Salman Rushdie y su compromiso con la alegría

Por Gioconda Belli | El País
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Salman Rushdie
Foto: Richard Burbridge | The New Yorker

La autora nicaragüense, perseguida por el Gobierno dictatorial de su país, evoca a su amigo al tiempo que ofrece una entusiasta lectura de su última novela, ‘Ciudad Victoria’

Salman Rushdie es el amigo escritor con el que más me he reído. Famoso, perseguido, es tan de carne y hueso como lo demuestran las heridas que sufrió tras el ataque del 11 de agosto de 2022. Jamás la fama, los éxitos y hasta la condena temible del ayatolá Jomeini, han logrado suprimir su gozo de vivir y su conexión con la realidad. Además de su vocación literaria, es amante del cine, de la música, de la buena comida y de la buena conversación. Su capacidad de asombro, su curiosidad y espíritu lúdico hacen que disfrute, tanto de sus amigos intelectuales, como de rozarse con estrellas de Hollywood, o personajes excéntricos como Larry David que lo invitó como actor a su serie Curb your Enthusiasm en Los Ángeles. Ha estado dispuesto a visitar Las Vegas como un turista más, viajar a islas remotas, ir al estadio como hincha de los New York Yankees, o del Tottenham Hotspur su favorito del futbol; se le ha visto en escenarios del mundo del espectáculo, los Óscares, conciertos de Bono, las galas de museos, el programa de TV Políticamente Incorrecto de su amigo Bill Maher… Le ha dado rienda suelta a su curiosidad aprovechando las oportunidades que le ofrece ser quien es.

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Ha sido la alegría, no la tragedia el motor de su vida. Es la que le ha permitido sobrevivir las tribulaciones que le han dispensado los odios y fanatismos. Y no sólo los ha sobrevivido, sino que no se ha acobardado. Ha dedicado tiempo y dedicación a una sólida y activa defensa de la libertad. Son incontables los ensayos y conferencias que ha impartido sobre el tema. Salman ha sido presidente de PEN América y figura destacada de PEN Internacional, la más antigua ONG del mundo. Fundada por escritores en 1920, aboga por autores y periodistas perseguidos y ejerce una labor destacada en la denuncia de atropellos contra la libertad de expresión en todo del planeta. Salman fundó el Festival PEN World Voices en Nueva York, para dar a conocer las voces de autores de otras lenguas y otros mundos al insular espacio de la cultura mainstream norteamericana.

Su experiencia vital es lo que se refleja en sus novelas, plenas de humor e ironía. Su imaginación es un río en ebullición. No siempre los críticos logran nadar por esos rápidos donde el autor los sumerge en mundos ilusorios, personajes desmesurados alusiones literarias y argumentos paralelos desconcertantes. Sus novelas están marcadas por el sello de una voluntad dispuesta a indagar en la naturaleza humana y en la relación fluida entre lo fantástico y lo real. Sus libros de ensayo son agudos y preocupados por los valores frágiles de la sociedad moderna, la democracia, la libertad, el racismo, el significado del multiculturalismo, la cultura de la cancelación.

Desde que leí Hijos de la Medianoche me fascinó que pudiera fabricar una conexión mágica entre todos los seres nacidos a la medianoche del 15 de agosto de 1947, día de la Independencia de la India y la partición de Pakistán. Los 1001 hijos de la medianoche tienen todos poderes mágicos. El del protagonista de la novela, Saleem Sinai, es la telepatía. Puede oír a todos los que, como él, nacieron en la medianoche de la independencia. En Quichotte, el escritor de novelas mediocres, Sam Du Champ, crea un remedo de Don Quijote, excepto que su Quichotte no se vuelve loco por leer libros de caballería, sino por ver programas de televisión y su Dulcinea es una de las artistas de estos programas. Cruza los Estados Unidos queriendo hacer méritos para su Dulcinea. Por el camino se le aparece a su lado un hijo de su imaginación, un joven que hace de Sancho Panza. Amé las disquisiciones filosóficas y los diálogos existenciales de éste, conflictuado por su existencia imaginaria. Sus novelas tienen todas el sello rushdiano: son intelectualmente sofisticadas al tiempo que desmesuradas en lo imaginativo y en el humor que revela el revés humano de cualquier delirio de grandeza.

