Pierre Dardot: “Las guerras civiles del neoliberalismo son guerras totales”

El filósofo y sociólogo francés es una de las voces más lúcidas en la crítica al neoliberalismo, y un pensador clave de la izquierda radical. Profesor en la Universidad París Nanterre y miembro de L’Archipel des idées, desafía las lógicas del capitalismo global desde una mirada que combina a Marx, Hegel y Foucault con el pensamiento democrático emancipatorio. Autor de obras fundamentales, propone un comunismo no estatista, basado en la gestión colectiva de los bienes comunes, y una democracia primordial que supere el neoliberalismo como “racionalidad totalitaria”. En su último libro, “La opción por la guerra civil”, analiza el vínculo entre el neoliberalismo y la violencia política. En estos extractos de una entrevista realizada por Jorge Fontevecchia, reflexiona sobre las alternativas al capitalismo y el rol de los movimientos sociales en la construcción de un futuro posneoliberal. Señala cómo el fenómeno libertario local (argentino) se inserta en una oleada global de ultraderecha neoliberal y afirma: “Javier Milei ha sido capaz de situarse a la vanguardia del giro de la extrema derecha”
¿Por qué eligió ‘guerra civil’ en lugar de la competencia o la lucha de clases?
Es una muy buena pregunta, en efecto, porque la noción de guerra civil puede parecer un poco exagerada. Puede percibirse, en definitiva, como una exageración retórica, mientras que, desde nuestro punto de vista, se trata de un concepto que hay que tomar en serio. Pero no en el sentido clásico y tradicional del término. En el sentido tradicional, se trata de un conflicto dentro de un Estado que adopta la forma de un enfrentamiento entre dos ejércitos. Puede ser el caso de otras situaciones, pero no es en ese sentido que hablamos de guerra civil. Nosotros hablamos de guerra civil en el sentido en que Foucault decía que la guerra civil es consustancial al ejercicio del poder. Y con eso no se refería en absoluto a la idea de un enfrentamiento armado entre dos bandos. Era algo completamente distinto. Era la idea de que el ejercicio del poder implicaba, en cierto sentido, la guerra civil. Con los dominados, con los subalternos, con las personas que eran precisamente víctimas de la opresión. Y es más bien en ese sentido. Eso se encuentra en un texto de Foucault de 1973, que se llama La sociedad punitiva. Y es en ese sentido muy preciso que hemos retomado justamente el término. No en absoluto en el sentido tradicional.
Y más allá de la exageración, ¿es posible decir que hay una guerra civil invisible o silenciosa? ¿Y dónde y cómo se combate esa guerra?
Muchas veces la gente considera, especialmente desde la oposición, que hay que resistir a la ofensiva del neoliberalismo, es decir, a las políticas de guerra civil, pero que esa resistencia debe darse en un sentido muy defensivo y mínimo, y creo que eso es un error. Por una razón muy simple: las guerras civiles del neoliberalismo son guerras totales. Es decir, son guerras que son al mismo tiempo guerras culturales, guerras económicas, guerras sociales, guerras jurídicas también –lo que se ha llamado lawfare–, guerras contra las minorías, guerras contra el feminismo, guerras contra la naturaleza y contra el medioambiente. Por eso, hay que tomar en cuenta este carácter total para comprender que, precisamente, la resistencia también debe ser total. No se puede, por ejemplo, escoger un solo aspecto y decir: vamos a combatir la guerra cultural o la batalla cultural que lleva adelante el neoliberalismo sin ocuparse de la cuestión de la igualdad social. Hay que tener en cuenta ambos aspectos, porque esa es justamente la trampa que tiende el neoliberalismo. Es llevar a la oposición a un terreno que le es propio, precisamente el de la batalla cultural. Y en ese momento, estás atrapado. Y haces, por ejemplo, lo que hicieron los demócratas estadounidenses con respecto a Trump, y se equivocaron, que fue precisamente desentenderse por completo de la cuestión de la igualdad social y centrarse únicamente en la dimensión cultural. Diciendo: “¿ven?, nosotros somos abiertos, protegemos los derechos de las minorías, defendemos los derechos, etc.”, pero sin plantear nunca la cuestión de la igualdad social o de la igualdad económica. Y eso es un error terrible.
¿Cómo explica este crecimiento o emergencia de la extrema derecha, la más radical de todas?
