Hace poco el mundo académico quedo boca abierta al conocer la renuncia forzada de la presidenta de la Universidad de Harvard. La mujer de color Claudine Gay cayó en la trampa y acabó destituida por un poco edificante lío de acusaciones y contraacusaciones de racismo: la gran obsesión de Estados Unidos.
Claudine Gay, la primera mujer negra presidenta de la Universidad de Harvard, se vio obligada a dimitir tras semanas de presión. Pero todos los involucrados en la controversia que la expulsó quedaron mal parados. Esto significa que el debate sobre las libertades civiles de la gente de color tiene más allá de sus propios límites históricos, aparentes escándalos no resueltos que, como en este caso delimitan la capacidad intelectual de los involucrados. Nada menos que una de las universidades norteamericanas más expuestas a la libertad de expresión.
La razón aparente de su destitución fue una redacción académica descuidada, principalmente la falta de crédito a otros académicos a quienes citó casi palabra por palabra en trabajos publicados anteriormente. “Pero esos descubrimientos siguieron a acusaciones de antisemitismo y doble rasero. Cuando la congresista republicana Elise Stefanik le preguntó si los manifestantes estudiantiles “que piden el genocidio de los judíos violan el código de conducta de Harvard”, Gay respondió que ´depende del contexto´”, recuerda el escritor Ian Buruna.
“No hay duda de qué si la pregunta se hubiera referido al genocidio del pueblo negro, no habría sido necesario el contexto. Pero Gay estaba caminando hacia una trampa desagradable. Stefanik había desdibujado deliberadamente la distinción entre pedir genocidio y apoyar una intifada (rebelión armada) palestina”, afirma el escritor. Esto último puede implicar violencia, pero no es genocida. Un asunto que ha tocado la fibra neurálgica de los prejuicios raciales de una sociedad que sigue cometiendo excesos en su condición supremacista que acude en su ideario olímpicamente académico de purgas harvadianas.