
Sexo, (muchas) drogas y rock and roll hasta la muerte. La alocada vida de Osbourne y el legado que le deja a la música.
El cantante de Black Sabbath, banda pionera de heavy metal, murió rodeado por su familia ayer martes. Hace sólo unas semanas, había realizado el último show de su carrera, a modo de despedida. Los excesos como estandarte y el pecado como bandera.
El que se comió un murciélago en el escenario”. “Ese que degolló una paloma con la boca”. “El del tema metalero que suena en todos lados”. “El tipo que salía en la tele con su familia adentro de su casa”. Definir la vida de Ozzy Osbourne, cantante de Black Sabbath y uno de los pioneros fundamentales en la música heavy metal, es no sólo complejo, sino contradictorio. Durante sus 76 año, vivió como quiso. Comió como quiso. Se drogó como quiso. Cantó como quiso. Y fundamentalmente, marcó el rumbo de la historia artística de a fines de los sesenta, con un estilo transgresor, osado, picante y fundacional.
Todo comenzó allá por 1948, cuando en Birmingham, Inglaterra, nacía una de las figuras más importantes de la música. Fue dado a luz en la antigua maternidad de Marston Green, pero creció en Aston, un barrio obrero. Hijo de John “Jack” Osbourne, que trabajaba turnos nocturnos en General Electric, y de Lillian, empleada de fábrica, vivió su infancia en una humilde casa de dos habitaciones junto a sus tres hermanas (Jean, Iris y Gillian) y sus dos hermanos menores, Paul y Tony.
El nombre que figuraba en todos sus documentos era mucho más simple: John Michael Osbourne. Pero esa manera de llamarlo sería lo único aburrido en la vida del cantante quien, a sus 15 años, dejó la escuela y comenzó a buscar cómo ganarse la vida con distintos trabajos, que incluyeron ser obrero, plomero, empleado de un matadero y otras actividades que no duraban más que una canción compuesta por él.
Desde la primaria lo apodaron “Ozzy” un sobrenombre que lo acompañó toda la vida. En esa época también le diagnosticaron dislexia, una condición que marcaría sus años escolares. A los 14 años, escuchó por primera vez “She Loves You”, de The Beatles, y algo en su interior hizo clic. Desde entonces, supo que quería dedicarse a la música. Tras dejar sus estudios, intentó también ganarse la vida del lado oscuro. Robó un televisor, algo de ropa y terminó pasando seis semanas en la prisión de Winson Green, en Birmingham. No pudo pagar la fianza y su padre, firme pero esperanzado, se negó a hacerlo. “Mi viejo siempre pensó que iba a hacer algo grande”, recordó Ozzy. “O algo especial… o terminar en la cárcel. Y antes de los 18, ya estaba encerrado”. Ambas predicciones se cumplieron con creces.
Black Sabbath, la banda que marcaría el rumbo en la historia del heavy metal
En 1967, el bajista Geezer Butler formó la banda Rare Breed e invitó a Ozzy Osbourne como cantante. Aunque el grupo se disolvió tras apenas dos shows, ambos continuaron tocando juntos en Polka Tulk Blues, junto al guitarrista Tony Iommi y el baterista Bill Ward. Pronto pasaron a llamarse Earth, pero una confusión con otra banda los llevó a adoptar el nombre con el que cambiarían la historia del metal: Black Sabbath. Inspirados por el cine de terror, crearon un sonido denso y letras oscuras que atrajeron a una audiencia fascinada por lo siniestro.
Con poco presupuesto, grabaron su primer disco homónimo, que salió en febrero de 1970. Aunque los críticos lo ignoraron, el álbum fue un éxito comercial. Seis meses más tarde, Paranoid los convirtió en estrellas internacionales, gracias a temas como “War Pigs” y “Iron Man”. En ese momento, Ozzy conoció a Sharon Arden (hija del manager Don Arden), con quien iniciaría una historia clave en su vida. Master of Reality consolidó el fenómeno Black Sabbath, vendiendo millones de copias y posicionándolos entre los grandes del género.
