‘Matrix’ representa el optimismo por un internet libre. Silicon Valley tiene otros planes

Por Samuel Earle | The New York Times
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Matrix 4

Cuando se estrenó Matrix en 1999, la expectativa sobre internet había llegado a un frenesí. La revista Time había nombrado a un joven Jeff Bezos como la Persona del Año, por personificar los dos grandes temas del momento: “el comercio electrónico y la manía de las puntocoms”. La BBC lo declaró “el año de internet”. En The New York Times, Thomas Friedman describió la web como “un símbolo de que todos estamos conectados, pero nadie está al mando”.

Algunos designaron con entusiasmo a Matrix —con sus efectos especiales innovadores generados por computadora y su estilo ciberpunk— como “la primera película del siglo XXI”. Además, más de veinte años después de su estreno, se mantiene como tal vez la película definitoria de la edad temprana de internet. Su influencia está por todos lados, inspira la moda y la filosofía, así como nuestros miedos y fantasías tecnológicos. Su iconografía (desde la “píldora roja”, que sirve para despertar a los personajes a la realidad de sus circunstancias distópicas, hasta “el atractivo eterno de los lentes oscuros de Keanu Reeves”, como GQ lo llamó) es un pilar cultural. La película motivó dos secuelas, ambas estrenadas en 2003, y con Matrix resurrecciones, un cuarto filme, estrenado en diciembre, la franquicia regresa a un mundo digitalizado en cuya configuración ha desempeñado un papel importante.

Sin embargo, no es un logro del todo positivo debido a la manera en que internet se ha desarrollado. Estamos en una línea de tiempo muy oscura, una en la que el director ejecutivo de Tesla y SpaceX, Elon Musk, podría decirles a sus 34 millones de seguidores en Twitter que “tomaran la píldora roja”, un concepto que se apropian cada vez más conspiracionistas de extrema derecha, e Ivanka Trump, una de las hijas del expresidente estadounidense Donald Trump, respondería: “¡Ya me la tomé!”. (Lilly Wachowski, codirectora de Matrix, no quedó muy impresionada por este intercambio). Después de que Mark Zuckerberg de Facebook anunció sus sombríos planes para un “metaverso”, algo similar a la Matrix, un “internet encarnado, donde en vez de solo ver contenido, estás dentro de él”, el equipo de mercadotecnia de la franquicia cinematógrafica respondió al tuitear un nuevo eslogan para Matrix resurrecciones: “Ahora, basada en hechos reales”.

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No obstante, de cierto modo, incluso la primera película de Matrix y sus dos secuelas imaginaron un futuro más esperanzador que el concebido en la actualidad por Silicon Valley. Sin profundizar mucho, la saga presentó una distopía clara: un mundo desolado donde, en algún momento de finales del siglo XXII, los humanos son cosechados en vastos campos como un recurso energético abundante para servir como combustible de las máquinas que fungen como amos supremos. Las máquinas han conectado a los humanos a una simulación del año 1999, conocida como la Matrix, que los mantiene pasivos y distraídos, sin que estén conscientes de su situación precaria.

Hasta el momento, parece muy deprimente. Sin embargo, junto a esta representación sombría, Matrix también contenía sueños de un mejor internet que el nuestro. La simulación por computadora del mismo nombre es un mecanismo siniestro de control, impuesta a los humanos para aprovechar su energía. Pero después de ver la simulación como una creación (a la que se accede al tomar la “píldora roja”), las personas tienen el poder de volverse a conectar y atravesarla como una versión más genuina de ellos mismos.

En este punto es en el que nos llega una sensación de nostalgia cuando volvemos a ver Matrix: no por su representación del año 1999, sino por el futuro —y el internet— que sugiere que podría existir. Es “un mundo sin reglas y controles, sin fronteras ni límites, un mundo donde cualquier cosa es posible”, dice Neo (el personaje principal, interpretado por Reeves) al final de la primera película.

Dominada por un puñado de megacorporaciones, la esfera digital actual parece estar más alineada con la operación coercitiva de las máquinas que con los sueños de Neo y su pandilla de rebeldes. Internet ahora es una vasta red diseñada para capturar nuestros gustos, nuestra atención y nuestros patrones de pensamiento y para dirigirlos por caminos que generan ganancias. El objetivo no es un mundo donde cualquier cosa es posible, sino un mundo donde todo es predecible y adquirible.

La promesa de la autorrealización digital que convirtió a Matrix en una distopía nada ordinaria fue integral para el utopianismo de los primeros años de internet. Uno de los usuarios pioneros de internet, citado por la socióloga y psicóloga clínica Sherry Turkle en 1995, dijo que, en internet, “puedes ser quien quieras ser… quien tengas la capacidad de ser… No tienes que preocuparte por las casillas en que las otras personas te ponen”. O, como lo describió en tono cómico una famosa viñeta de The New Yorker más o menos de la misma época, que mostraba a un perro presionando las teclas de una computadora con la leyenda: “en internet, nadie sabe que eres un perro”.

