto, no se trata de un fenómeno puntual, sino global.

No obstante, la mayor parte de las investigaciones sobre resistencias bacterianas se han centrado durante muchos años en los ambientes hospitalarios. Sin embargo, los expertos reclaman un enfoque que tenga en cuenta el concepto One Health (una sola salud), entendiendo que todo está conectado: la salud de las personas, la de los animales y el medio ambiente. “Al final, las aguas residuales que se generan en los hospitales, aunque sean tratadas, liberan bacterias resistentes que acaban en los ambientes naturales y en los animales que los habitan. Por eso, tenemos que estudiar la fauna silvestre y ver qué pasa”, comenta Jarma.

El siguiente objetivo de estos investigadores es generar un modelo de dispersión. Entre otras cosas, analizar datos de aves marcadas con GPS para estudiar cómo pueden propagar el problema. “Queremos identificar las fuentes de las resistencias bacterianas, saber si se incorporan al agua y cómo se diseminan”, explica. Por ejemplo, es posible que algunos tipos de bacterias, como las Enterobacterias, no encuentren un ambiente propicio para prosperar aunque acaben en el agua, especialmente en ecosistemas salinos. Sin embargo, “al tener la capacidad de transferir sus genes a otras bacterias del agua o del suelo, el resistoma ambiental [el conjunto de todos los genes de resistencia de un ambiente] se enriquece, con todos los problemas que esto conlleva”, advierte la investigadora.

En cualquier caso, “necesitamos investigar más para saber qué está pasando en el ambiente. Además, también es necesario desarrollar nuevos métodos para mejorar el tratamiento de las aguas residuales en lo que refiere a la eliminación de productos farmacéuticos y de higiene personal y microorganismos resistentes. De hecho, ya se está avanzando mucho en este campo”, explica la experta de la Universidad de Cádiz.

El contexto de un problema complejo

Estudiar el impacto de los antibióticos en el medio natural es esencial en la búsqueda de soluciones, porque la presencia de las resistencias en la naturaleza retroalimenta el problema. Un estudio internacional publicado en 2019 en ‘Science Advances’ con la participación del CSIC analizó las bacterias presentes en las depuradoras de agua, mostrando que el perfil de resistencias puede ser distinto en diferentes ciudades. De hecho, el problema es más grave en el sur de Europa, donde el consumo de antibióticos es mayor. Los autores consideran que se deberían implementar sistemas de vigilancia que indicaran cuál es la evolución de las resistencias bacterianas.

El pasado mes de agosto salió a luz un curioso estudio en la revista ‘Current Biology’ sobre la huella que ha dejado el uso de antibióticos durante décadas en los osos de Suecia. Los investigadores analizaron especímenes de osos pardos salvajes guardados en el Museo de Historia Natural de Estocolmo: extrajeron ADN y caracterizaron los genes que transmiten la resistencia a los antibióticos. Así constataron un aumento progresivo en la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, las políticas de reducción del uso de antibióticos ya se notan a partir del año 2000. Esta investigación resulta muy significativa, ya que, a diferencia de algunas de las aves del estudio español, los osos no suelen acercarse a zonas habitadas por humanos y, aun así, en ellos también se puede monitorizar el impacto que tienen estos fármacos.

En parte, el problema también está en el mal uso de los antibióticos en el campo de la veterinaria e incluso en la agricultura. “En Asia usan antibióticos hasta para cultivar arroz y en otros países, para el engorde del ganado, algo que en Europa está prohibido”, comenta Raquel Carnero, experta en industria farmacéutica y coautora del libro ‘Antibióticos vs. Bacterias. De la Resistencia al contraataque’. Sin embargo, “las bacterias resistentes no son un problema de un país ni de una región, viajan con la misma rapidez o más que los virus”. No obstante, la cercanía al problema siempre lo agrava. Así, en la India, que cuenta con grandes plantas de fabricación de medicamentos, “se está viendo que hay muchísimas bacterias multirresistentes en las cuencas de los ríos y la población que vive cerca está mucho más expuesta”.

Para colmo, “uno de los grandes errores en la historia del uso de estos productos es que para la ganadería y para los cultivos se han utilizado los mismos antibióticos de uso humano”. El resultado es que a estas alturas las bacterias resistentes “ya están en todas partes”, afirma la experta. “Incluso si nunca has tomado un antibiótico vas a estar en riesgo de igual modo, porque las que se vuelven resistentes son las bacterias, no tú”, explica, tratando de aclarar una duda que le plantean con frecuencia. “Es como si tuvieran superpoderes y, además, son capaces de dárselos a otras bacterias que tienen al lado por el mecanismo de transferencia de genes, por eso hablamos de bacterias multirresistentes”, añade.

¿Y las soluciones? Aparte de los planes de reducción del uso de antibióticos (en España, el Plan Nacional frente a la Resistencia a los Antibióticos, PRAN), los científicos tienen puestas sus esperanzas en encontrar nuevas moléculas que funcionen contra la superbacterias. Sin embargo, no va a ser fácil, porque las grandes farmacéuticas apenas investigan ya en antibióticos, que han dejado de ser rentables. “Había departamentos enteros que tenían esa experiencia y todo eso se ha perdido. Hay nuevas moléculas que podrían sacar adelante, pero es necesario buscar fórmulas de pago por objetivos y desligar los beneficios del volumen de ventas total, porque probablemente harán falta antibióticos para grupos de pacientes muy concretos”, asegura.