Pero mientras la banda escalaba, la vida personal de Ozzy se volvía cada vez más turbulenta. En 1971 se casó con Thelma Malfayr, su primera esposa, con quien tuvo dos hijos. Años después, él mismo definiría esa etapa como “un terrible error”, producto de sus excesos con el alcohol y las drogas. En el documental God Bless Ozzy Osbourne, su hijo Jack reveló que su padre ni siquiera recordaba dónde habían nacido Louis y Jessica. Aun así, la música seguía en marcha: Volume 4 y Sabbath Bloody Sabbath recibieron, por fin, elogios de la crítica.
Tras una seguidilla de discos exitosos, el desgaste llegó. Technical Ecstasy (1976) mostró señales de agotamiento creativo y las tensiones internas comenzaron a crecer. En 1977, Ozzy dejó la banda tras la muerte de su padre y los constantes excesos. Aunque intentó lanzar un nuevo proyecto (Blizzard of Ozz), terminó regresando brevemente a Black Sabbath. Grabaron, Never Say Die! en medio del caos: todos estaban demasiado drogados y desorganizados para avanzar. La gira que siguió fue un contraste brutal: Sabbath sonaba apagado frente a una explosiva banda telonera llamada Van Halen.
La relación de Ozzy con Iommi era tensa desde los días de escuela, donde incluso se habían agarrado a trompadas. En 1979, las fricciones estallaron definitivamente: tras años de soportar su comportamiento errático, Iommi lo despidió con el apoyo del resto. Había escenas de violencia que incluían mesas voladoras y piñas que terminaban con Ozzy inconsciente en el piso. El final de esa etapa marcó también el nacimiento de una leyenda solista. Pero lejos de apagarse, Ozzy tomaría ese despido como el impulso para reinventarse.
Sus exitosos (y turbulentos) días como solista
Después de su expulsión de Black Sabbath en 1979, Ozzy Osbourne tocó fondo. Sumido en una profunda depresión tras su divorcio y el consumo excesivo de drogas, pasó semanas aislado en un cuarto de hotel. La intervención de Sharon Arden (hija del poderoso manager Don Arden) fue decisiva: no solo lo convenció de seguir con su carrera, también se convirtió en su mánager y, eventualmente, en su esposa. Juntos reactivaron un proyecto previo: Blizzard of Ozz, con una formación que incluía al guitarrista Randy Rhoads, y músicos de trayectoria como Bob Daisley, Lee Kerslake y Don Airey.
El disco debut, publicado en 1980 bajo el nombre de Ozzy Osbourne, fue un éxito inesperado. Canciones como “Crazy Train” y “Mr. Crowley” se volvieron himnos, sin necesidad de hits radiales. Con Rhoads como pilar musical, Osbourne consolidó su estilo solista. Diary of a Madman (1981), su segundo álbum, reforzó esa fórmula. La química con Rhoads era evidente, pero el vínculo se quebró trágicamente en marzo de 1982, cuando el joven guitarrista murió en un accidente aéreo durante una gira.
La pérdida fue devastadora para Ozzy, que pausó sus presentaciones y cayó nuevamente en la oscuridad. Retomó el camino con Brad Gillis, grabó el enérgico Speak of the Devil (1982), y luego sumó a Jake E. Lee para Bark at the Moon (1983), un disco que amplió su popularidad internacional. El video del tema homónimo, con estética de horror gótico, lo posicionó como una figura icónica del heavy metal visual. El show en Rock in Rio (1985) marcó su consagración en el escenario global.
El éxito continuó con The Ultimate Sin (1986), No Rest for the Wicked (1988), No More Tears (1991), siendo este último uno de sus discos más populares, con hits como “Mama, I’m Coming Home” y “I Don’t Want to Change the World”.
The Osbournes: el reality que cambió todo
Emitido originalmente entre 2002 y 2005, documentó la vida cotidiana de Ozzy Osbourne junto a su esposa Sharon y sus hijos Jack y Kelly, en su mansión de Beverly Hills. Con una mezcla de humor caótico, ternura inesperada y conflictos domésticos, el programa mostró al legendario ícono del metal en un rol completamente nuevo: el de padre confundido, esposo amoroso y dueño de una casa donde todo podía salir mal.