Ésta es una pregunta que implica remontarse a la historia del neoliberalismo. Porque hay un primer período en la historia del neoliberalismo que es un período de neoliberalismo globalista, por así decirlo, con los acuerdos comerciales, con la voluntad de establecer marcos que permitan el intercambio, por ejemplo, económico entre diferentes países. Y ese neoliberalismo globalista entra en crisis con lo que ocurrió en 2008. La crisis de 2008 es, en ese sentido, una verdadera ruptura. En el plano social y económico, en el plano político, la respuesta se retrasa, es decir, que la respuesta aparecerá en 2015, 2016, 2017, principalmente con la elección de Trump, por supuesto su primer mandato, pero también con el Brexit en Europa. Entonces, eso marca ya la aparición de una forma de populismo de derecha, si se puede decir así, que comienza a tomar distancia con respecto al globalismo y afirmar que hay que ser soberano dentro de los límites de la Nación y, por lo tanto, no aceptar los acuerdos globales, en particular los acuerdos comerciales. Esa ya era la posición de Margaret Thatcher, hace mucho tiempo, a comienzos de los años ochenta, cuando decía: combatimos la burocracia, por ejemplo, de Europa, y queremos defender la soberanía que es la del Reino Unido. Y ella consideraba que no había contradicción entre ambas cosas, en absoluto. Y a partir de 2015, 2016, 2017, se produce una especie de cambio, en el que muchas personas dentro del campo neoliberal comienzan a cuestionar el carácter, digamos, multilateral. Y esto no se manifiesta de inmediato de manera violenta, sino que se manifiesta en un primer momento a través de referencias que oponen al pueblo con el establishment. Y el pueblo se convierte en ese momento en la voz que hay que interpretar a toda costa para saber qué política adoptar. Después, esto irá más lejos, será mucho más radical. Pero al principio, en 2016, 2017, todavía no es tan radical como ahora.
En América Latina, tenemos un antecedente de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, que fue el gobierno de Pinochet en Chile.
Me parece que, en América Latina, la situación que fue creada por el golpe de Estado de Pinochet, en septiembre de 1973, es una situación totalmente nueva. Porque hubo, por supuesto, episodios de violencia, intentos de golpe de Estado en América Latina. Pero aquí, por primera vez, tenemos una dictadura militar, no cívico-militar, como se dice por ejemplo en Argentina, sino puramente militar, ya que es dentro del propio ejército donde van a aparecer las divergencias. Por ejemplo, tienes una divergencia entre Pinochet y el almirante, no recuerdo su nombre, que fue uno de los iniciadores del golpe de Estado, particularmente en Valparaíso. En esta época, entre 1973 y 1975, hay discusiones dentro de la junta militar sobre la cuestión de qué dirección tomar. Y en 1974, es Pinochet quien arbitra la discusión y dice que ahora se debe adoptar la política de los Chicago Boys. Por lo tanto, les pide a los Chicago Boys que fueran, que asuman la dirección de la economía, y comienzan a aplicarse las primeras medidas.
Ahora, Hayek estuvo en Santiago de Chile y se reunió con Pinochet.
Sí, totalmente. Hay varios representantes del neoliberalismo, pero el más importante, en efecto, es Hayek, quien incluso da entrevistas a El Mercurio, el diario conservador más importante. Y es en ese periódico donde llega a decir: prefiero una dictadura militar que sea favorable a la economía liberal antes que personas que sean demócratas, pero hostiles a la economía liberal. Esa es una declaración famosa.
¿Y qué papel podría desempeñar la inteligencia artificial en esta guerra?
Esta inteligencia artificial puede desempeñar hoy un papel muy importante. Es fundamental comprender bien los mecanismos de la inteligencia artificial, en la medida en que se trata, ante todo, del uso masivo –a una escala sin precedentes– de datos en cantidades increíbles que la inteligencia artificial es capaz de procesar. Pero, tampoco en este caso la inteligencia artificial es neutra, porque se trata, a través del tratamiento de datos, de poder predecir los comportamientos y las conductas. Eso es muy importante. La dimensión predictiva es hoy absolutamente decisiva. Se habla, por ejemplo, de policía predictiva, de medicina predictiva, de justicia predictiva, y todo eso proviene de la inteligencia artificial. Por ejemplo, uno podría preguntarse, si es juez: ¿vale la pena condenar a esta persona a prisión si los algoritmos de la inteligencia artificial me indican que no cambiará su conducta? Y entonces, en ese momento, uno puede verse llevado a renunciar, es decir, pensar que no vale la pena condenarlo. Y entonces, la pregunta que se plantea es la de saber cómo se lucha. Y ese terreno debe ser ocupado, pero de una manera bastante, ¿cómo decirlo?… hay que considerar que lo esencial es la fabricación, el diseño de los algoritmos. El terreno de batalla privilegiado que, en mi opinión, debe ser el de quienes se oponen al neoliberalismo bajo todas sus formas hoy en día, es el de la fabricación, el diseño de los algoritmos. Hay una gran cantidad de sesgos; pueden ser sesgos sexistas, pueden ser de otro tipo, incluso sesgos racistas, etc. Y una vez que el algoritmo está diseñado, después ya no se puede hacer nada. No se pueden modificar los algoritmos, solamente se puede hacer un uso distinto de ellos.