El elenco diverso de Matrix indica un internet que ha liberado a la humanidad de la discriminación con base en la raza, la clase y el género. Neo comienza como Thomas Anderson, un ingeniero de software aburrido que odia su empleo (trabaja para una compañía llamada, de manera un tanto premonitoria, “Meta-cortex”), antes de convertirse en un maestro de kung-fu que puede eludir balas. Una colega superhacker, su amante y símil, Trinity (interpretada por Carrie-Anne Moss), en múltiples ocasiones desafía la gravedad y las expectativas basadas en el género de sus enemigos. “La Matrix no puede decirte quién eres”, le dice Trinity. (Las directoras tenían planeado que otro de los personajes, Switch, fuera de género fluido: un hombre en el mundo real y una mujer en la simulación).

No obstante, internet en la actualidad sí te dice quién eres y difícilmente es un lugar libre de prejuicios. La ética prevaleciente de Silicon Valley se ha alejado de la idea de que internet puede ser un espacio para vivir fuera de las exigencias y las expectativas de la sociedad. Por ejemplo, en Facebook, Zuckerberg ha argumentado que tener una segunda identidad es “un ejemplo de falta de integridad” y la política de la compañía de redes sociales explica que “Facebook es una comunidad donde todos usan el nombre que usan en la vida cotidiana… para que siempre sepas con quién estás conectado”. Tal restricción recuerda al villano principal de Matrix, el agente Smith, un empleado corporativo que trabaja en nombre de las máquinas e insiste en llamar a Neo por su nombre verdadero. “Al parecer, ha estado viviendo dos vidas: una de esas vidas tiene un futuro. Una de ellas, no lo tiene”, reprocha Smith en la primera película después de arrestar a Neo.

A pesar de los pseudónimos, los troles y los alter ego que todavía moran en algunos rincones de internet, sus principales caminos ahora valoran la congruencia y la transparencia por encima de los riesgos del anonimato y la reinvención. La idea de internet como un lugar para cultivar una identidad fuera de las casillas en las que otras personas te ponen ha sido eclipsada por un enfoque impulsado por las redes sociales en crear una marca personal aspiracional. La autorrealización ahora se mide en “me gusta”, publicaciones compartidas y el conteo de seguidores.

“Nuestras presentaciones digitales son más pulidas e influenciadas por influentes”, me dijo Turkle, quien es catedrática de Estudios Sociales de Ciencia y Tecnología en el Instituto Tecnológico de Massachusetts. “Todos quieren presentar su mejor cara, pero ahora tenemos un filtro corporativo de lo ‘complaciente’”.

El cambio cultural hacia tener una identidad estrechamente definida (en línea y en la vida real, en todas las plataformas) se alinea de manera apropiada con los intereses de Silicon Valley. El objetivo de muchas compañías tecnológicas es conocernos mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos, para predecir nuestros deseos y ansiedades (todo con el fin de vendernos cosas). La presunción de que cada uno de nosotros posee una identidad única y “auténtica” simplifica la tarea, pues les indica a los anunciantes que somos consumidores constantes y predecibles.

El teorista tecnológico Mark Andrejevic, autor de Automated Media, ha empleado un término provocador para este modo de capitalismo: “comercio umbilical”. De la misma manera en que un cordón umbilical satisface las necesidades de un feto antes de que pueda comunicarlas, las plataformas tecnológicas se esmeran para saciar nuestros deseos antes de que los hayamos expresado. Zuckerberg ha dicho que él desea encontrar “una ley matemática fundamental” que “gobierne el equilibrio de quién y qué es importante para todos”. Además, el algoritmo predictivo de Amazon para lo que llama “envío anticipatorio” usa inteligencia artificial para predecir qué ordenarás y tener existencias en un almacén cercano a ti, para entregarlo el mismo día. Esta es una visión donde internet equivale a poco más que una gran “máquina expendedora” que lee tu mente y te proporciona productos en el momento en que piensas en ellos… o antes.

El término de Andrejevic coincide a un nivel espeluznante con Matrix, donde los humanos son cultivados en cápsulas en forma de vientre y después son conectados a la simulación a través de cordones parecidos a los umbilicales. (El título de la película proviene tanto de un término viejo para internet como la palabra en latín que significa “útero”). La configuración indica que nuestra infantilización, un futuro donde todos nuestros deseos son satisfechos con antelación pero la voluntad ha dejado de existir, donde los hechos más lóbregos de nuestra existencia digital (los intereses alternativos en su esencia) están ocultos para nosotros. Es un futuro muy parecido al nuestro.

Ahora que la franquicia de Matrix está de regreso, el optimismo sobre internet en 1999 se siente muy lejano. En nuestra era de crisis climática y desigualdad extrema, las horas que pasamos en línea se ven cada vez más ensombrecidas por una consciencia de que, como humanos conectados a la Matrix, perpetuamos un sistema que no busca lo mejor para la humanidad, un sistema que en realidad podría estar trabajando activamente contra nosotros.

Al menos en Matrix, los humanos pueden culpar a las máquinas. Nosotros solo podemos culparnos a nosotros mismos y al internet que hemos creado.

Samuel Earle es un periodista británico que escribe sobre política y cultura. Su primer libro, Tory Nation, sobre cómo la maquinaria de victorias electorales de los conservadores ha dominado la realidad británica durante casi dos siglos, se publicará próximamente.