Mi más reciente deslumbre con la totalidad de la obra de Rushdie, ha sido la lectura de su novela aparecida en España el 9 de febrero: Ciudad Victoria. La leí hipnotizada por su belleza lírica y su proverbial costumbre de contar con humor y convicción realidades imposibles. Me pareció un prodigio, una épica sólo comparable a uno de esos libros que hacen época en el sentido que lo hizo Cien años de soledad. Para quienes aún no han leído a Salman Rushdie, este libro es una perfecta introducción a su literatura. Es una fábula que remite a un mundo que se balancea entre las Mil y Una Noches y los cuentos de hadas. La imaginación del autor trabaja sobre la existencia real del imperio de Vijayanagara que existió del siglo 1336 al 1646 en el sur de la India. Fue un imperio tolerante a todas las religiones, productivo, donde florecieron las artes, donde las mujeres ocuparon puestos importantes y se crearon obras arquitectónicas que existen aún en Hampi, al sur de la India y que han sido declaradas patrimonio de la humanidad.

En el inicio de la novela, se narra un episodio que sucedió en la realidad en 1327-28 antes de la fundación de Ciudad Victoria. Se trata de un suicidio masivo ritual, un jauhar. En la novela, la protagonista, Pampa Kampana, es una niña cuando su madre se suelta de su mano y entra en la pira donde arderá como otros cientos más. Pampa Kampana queda huérfana y es habitada por una diosa que habla por su boca desde que tiene nueve años. Cuando llega a ser adulta, encarga a dos humildes vaqueros para que esparzan, siguiendo sus instrucciones, unas semillas. Los hombres ven, luego de hacer el trabajo, como de esas semillas surgen no sólo las construcciones y calles de la ciudad, sino también sus habitantes. Al principio la gente da vueltas sin saber quién es. Son adultos recién nacidos. Pampa Kampana entra en trance y le susurra al oído a cada uno su historia. Al día siguiente, apropiados de sus historias de origen, cada uno sabe su lugar en la sociedad y su oficio. Mágicamente, la ciudad empieza a vivir. Un portugués la bautiza Bisnaga. Tanto los viajeros portugueses que aparecen en el texto, como los vaqueros que luego se convierten en soberanos del reino, figuran en la historia real de Vijayanagara, pero en la de Rushdie, la que mueve los hilos es Pampa Kampana. Leemos sobre la paz y la guerra, sobre elefantes, murallas que se alzan de la noche al día, reinas expertas en venenos, amores y desamores. Pampa Kampana es castigada duramente en un episodio de escalofrío, premonitorio de lo que le sucedió al autor de la novela en el ataque de agosto del 22.

Como Borges se refería a manuscritos perdidos, Rushdie usa el recurso como narrador del manuscrito que Pampa Kampana ha escrito y que es encontrado en un recipiente de barro. Al final de todo, dice ella, lo que queda de los grandes imperios son las palabras. El Verbo como principio y fin de todo.

Pampa Kampana es la más poderosa y mágica protagonista, a mi juicio, en la literatura de Salman Rushdie, y la novela es su más feminista lectura de una posible utopía. Pampa Kampana es sabia, libre, compasiva y dadivosa, astuta, eternamente joven. En su vida de más de doscientos años, es la tejedora y artífice de la ciudad, pero no puede decidir su devenir. Ella es una Eva madre, creadora de vida, amante y amada, mágica, y también castigada por la rabia irracional de sus propias creaciones.

Habría querido citar algunos pasajes de la novela, pero al tratar de escogerlos, me doy cuenta que habría que citarla toda. Por eso hay que leerla y zambullirse en la imaginación de uno de los grandes escritores de nuestro tiempo.

Es una dicha para la literatura que Salman Rushdie haya sobrevivido. Creo que este horrible ataque tampoco podrá contra su fuerza vital. Ya ha manifestado su espíritu desafiante mostrándose como el pirata de uno de sus cuentos, con un parche en el ojo que perdió, y una sonrisa que afirma su disposición a seguir vivo y celebrando la palabra.

Gioconda Belli es poeta y novelista nicaragüense exiliada en Madrid.