Mario Conde: narrador de la comedia humana

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La curiosidad por la anatomía humana habita en este retratista de la historia. Es el narrador de imágenes que giran en una lámpara de papel, iluminando los corredores de la acuarela, como las sombras de la memoria colectiva. Tras la exhibición de sus últimas pinturas en la galería “Altamira” de Ariel Mustafa que el pasado mes de junio cumplió su tercer aniversario. Para celebrar ese acontecimiento la galería festejó con una exposición del artista paceño titulada “Fruto del ocio y la ambigüedad”. Mario Conde se sentó a conversar en amena platica con dat0s. Me da la bienvenida en la Academia Hernando Siles, con el gesto taciturno y relajado de quien obra en la oscuridad como un felino. Amante de los gatos, animales indómitos, es también defensor de la libertad, sin las restricciones de las academias y el poder.

El silencio de pensar antes de actuar, en las ecuaciones de un pincel curioso, es la tarea del acuarelista boliviano. Si el lema de Sócrates es “Pienso, luego existo”. El de Mario Conde seria “Pienso, luego pinto”. Cavilar en la ociosidad de un arte consiente es la jugada maestra de un ajedrecista que toma las piezas de su tablero para indagar en la historia. Máscaras y trajes rituales bailan en la trama visual de su comedia, como alegorías de procesos y coyunturas históricas, donde realidades distantes, occidentales y andinas conviven.

La ociosidad es un ejercicio pensante para el artista. “Alguna vez me dijo alguien que pintaba tres cuadros al día. Me hizo sentir ocioso. Una vez que conocí su obra, quise continuar así”. Una forma de ir mejorando la trama de su obra es haber homenajeado a pintores como Velásquez. Acaso también un sutil retratista de la corte y el poder español que influyó en la obra de Conde para construir la sátira de la historia.

Personajes de sus cuadros son los actores de turno de la comedia humana. Conde lucha en su obra contra el poder político, eclesiástico y económico. Se sirve entonces de la figura humana para representar la escoria del sistema. “Me enfoco en el abuso del poder. Me doy cuenta de que no aprendemos y seguimos condenados a repetirnos”. Con manifiesta decepción admite, cuando escenifica la impostura del “Proceso de Cambio”.

Teatro que en una vitrina muestra la oportunista intención de los diseñadores y artífices del poder por maquillar la realidad con nativos atavíos o boinas del Che Guevara, mientras la desigualdad social persiste. Tras la aparente revolución, la publicidad de Coca Cola, guía al país en cada uno de sus pasos.

Amante de las coreografías y danzas folclóricas, Conde es crítico a su vez de las entradas patronales, pues también las ve como una vulgarización de la cultura boliviana. “Estas fiestas deberían ser como el mundial, cada cuatro años. Da nausea en lo que terminan, porque se distorsiona su sentido”, afirma.

Si bien las máscaras y trajes folclóricos cumplen la función de sátira en su obra, Conde asiente también que “las más – caras muestran un juego de liberación de muchas cosas”. Como un catalizador en contra de la opresión, los disfraces y máscaras dan dinámica a sus personajes cuestionadores. Una de sus experiencias aconteció en una fiesta años atrás. “La temática de esta fiesta era sobre obras de arte. Yo era, en ese sentido, otra persona. A veces las máscaras y la posibilidad de ser otro también liberan”, enfatiza.

Por pasillos neoclásicos de la Academia, se dirige el acuarelista pensativo, al revelar en qué consiste su oficio del ocio. “Mi trabajo es un 1% de inspiración y un 99 de trabajo. Por eso lo llamo ocio también. En mi oficio, sé hacer mucho de lo que no se hace”, explica, al sostener que el acto de pensar es lo que gesta historias en su pintura.

Hay una dosis de espontaneidad y de humildad en lo que Conde expresa al tomar un pincel, remojarlo en un vaso y convertirlo en una composición de cielos coloridos en torno a la anatomía humana. Nubarrones de ideas, guiadas por la manivela del pensamiento configuran el teatro barroco de Conde en que figuras se descomponen en danzantes folclóricos, seres biónicos, despojos humanos, o extensiones del poder, el sexo, la iglesia y la política para mostrar las decisiones fallidas de los hombres. “A mí el color no me interesa. Conozco composiciones, armonías y todo eso. Me interesa más la forma, el contenido. Me gusta narrar a través de imágenes”, profesa. Indaga el artista su técnica narrativa a partir de sus límites. “Enfrento lo no realizado. Ba – con confirmó que en muchas oportunidades el azar está presente”, recalca, al confesar que a la vez el miedo a una hoja en blanco es su impulso creador. “Si no sintiera este estado, ya no me sentiría pintor”, reconoce.

“Mucha gente cree que ser artista no es un trabajo. Tuve incluso parejas que tenían ese prejuicio”. El acuarelista, en cambio, ve el ocio como un procedimiento productivo que le permite avanzar más allá del presente, como un viajero del tiempo. “Como tardo mucho y soy muy ocioso al pensar. De repente ya he acabado. Muchas veces te adelantas al problema y al tiempo.”.

