¿Qué significa el llanto de Djokovic?

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Foto: REUTERS

Vio rota en pedazos la oportunidad de ganar una de las pocas piezas que faltan en una colección histórica: el oro olímpico. Si no era su última oportunidad, sí la mejor y más clara

Un baño de lágrimas. El rostro desencajado y la absoluta soledad camino del vestuario. Una de las imágenes del año en el tenis y, con toda seguridad, de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. Novak Djokovic, el indiscutible número uno mundial, gran dominador actual del circuito masculino y referencia transversal del deporte (reconocido en 2015 y 2016 con el Premio Laureus al mejor deportista masculino, un galardón que reconoce los méritos anuales de los competidores), se marchó de la cita olímpica con una amargura inesperada. Derrotado por un imperial Juan Martín del Potro, idéntico verdugo que ya le arrebatara el bronce en Londres 2012, vio rota en pedazos la oportunidad de buscar una de las pocas piezas que faltan en una colección histórica: el oro olímpico. Si no era su última oportunidad, en plenitud profesional sí pareció la mejor de las restantes para abordar la misión.

Más allá de lo simbólico que encerró la imagen, un líder padeciendo la amargura de una derrota de la que nadie escapa, la reacción del serbio subrayó una realidad en ocasiones cuestionada. Fue la manifestación del síntoma: la importancia de la cita olímpica para un tenista. Un gesto que sirve para echar por tierra una teoría extendida: si bien es cierto que el prestigio de una medalla de oro puede situarse a la sombra de un Grand Slam, los pesos pesados del vestuario valoran en grado sumo la posibilidad de coronar la cita más puntual del calendario. Y con mayor motivo queda expresada esa pureza en 2016: sin puntaje para los ‘rankings’, desprendidos de todo interés personal más allá de la gloria deportiva, las lágrimas de Djokovic humanizan al mito y encumbran el peso de la cita.

El legado de Agassi

Y las palabras de Novak, expresadas todavía en caliente y dejando fluir toda la emoción a flor de piel, no sirvieron más que para subrayar la impresión dada. El balcánico, un jugador que ha cedido hasta ocho finales de Grand Slam, que sufrió lo indecible hasta levantar por fin en 2016 su primera corona de Roland Garros, no dudó en colocar el partido como una de las experiencias más dolorosas de su carrera profesional. Repasando amargamente la experiencia vivida en un torneo donde llegaba como principal candidato para la victoria. Pocas veces se vio, y de manera muy puntual en su actual época de dominio, un lenguaje gestual tan sufrido sobre la figura del balcánico. Completamente superado por la violencia de golpeo de Juan Martín, un jugador torturado por las lesiones en los últimos años que salió a romper cada pelota bajo la noche de Río de Janeiro.

El llanto desconsolado del serbio, el abrazo deportivo posterior en la red a Del Potro y la despedida cabizbaja del torneo representaron los valores olímpicos en su máxima expresión: respeto, educación y búsqueda de la excelencia.

La consecuencia del estreno fallido es evidente: si Novak quiere colgarse la medalla de oro individual en unos Juegos Olímpicos, si quiere optar a un palmarés absolutamente completo e igualar lo que hasta ahora únicamente logró Andre Agassi (los cuatro grandes, la Copa Davis, el Masters y la presea dorada), tendrá que poner la mirada en Tokio 2020. Todo un reto ante el paso del tiempo: si en la Era Abierta los 26 años marcan la barrera de los campeones olímpicos más veteranos (Andre Agassi en Atlanta 1996, y Yevgeny Kafelnikov en Sidney 2000), el balcánico llegaría a la siguiente cita con 33 años de edad.

En Río de Janeiro, donde los deportistas compiten con la ilusión de un niño, las lágrimas del mejor tenista de la actualidad como evidencia: incluso los más fuertes, hasta en disciplinas donde los Juegos Olímpicos puedan no ser la cumbre, darían cualquier cosa por morder la mejor presea.