El formato rompió moldes. A diferencia de los shows guionados o de entrevistas tradicionales, The Osbournes ofrecía una visión sin filtros del detrás de escena de una familia famosa. Ozzy lidiando con los gritos de sus hijos, peleando con controles remotos, maldiciendo por comida de perro, o simplemente tratando de entender lo que pasaba a su alrededor, generó momentos de culto televisivo. La serie tuvo tanto impacto que en 2002 ganó un Emmy al mejor programa de realidad no estructurada, convirtiéndose en un precedente para futuras producciones del género.
La presencia de Sharon como figura fuerte, Jack como adolescente rebelde y Kelly como la chica con carácter aportaron una dinámica particular que cautivó a millones. Fue, además, un retrato honesto de una familia que enfrentaba problemas reales: adicciones, tensiones internas, enfermedad (como el diagnóstico de cáncer de Sharon en 2002) y fama extrema. Todo eso, en un tono que alternaba lo bizarro con lo entrañable, hizo que la audiencia sintiera que espiar a los Osbourne era ver una versión exagerada, pero reconocible, de su propia vida familiar.
Más allá de sus cuatro temporadas, The Osbournes dejó una huella indeleble en la cultura pop. No solo consolidó a Ozzy como un fenómeno intergeneracional, sino que pavimentó el camino para decenas de realities centrados en celebridades y sus entornos íntimos. Lo que comenzó como una propuesta insólita para MTV terminó siendo un formato replicado en todo el mundo. Hoy, más de dos décadas después, su legado sigue vivo en cada estrella que decide abrir las puertas de su casa a las cámaras.
Una vida de excesos y descontrol
Durante sus años más oscuros, Ozzy Osbourne protagonizó uno de los episodios más escalofriantes de su vida personal: intentó asesinar a su esposa Sharon. Ocurrió en 1989, cuando el cantante, bajo el efecto de drogas, le dijo a Sharon que “había decidido que tenía que morir” y la atacó físicamente. Ella logró activar un botón de pánico antes de perder el conocimiento, lo que permitió la llegada de la policía. Más tarde, ambos contaron este episodio en el documental The Nine Lives of Ozzy Osbourne, donde él se mostró profundamente avergonzado por lo ocurrido. Fue arrestado y pasó seis meses internado en un centro psiquiátrico.
Décadas después, en 2016, Ozzy volvió a estar en el centro de la polémica tras revelarse que había sido infiel durante cuatro años con su estilista Michelle Pugh. Sharon, su esposa desde 1982, confesó que estaba acostumbrada a las aventuras pasajeras de Ozzy con groupies, pero que esta relación sostenida fue devastadora. Consideró el divorcio, aunque finalmente eligió perdonarlo, y la pareja renovó sus votos en una ceremonia íntima en 2017. “Fue como volver a enamorarme de él”, dijo ella en una entrevista posterior.
Otro escándalo que sacudió su imagen ocurrió en 1986, cuando los padres de John McCollum, un joven de 19 años que se suicidó, demandaron a Ozzy alegando que su canción “Suicide Solution” había influido en la tragedia. Aunque la demanda generó un intenso debate mediático sobre los límites de la música y la responsabilidad de los artistas, el juez falló a favor del cantante, afirmando que la canción no incitaba al suicidio ni contenía mensajes subliminales peligrosos. Ozzy sostuvo que la letra hablaba sobre los efectos autodestructivos del alcohol y estaba inspirada en la muerte del músico Bon Scott.
A lo largo de su carrera, Osbourne se convirtió en sinónimo de excesos bizarros y actos impensados. Uno de los más recordados ocurrió en 1981, cuando, en una reunión con ejecutivos discográficos de CBS, mordió la cabeza de una paloma viva y la escupió sobre la mesa. Años después, repetiría la escena en un concierto, esta vez con un murciélago lanzado desde el público, que él creyó de utilería. Ambos eventos sellaron su reputación como el “Príncipe de las Tinieblas” y alimentaron el mito que rodea a su figura.
A pesar de todos estos episodios, Ozzy logró rehacerse y sostener una vida pública activa hasta sus últimos años. Su relación con Sharon, lejos de romperse, se fortaleció con el tiempo. Juntos protagonizaron un reality, criaron a sus hijos frente a las cámaras y enfrentaron cada crisis como una familia. En ese equilibrio entre caos y redención, Ozzy Osbourne se convirtió en leyenda: no solo como ícono del heavy metal, sino como sobreviviente de sí mismo.