Fantasmas Asesinos

Por: Carlos Rodríguez San Martin    
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Wilmer Urelo, escritor boliviano
Foto: Alfaguara

Entrevista realizada por la revista Metro del Grupo Express Press en 2007,  al ganador del Premio Nacional de Novela, cuando contaba con 31 años, en camino de consagrarse entre los novelistas que podrían cambiar el rostro a la literatura nacional.

Wilmer Urrelo

Estudió en colegios públicos y privados. El escritor es misterioso cuando se le consulta que identifique nombres, lugares y fechas. De modo que no sabemos con exactitud nada preciso sobre la obra que estará en las librerías a partir del mes de junio editado por Santillana. Por su edad, deducimos que ingresó a primero de primaria en 1981 y terminó su bachillerato el 1998. Pero esa cronología de fechas está sujeta a variaciones.

Cuando Urrelo nació, los jóvenes de los 70 combinaban el estilo punk, quizá en su versión más estridente David Bowie y se aislaba de los cabellos de color para darle personalidad, un tanto genérica, a su adaptación literal del género. Cuando el autor de Fantasmas Asesinos cumplió 10 años, el asesino de un “niño”, como él lo llama también de forma genérica, lo obsesionó tanto que a sus 30 tenía en sus manos el borrador que ganó el Premio Nacional de la Novela convocada para este año.

¿Qué motivos lo impulsaron a meterse en su cabeza al “niño” asesinado y escribir la obra después de más de 20 años de ocurrido del hecho sangriento? El autor sigue manteniendo el vigor del misterio. La información pública del caso fue profusa al principio y perdió vigor con la marcha del tiempo. El asesinato del “niño” se borró, así como suelen borrarse de la memoria ciertas impresiones fuertes. Empero, la cabeza de Urrelo siguió trabajando silenciosamente en el caso del “niño” asesinado allí por 1986. El caso es verídico y le tomó al autor dos años de investigaciones: la revisión de archivos policiales, consultas en los diarios, fotografías, antecedentes; en fin, todo lo que un narrador quiere saber cuando la obsesión se apodera de él. El asesinato del “niño” impactó de tal manera a Urrelo que llegó a temer por su propia vida. Vivió años obsesionado con el crimen.

Wilmer Urrelo estudió en el colegio Industrial Fabril. Escuela de una zona de La Paz donde el autor de Fantasmas Asesinos aprendió a compartir con compañeros, en su mayoría hijos de obreros de las fábricas que rodeaban el lugar. Recuerda a uno de ellos “Vino al colegio pocos meses. Coleccionaba fotos de casas de lujo que según él había robado”. Uno de esos pendejos que atraía al grupo de amigos por las historias mejoradas que les contaba en la hora del recreo.

Wilmer estaba sentado con las espaldas dando a  la chimenea que vota aire caliente. Esta mañana otoñal es una especie de cuadro vigoroso con la realidad fantasmal que circunda, cuando incomprensiblemente intercambiamos un par de comentarios sobre el curso que está tomando el país.

A Wilmer siempre le gusto escudriñar en las salas abigarradas de libros en las bibliotecas. Siempre de espaldas a la chimenea durante la entrevista, saca entre sus objetos personales el plato de un CD, que se ha convertido para la generación tecno en un objeto inesperable. Carga textos, libros, fotos, bienes raíces y todo lo que nadie se habría imaginado hace apenas un par de años. Pone en mis manos el plato de textura brillosa donde está escrito con letra incomprensible la palabra “adelanto”. Son los ocho primeros capítulos de Fantasmas Asesinos. “He estudiado comunicación por hacer algo. Siempre me ha interesado la literatura, pero ser periodista, jamás. He ingresado a la facultad para estar ahí y ver qué onda, para no perder el tiempo, por hacer algo. La biblioteca de la Umsa me ha ayudado bastante. Un universitario no tiene plata, comprar libros es una cosa complicada”. No sería nada raro que en este preciso momento estuviera pasando por su cabeza una de las secuencias de su libro en la parte donde está a punto de lanzarse sobre la bibliotecaria, saltar sobre ella, desnudarla y cortarla en mil pedazos.

Entrevista a Wilmer Urrelo

Metro: Toda obra tiene un principio y un final, cuéntanos el principio, ¿Por qué motivos reales o aparentes decides escribir la novela?

Wilmer Urrelo: Tú sabes que en colegio te dan a leer cosas que no te Ilaman la atención. Fue entonces que descubrí a Mario Vargas Llosa, importante en mi formación. Uno de los personajes de La Ciudad y los perros es un personaje en mi novela. En realidad, la obsesión por la obra de Vargas Llosa y el niño asesinado son los puntos de partida del relato de la primera parte en Fantasmas Asesinos.

Metro: ¿Eras un alumno regular en la escuela?

W.U.: En realidad nunca me ha gustado estar en colegio. He estado en varios y he salido del Industrial Fabril (IF), donde van los hijos de los fabriles. Estar en ese colegio ha servido para descubrir la otra parte de la realidad boliviana, porque si te das una vuelta por los colegios de la clase media los chicos son medio fresitas. En el IF había chicos casados, otros queriendo ir al cuartel, otros que ya a esa edad tenían hijos. Yo estaba maravillado frente a esa otra realidad. En los otros colegios era un vivillo, pero en el IF era imposible porque habían mejores que yo. Veía ese mundo maravillado y con mucha expectativa de lo que iba a pasar. Creo que la novela refleja ese paso. La primera parte de la obra es ese choque que tienen algunos adolescentes con sensibilidad respecto a los colegios. Recuerdo que había uno que vino pocos meses al colegio trayendo un álbum con fotografías de fachadas de casas tomadas por la noche. Cuando le preguntábamos que era, según él las casas a las que había entrado a robar. Te imaginas: tenía su colección privada de las casas que había entrado a robar. Una realidad rica.