A veces también Conde aparece en sus obras, como un invitado poco usual, junto a sus personajes históricos, mi – tológicos o sociales. “Trato de hacerme ver lo más bonito que pueda”, destaca. “No es ego, no es vanidad, es un ejercicio interesante el de hacerse un autorretrato también”.

Desconfiado de la realidad, Mario Conde es asimismo consciente de que en sus cua – dros aguarda una realidad que supera la ficción social en que vivimos. “Retratar a las perso – nas es complicado, sobre todo a las mujeres. Tengo que ser diseñador de moda, cirujano plástico. Los modelos exigen verse muy bien” La perpleji – dad de dibujar también exige conversar con sus modelos para entenderlos. “A partir de esa información puedes añadir a un cuadro simbología”.

En el arte, las reglas se invierten. Así, la estética cobra un nuevo rumbo en la mirada del pintor paceño. “La belleza no debería pintarse. Quiero pintar las cosas feas, pero bellamente. La basura puede ser tan solo deshecho, mientras que, para nosotros los artistas es obra de arte.” El rescate de lo grotesco construye mitologías a su vez con objetos poco convencionales que retratan alegorías. El cine y los libros son insumo de creatividad en la retina del acuarelista. Motivo de inspiración también son los amigos, que sugieren títulos de cintas que lo incentivan. “Prefiero ver películas que me aconsejan mis amigos escritores. Entre pintor y pintor es a veces difícil el dialogo. Para mí, es mejor hablar con otras artes y disciplinas.”

La crítica parece tenerlo sin cuidado, pues considera que en muchas ocasiones es objeto del azar o del mal gusto de los jurados la entrega de un premio.

“Ante la crítica hay que ser insensible, digo yo. Ante el halago también, porque es peligroso”. Ante cada galardón o reconocimiento el artista siente más bien un compromiso mayor. Aunque, la percepción y óptica sobre las obras de arte es un discurso más de academia. “En el arte es cuestión de generaciones y de defender un planteamiento, no de evoluciones o retrocesos”.

Ante ese descredito en que sitúa el canon y la opinión pública, no es azaroso que su discurso se haya edificado lejos de la academia, en la vida nocturna. Desde el subsuelo, el artista fue construyendo su comedia humana, tras su retorno de Estados Unidos. “A mí me encanta eso de lo subterráneo. Yo empecé a ofrecer mis obras en la Plaza Humboldt.” Pese a que el cuerpo no vendía, se empezó a interesar por la figura humana.

Fue así que Conde rompió lazos con el costumbrismo nacionalista para aliarse con los contornos, huesos, ligamentos, órganos y músculos de la materia humana. “Luego caí en cuenta de que necesitaba dinero para vivir y fue así que empecé a exponer. Aunque el dinero no me preocupa en verdad”.

Como si el paisaje solo fuera una extensión de los actores que se encuentran en escena, Conde los sitúa en ventaja de lo que les rodea. De modo que, en su última exposición habla del anhelo aymara del Acullicu en las Alasitas, el derrumbe de la alta cultura clásica europea, rostros de la Virgen Maria tras la diablada sensual, dominatrices sexuales, un Vitrubio amordazado como la libertad, y símbolos aymaras de un país sin norte.

Esa doble moral del progreso que se esconden tras este “Proceso de Cambio” es lo que Conde ahora sitúa en su tablero de ajedrez. A lo que agrega, “Si he hecho un paisaje, ha sido el que titulé Paisaje inútil, por ser la Casa del Pueblo” Uno de los horrores y errores estéticos para el artista es la edificación. “No quiero entrar ahí. Por las pinturas decorativas que hay, pienso que tendré que entrar con mascara de soldador, a fin de evitar herir mi sensibilidad.”

En contra del arte complaciente, el acuarelista se pronuncia en defensa de la libertad de expresión. “Para un artista es terrible cumplir con ciertas normas, reglamentos. Quienes los hacen, jamás han debido pintar. Por eso tanto oprimen con sus condiciones”.

En tanto reflejo de un país esclavizado por el poder de la propaganda proselitista, Conde ve una decadencia en el arte del oficialismo. “Este gobierno suele convocar a concursos. Algunos artistas ganan, pero luego el partido les arrebata el premio, porque no pintaron al líder o algún motivo de su ideología.” De ahí que el resultado sea para el pintor, esa “pintura complaciente, decorativa”. Por eso, “el arte es libertad. No puede ser restringido por las academias ni por los partidos”.

Con un sentido del humor agudo, Conde a la vez demuestra no tomarse muy en serio así mismo. El robo que un ladrón de arte realizó a dos de sus obras en 2015, le resultó gracioso, por la exageración de la prensa y la policía con relación al mismo. “Si lo hubiera conocido al ladrón en persona le hubiera preguntado por qué lo hizo, pues yo soy más fácil de robar”, concluye entre carcajadas.