Aproximadamente a la edad en que dejó de interesarme jugar en el parque con los muchachos para concentrarme en el robo de besos detrás de la escuela, mi madre tuvo esa “conversación” sobre sexo conmigo.
Hablamos del consentimiento, del respeto, de no salir embarazada y, muy importante, me dijo: “no contraigas una enfermedad de transmisión sexual”. Sin condón no hay sexo.
Ese fue, por supuesto, un consejo muy bueno: la Organización Mundial de la Salud cree que cada día más de un millón de personas contraen una enfermedad de transmisión sexual (ETS).
Algunas de esas infecciones afectan la fertilidad, otras provocan problemas de salud incluso más preocupantes.
Quizás la mala reputación de las infecciones de transmisión sexual sea la razón que explica el escaso interés en explorar los beneficios que los microbios intercambiados sexualmente nos podría traer.
Microbios malos, microbios buenos
No es nada nuevo que los microbios, como bacterias y virus, tienen una increíble importancia para nuestra salud.
Dentro de nosotros hay una mezcla de pequeños bichos buenos y malos. Si el equilibrio se pierde entre los dos, pueden surgir problemas.
Por ejemplo, el organismo fúngico del género Cándida es un microbio que se encuentra naturalmente en la vagina y su crecimiento lo mantiene a raya otro microbio, la bacteria Lactobacillus.
Pero si la bacteria no hace su trabajo, ocurre un crecimiento excesivo de la Cándida, provocando los incómodos síntomas de la infección por hongos.
Lleno de bichos
Nuestro cuerpos han coevolucionado con microbios. Están sobre nuestra piel, en nuestros intestinos y en parte de nuestros genitales.
Y cada vez está más claro que desempeñan un rol en nuestra propia composición.
El primer paso para entender su papel es identificarlos.
No se sabe mucho de los microbios transmitidos sexualmente, pero hay casos fascinantes que deberían motivar una investigación más completa, sostiene Chad Smith, un biólogo evolutivo de la Universidad de Texas.
Algunos mosquitos, por ejemplo, tienen bacterias transmitidas sexualmente que colonizan sus intestinos, testículos y la superficie de los huevos en desarrollo.
Se cree que ese revestimiento bacteriano suministra nutrientes a las larvas, haciendo que se desarrollen más rápido que las que no la tienen.
En los hongos también se encontró que los microbios transmitidos sexualmente aumentan su tolerancia al calor, además de ayudar a su huésped a crecer más rápido.
Un virus beneficioso
En cuanto a los humanos sabemos que hay un ejemplo convincente de que soporta la tesis de que esos microbios traen beneficios.
Se trata del virus GB C (GBC-C), anteriormente conocido como virus de la hepatitis G (HGV), una infección sexualmente transmitida que, por sí sola, no parece provocar síntomas importantes, aunque muchas veces se le encuentra con otros virus que causan enfermedades como el VIH.
Un análisis de seis estudios lo encontró asociado a una reducción del 59% en el índice de mortalidad de pacientes con VIH.
Los científicos creen que lo logra al reducir la habilidad del VIH de poner en peligro las células de nuestro sistema inmunitario.
Puede que también estimule otras partes del sistema inmunológico para combatir activamente la infección.
Y el GBV-C puede también pasarse de las madres a los hijos, lo que significa que podría reducir la probabilidad de que las madres con VIH pasen la infección a sus hijos.
Más recientemente, al GBV-C se le relacionó con una reducción de la mortalidad en personas infectadas con el virus del ébola.
¿Qué nos estamos perdiendo?
Descubrimientos extraordinarios como ese deberían hacernos plantear qué otras cosas nos estamos perdiendo, dice Betsy Foxman, de la Universidad de Michigan, EE.UU.
“Quizás incluso haya microbios que ayudan a atacar otras clases de infecciones”, destaca.
Si los hay, podrían reducir nuestra dependencia de medicinas como antibióticos que, muchas veces, matan una amplia gama de microbios para erradicar al que está causando problemas.
No sabemos con certeza qué microbios transmitidos sexualmente se pasan de una persona a otra, pero Foxman sugiere que uno es la Lactobacillus, la bacteria que se encuentra en el yogurt y naturalmente en los humanos.
Solo hay un problema. Si conseguimos esos microbios potencialmente buenos para nuestra salud al mantener relaciones sexuales, quedamos también expuestos a contraer otras infecciones.
Quizás al identificarse los microbios, los científicos que trabajan en salud pública podrían desarrollar formas seguras de inocular a la gente o descifrar como replicar sus efectos, sin correr el riesgo de tener sexo sin protección.
La mayoría de las infecciones de transmisión sexual como la clamidia y la gonorrea no tienden a matar a sus huéspedes. Muchas veces también son asintomáticas.
Los microbios que pueden causar enfermedades sexuales necesitan asegurarse de que pueden “saltar” de persona en persona y es más probable que eso ocurra si quien los aloja parece saludable.
“Si alguien se ve enfermo, desde un punto de vista evolutivo es una mala apuesta”, apunta Foxman.
Costo-beneficio
Tal vez a medida que los humanos evolucionaron, mucho antes de que existieran los condones, el riesgo de contagiarse con una ETS era superado, a veces, por la adquisición de un microbio importante.
Es un análisis evolutivo del costo-beneficio.
Quienes son portadores de microbios beneficiosos podrían incluso estar, sin saberlo, dando señales de que los tienen, añade el biólogo evolutivo Michael Lombardo. Quizás entonces se los prefiera como compañeros.
Y quizás no solo sean los beneficios fisiológicos, tales como la prevención de enfermedades o tolerancia al calor, lo que hace que ciertos microbios sexualmente transmitidos sean ventajosos.
Por ejemplo, se cree que ciertos tipos de bacteria intestinal afectan el cerebro de ratones jóvenes, reduciendo sus niveles de ansiedad.
Los microbios también pudieran modificar las señales químicas que producen los animales, destaca Smith.
Eso se descubrió al hacer estudios con moscas de la fruta y sus bacterias de acuerdo a distintas dietas. El resultado fue que prefirieron aparearse con otras que compartían sus mismas comunidades microbianas.
Desplazarse
La pregunta es si pueden los microbios de transmisión sexual alterar de alguna forma el comportamiento y, por lo tanto, la elección de pareja.
Aunque Smith dice que hay pocas evidencia al respecto, agrega que tendría sentido.
Si un macho tiene un microbio beneficioso, las hembras que lo escogen para aparearse lo adquirirían también.
“Los individuos que se aparean con más de una pareja tienen más probabilidades de adquirir un microbio sexualmente transmitido”, señala Smith.
Eso podría limitar el impacto de cepas más virulentas. Los microbios que producen sustancias químicas que matan bacterias también ayudarían a combatir infecciones ya existentes.
Quizás existan ciertos microbios que estimulan a los humanos a tener sexo más frecuentemente, agrega Foxman.
Foxman apunta también a que hay condiciones tanto en hombres como en mujeres que crean dolores crónicos, retroalimentados entre sí, relacionados con la actividad sexual.
Sin embargo, su causa es desconocida. Identificar un microbio sexualmente transmitido que aliviara esas condiciones podría marcar la diferencia para la vida sexual de una persona.
“Somos seres sexuales. Las cosas que nos hacen sentir mejor sexualmente tienden a hacernos sentir mejor en general“.
Quizás sepamos mucho más de esos microorganismos a corto plazo.
Smith dice que gracias al explosivo interés en investigaciones sobre el microbioma humano, hay ahora “nueva técnicas para estudiar y cuantificar la función de microbios que no teníamos hace diez años”.
Mientras tanto, mantente atento y protégete.