Metro: ¿Escribiste antes de Fantasmas Asesinos, alguna obra novelada?

W.U.: Recuerdo que hicimos un periódico en el Industrial Fabril donde escribíamos de amistad y cosas así. Luego hicimos un festival de teatro, fue ahí donde escribí mi primera obra que la titulé Nido de Ratas, sobre la revolución y cosas terribles.

Metro: Fantasmas Asesinos parte de suposiciones sobre un crimen real, ¿quién es el “niño”?

W.U.: No puedo decirlo, pero al leer la novela todos se darán cuenta de quién se trata. El caso provocó un impacto terrible. La segunda parte de la novela que se titula Un niño rojo es la que más me ha costado porque tuve que procesar la documentación que tenía de los archivos, me costó mucho meterme en la realidad nacional, pulir la parte más larga de la novela es donde más voces narrativas existen.

“Fue una cosa terrible, porque de cierta manera me di cuenta de que los niños eran vulnerables”

Anticipo

1. Hoy fue mi primer día en el colegio irlandés. Los alumnos más antiguos dicen que acá mataron a un chico hace algunos años atrás. Yo no les creo porque la gente siempre cuenta mentiras para sorprender a los nuevos. Pero me lo han dicho tantas veces en un lapso de tiempo tan corto que empiezo a creerlo. A lo mejor tendría que averiguar por mi parte y así salir al fin de dudas.

2. Estamos en 1992. Y tengo dieciséis años.

3. Por ser la primera semana de clases salimos temprano. Gracias a eso me junté con otros chicos en el segundo patio (tenemos tres) y ahí me contaron la supuesta verdadera historia: A ese chico lo mataron allá me dijo el más gordo y señaló un terreno abandonado. El tipo antes lo violó y después lo enterró aquí, hizo una pausa y me miró como para asustarme: unos chicos del colegio encontraron el cadáver.

4. Anoche soñé con el chico muerto, liso no es extraño, ya sé. Lo raro es que su rostro se parecía al mío y también al rostro del asesino. Desperté tarde y por eso mi madre en la mañana me dijo que dejara de ver televisión hasta tan tarde. Le contesté con una grosería y ella me dio una cachetada. Luego me abrazo ya arrepentida y me dijo que el trabajo la estaba matando y yo le dije que eso no me importaba.

5. Solo tengo dos amigos: un gordo llamado Sergio (el que me contó la historia del niño muerto) y el otro es un pajero de nombre Ismael. Los dos hacen lo que yo les digo y el pajero intenta asombrarme todo el tiempo contándome las películas porno que dice que vio hasta ahora. Yo le creo porque siempre cuenta la misma. Ayer lo votaron del curso porque se hacia la paja viendo a Sally. Sally es una de las chicas más lindas del curso.

6. Mi nombre no importa, aunque todos del curso me conocen el loco. El loco por aquí, el loco por allá; el loco hizo esto aquello, ¿viste lo que hizo el loco? Y es que tienen razón en llamarme así. A veces yo mismo me doy miedo, por ejemplo, le dije puta y maldita perra a una de las profesoras. Ya no recuerdo por qué. Sólo recuerdo que me miro detenidamente, soltó un suspiro y salió del aula sin decir nada. Todos rieron por lo que hice, pero guardaron silencio cuando entró el profesor de educación física de apellido Martínez. Yo sé que Martínez y esta profesora se acuestan. Se nota a la legua que ella se la chupa y que él la monta por atrás.

Resumiendo: Martínez me llevó a la dirección a empellones y cuando estuve frente al director éste me dijo: ´Si no pide disculpas lo vamos a echar´. Me puse de rodillas. Empecé a llorar. Inventé que mi madre se drogaba y que me obligaba a comprarle droga por las noches. Es decir, que tenía problemas en casa. El director se tocó el cabello, como si de pronto la peluca estuviese a punto de desprendérsele del cráneo. Me miró con lástima y me dijo que mejor no vuelva ya a clases. Como castigo me mandó a la biblioteca a leer algo para pasar el rato.

7. Estuve en la biblioteca mirando por la ventana: observé las gradas que daban a una de las canchas y la pared que a su vez cercaba el terreno donde habían hallado al niño muerto. Miré también las mesas vacías y el silencio me golpeó el rostro. Entonces me acerqué a los armarios buscando alguna revista con dibujos de chicas para poder pajearme un rato y entonces lo vi.

8. El libro se llamaba la Ciudad y los Perros, el autor Mario Vargas Llosa. Nunca antes había leído un libro, pero la verdad es que me atrapó desde el principio. Cuando la bibliotecaria me dijo que ya era hora de abandonar la sala estuve a punto de saltar sobre ella y encima habría sido capaz de desnudarla y cortarla en mil pedazos. Pero no lo hice. Sólo doblé una esquina de la página en donde me había quedado y le dije que volvería mañana.