Pignatiello borró todo su contenido de YouTube (aunque en los últimos días han reaparecido algunos de sus videos), donde tiene 74,000 suscriptores y más de un millón y medio de vistas. También sus posteos en una cuenta personal de Instagram, @soulisbw, paralela a la oficial y verificada, la cual mantiene abierta. En Twitch, donde solía prenderse con habitualidad, dejó un mensaje a sus seguidores: “Ya no hago más streams, gracias a los que me bancaron siempre”. Para quienes la siguen en la plataforma Discord tuvo una explicación: “Me siento muy lastimada y necesito priorizar mi salud mental y bienestar”.
Si algo marcó a Tokio 2020 fue la centralidad que adquirió el debate sobre la salud mental de los deportistas. Los Juegos de la pandemia fueron también —o quizá por eso— los Juegos de la salud mental. La gimnasta estadounidense Simone Biles se encargó de poner al universo del deporte a hablar de un asunto que suele ser tabú.
Las redes son el territorio del like, la búsqueda del me gusta, pero también el lugar en el que cualquiera —anónimo o no— se sienta a tu mesa a insultarte. La imagen sería así: estás en un restaurante y alguien —puede ser uno o muchos— se acerca con la ofensa lista para ser lanzada. Es probable que nadie más lo haya escuchado, pero para vos fue un grito volcánico. Es probable que haya sido solo uno, dos, pero para vos fue todo el restorán. La diferencia con la analogía es que en las redes hay una decisión a exponerse, algo así como abrir la puerta.
Los deportistas tienen un vínculo primario con esas redes. Están ahí porque pueden comunicarse de manera directa con sus fans, una relación que dejó de estar mediada por los formatos tradicionales de comunicación, la televisión, la radio, los diarios y revistas. Hace un tiempo, en Argentina, se generó un debate acerca por qué los futbolistas preferían charlar con un streamer antes que con periodistas de medios tradicionales deportivo. Era el caso de Ibai Llanos. “Ibai, aunque pregunta, plantea un diálogo entre pares: un hosteo”, escribió el periodista Nicolás Rotnitzky. Los deportistas se sienten en una relación más cercana: ellos también pueden ser streamers. Y son, además, sus propios voceros.
Para los deportistas, las redes sirven como anzuelo de patrocinadores. Se convierten ahí en influencers. Por eso el canal TyC Sports, uno de los que tiene derechos para transmitir los Juegos Olímpicos en la Argentina, suele alentar desde su pantalla a que los televidentes sigan a los atletas. Ellos lo agradecen, incluso es posible que lo necesiten para seguir compitiendo. Según un informe de Facebook e Instagram, cuando Los Pumas 7s —la selección argentina de rugby olímpico— ganaron la medalla de bronce, una de sus figuras, Marcos Moneta aumentó 504.76% la cantidad de seguidores. Algo parecido le ocurrió a Valentina Raposo, jugadora de Las Leonas, que aumentó de 9,243 seguidores a 49,789 en siete días, luego de que la Argentina le ganara a España en hockey sobre césped femenino.
Pero si las victorias —y la visibilización— entregan seguidores, las derrotas devuelven haters. Todo puede resultar una trampa.
Las redes están entre nosotros. Nosotros estamos en las redes. Hay que saber qué hacer con ellas. Los haters, los mensajes de odio, los discursos misóginos y sexistas, las fake news, los ataques de género también están entre nosotros y no siempre provienen de anónimos. Lo sufren artistas, políticos, periodistas y usuarios en general. Los deportistas tienen una particularidad en todo esto: conviven con la frontera de ganar o perder. Hoy estás arriba, mañana en el subsuelo. En las redes te hacen saber lo que años atrás quedaba encapsulado en los medios. Los deportistas compiten en un campo, una pileta, que luego se extiende a esas redes. Algunos ya están pensando en esas reacciones cuando aún el resultado no está puesto. Debido a algunos episodios, el Comité Olímpico de Brasil llegó a pedirle a su delegación que no se desenfoque durante la competencia. Un eje es la exposición, lo que muestran de sí mismos, y el otro es lo que generan los comentarios ajenos en ese deportista. “La salud mental y la salud digital se mezclan y definen esta época del deporte. Antes de las redes sociales, los deportistas tenían detractores; ahora tienen odiadores”, escribió Marcelo Gantman, uno de los periodistas que más trabaja sobre redes y deportes.
La preparación deportiva ya es un hecho interdisciplinario: se trata de entrenar el talento, cuidar el cuerpo, entrenar la mente, tener contención psicológica y, ahora lo sabemos, entrenarse sobre cómo moverse en las redes sociales. Aunque no lo parezca, es un tema nuevo del que todavía se está aprendiendo. En nuestro mundo ideal, desde ya, tendríamos que cambiar la cultura de que solo vale ganar. Pero convivimos con esa cultura, el exitismo está ahí.
La primera responsabilidad sobre qué hacer con los mensajes de odio es de las plataformas. Instagram y Facebook lanzaron en marzo pasado herramientas dirigidas a atletas con vistas a los Juegos Olímpicos. Pero los deportistas, como usuarios y creadores de contenido, también tienen que saber administrarlas. Va también lo que sería una sugerencia básica, la que también solemos decirnos a nosotros mismos: ni son tantos ni es para tanto, es solo un microclima. Miguel Simón, periodista y relator argentino de la cadena ESPN, tiene una frase para los espectadores cuando se acerca una jugada de gol: “Soltá el celular”. Sabe en la época que vive, donde la atención no sólo la tenemos puesta en una pantalla. El consejo vale para todos, incluso para los deportistas.
Alejandro Wall es periodista especializado en deportes. Actualmente es columnista de ‘Pasaron Cosas’, por Radio con Vos, y coconductor de ‘Era por abajo’. Ha publicado cuatro libros deportivos, entre ellos ‘El último Maradona’.