Muhammad Ali, el declive de una carrera triunfal

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Debilitado por la enfermedad del Parkinson que le dificulta hablar y hasta andar normalmente, el célebre campeón de los pesos pesados de todos los tiempos Muhammad Ali, celebró el pasado 17 de enero su cumpleaños número 70, pero su leyenda sigue apegada a la frase con que él mismo se definió una vez: “Vuelo como una mariposa y pico como una abeja”. En el recuerdo de los amantes del pugilismo, Ali no ha envejecido ni un día. Sigue siendo “el más grande” boxeador de todos los tiempos, tres veces campeón del mundo de los pesos pesados y campeón olímpico semicompleto de Roma-1960.

El ex boxeador celebró su 70 aniversario con su familia y amigos en Louisville, Kentucky, con una cena de gala en su honor ofrecida por el Centro Cultural Mohamed Ali, un museo dedicado a su vida y carrera. “Este es un evento importante, ya que Alí es un ícono mundial que tocó las vidas de millones de personas”, dijo Jeanie Kahnke, vocera del Centro. “Su coraje, su amabilidad y carisma inspiran. Él tiene un contacto especial con la gente. Incluso los adultos comienzan a llorar cuando lo ven”, agregó.

Sus diatribas, a veces poéticas y a menudo venenosas para sus oponentes, y sus provocaciones calculadas antes de las peleas, formaban parte de un show publicitario para atraer a las grandes cadenas televisivas, lo que dio pie a las grandes bolsas que hoy ganan sus sucesores. Adorado u odiado, Ali era en su época de todo menos ignorado. Su conversión al Islam en 1964 y su negativa a ir a la guerra de Vietnam en 1967 le dieron un lugar en la historia estadounidense de mediados del siglo XX.

Autoproclamado como “El Más Grande”, Ali nació bajo el nombre de Cassius Marcellus Clay el 17 de enero de 1942 en Louisville. Como profesional, cosechó 56 victorias en 61 peleas, 37 de esos triunfos por nocaut, y fue el primer boxeador en ganar tres campeonatos mundiales de los pesos pesados. Sin ser un activista político ni social, su carácter contestatario le hizo enfrentarse a la reaccionaria América blanca de los años 60, y se convirtió en un símbolo de rebeldía para los afroamericanos que peleaban por sus derechos políticos más básicos.

Treinta años después de su última pelea, su coraje, su fino estilo y demoledora pegada en el ring, y sus posiciones contestatarias y de protesta, siguen siendo poderosos símbolos de una época dorada del boxeo y un momento crucial en la historia contemporánea de los Estados Unidos. Tras su retiro, Ali ha estado involucrado en muchas causas humanitarias, y ha seguido desafiando al sistema político de su país con visitas a Corea del Norte, Afganistán, Cuba e Irak, entre otras naciones. En 2005 recibió la Medalla de la Libertad, el mayor honor que pueda recibir un ciudadano estadounidense. En 1996, a pesar de los temblores causados por la enfermedad de Parkinson, encendió el pebetero olímpico, símbolo de la paz mundial y la unidad, en la ciudad de Atlanta, precisamente donde hace 30 años fue considerado un ciudadano de segunda clase.

La reciente muerte de Joe Frazier, en noviembre, volvió a poner en el candelero público y mediático a Ali, quien pese a su deteriorada salud apareció en el funeral de un rival que le había infligido su primera derrota en el profesionalismo (en 1971). A los pocos días de su última salida, tuvo que ser hospitalizado en Phoenix, donde reside, después de sufrir una severa deshidratación. Si bien hoy Ali ya no está volando como una mariposa y picando como una abeja, el septuagenario ícono aún tiene un aura incomparable y su leyenda sigue viva y vigente.