COP30: ocho razones económicas que frenan a los países a la hora de asumir compromisos climáticos ambiciosos

El cambio climático es uno de los mayores retos de la sociedad. Sin embargo, a pesar de que se han sucedido varias cumbres mundiales para afrontarlo, como la que se está celebrando estos días en Brasil (la COP30, todavía no se han tomado las medidas necesarias para mitigar su avance con la suficiente rapidez y efectividad.
Si los Estados conocen los cambios que deberían llevar a cabo y la gravedad e implicaciones de no hacerlo, ¿por qué los compromisos que han llegado a alcanzar dichas reuniones son tan exiguos?
En la COP del año pasado, el gran logro fue consignar menos de tres milésimas del PIB mundial para ayudar a los países en desarrollo (300 000 millones de dólares anuales) en la lucha contra el cambio climático. En el 2025, se plantean 30 objetivos clave.
Gran parte de la contradicción entre lo que los negociadores piensan que es necesario y lo que finalmente rubrican no tiene nada que ver con la ciencia climática, sino con cuestiones políticas y económicas. Estas son algunas de ellas:
1. Asimetría entre los costes y los beneficios
Existe una clara asimetría entre los compromisos que cada Estado habría de asumir y los beneficios que podría obtener. Aplicar medidas ambientales que limitan la producción o aumentan los costes no garantiza, en modo alguno, que un país vaya a obtener unos réditos económicos equivalentes a corto plazo.
El caso de la Unión Europea, quien más ha avanzado en esos compromisos, es paradigmático: diversos actores la acusan de estar autopenalizándose y perdiendo competitividad frente a terceros al asumir mayores compromisos que otros.
2. Diferencias en la capacidad de influencia
Existe un conflicto entre los intereses de diferentes actores con distinta capacidad de influencia. Por una parte, existen intereses contra la aplicación de políticas que modifiquen el escenario productivo, mientras que, por otra, hay gran cantidad de individuos y organizaciones partidarios de actuar frente al cambio climático.
La balanza se inclina hacia quienes defienden algo muy propio y a lo que dan prioridad. Por ejemplo, las “cuatro grandes” petroleras” ejercen su influencia continuamente y con grandes medios (investigación, comunicación, lobbying…). Mientras tanto, millones de personas con gran interés por el clima difícilmente pueden influir en las COP. Sólo lo hacen débilmente, representados por los grupos medioambientalistas, que tienen gran voluntad, pero también mucha dificultad para lograr imponer acuerdos.
3. Impopularidad de las decisiones
Los plazos para el ejercicio político son limitados en el tiempo. Quienes pueden tomar decisiones para obtener un beneficio social diferido ven cómo la opinión pública juzga severamente las restricciones aplicadas. Conscientes de la impopularidad de medidas que afectan, finalmente, a la vida cotidiana (impuestos, cambios de vehículos, exigencias en edificación, obligaciones para agricultores, etc.) muchos decisores evitan, por impopulares, decisiones de calado.
4. Diferencias entre países ricos y pobres
Hay situaciones y argumentos de todo tipo para defender diferentes posturas frente al reparto de los esfuerzos necesarios. Si partimos de una cantidad máxima de emisiones “aceptable”, repartir esa potencial contaminación entre los Estados lleva a enfrentamientos.
Los países más ricos contaminan más, y plantean reducciones sobre la cantidad de emisiones que vienen realizando. Los más pobres argumentan que ellos no han provocado el problema y que ahora es su turno de crecer como hicieron otros durante mucho tiempo. Esto llevaría a que países con baja renta dispusiesen de mayores cuotas de contaminación que quienes ya crecieron sin restricciones, algo que no aceptan los países desarrollados.
5. Medidas costosas
Es necesario aplicar las mejores alternativas para minimizar las emisiones perniciosas, pero eso entraña un coste. ¿Cómo afrontar ese incremento de presupuesto para infinidad de complejos industriales, medios de transporte, sistemas de acondicionamiento de la temperatura, etc.?
En muchas ocasiones, los Estados ricos han planteado canalizar financiación para usar la mejor tecnología, pero la concreción presupuestaria ha sido insuficiente. Por otro lado, no es fácil que los países con menos recursos estén dispuestos a aceptar compromisos de modernización que pueden suponerles un grave quebranto directo.
6. Dudas sobre la efectividad de las políticas
Ha empezado a surgir una seria duda sobre la efectividad de las medidas que pudieran tomarse. El incremento de temperatura que se ha producido puede haber sobrepasado el margen en el que cabría maniobrar. Pero también constituyen un lastre las experiencias fallidas, o que se perciben como tales.
Hay un enorme debate en la Unión Europea sobre el coche eléctrico, por ejemplo. También se ha visto cómo imponer penalizaciones al transporte marítimo por sus emisiones ha supuesto que muchos buques fondeen ahora primero en el norte de África, desde donde vienen después, para minimizar el recorrido por el que se les imponen pagos ambientales.
7. Falta de perspectiva global en las cumbres
Podemos subsumir muchos de los puntos anteriores en el talante y la técnica de quienes participan en las conferencias climáticas. La propia dinámica de la negociación lleva a que cada cual intente jugar sus bazas en la forma que más le favorezca, ganando ventaja en función de las percepciones respecto al posicionamiento de otros interlocutores. Dicha actitud propicia la pérdida de una perspectiva global y hace aún más complejo cualquier acuerdo.
8. Discontinuidad de los gobiernos
Finalmente, cabe glosar multitud de cuestiones que no están tan directamente relacionadas con las negociaciones, pero que configuran un entorno del que no se pueden sustraer quienes representan a los Estados.
La discontinuidad en los Gobiernos facilita que se interrumpan los acuerdos que supongan algo nuevo. En tal sentido, fue determinante la investidura de Donald Trump en Estados unidos a comienzos del año 2017, quebrando el mayor progreso logrado hasta entonces.
Además, la percepción social de numerosas consecuencias indeseadas, el desplazamiento de las empresas menos eficientes en la producción (que no serían capaces de competir en el nuevo escenario), la necesidad de replantear todo un modelo vital (energía, ordenación del territorio, transportes, materiales…), así como los sistemas productivos y las pautas de consumo, contribuyen a forjar un ánimo continuista.
¿Será diferente la COP30?
El clima no está mereciendo el debido cuidado por el conjunto de los Estados, cuyos Gobiernos actúan condicionados por las cuestiones apuntadas. Además, no existe una organización internacional que pueda asumir el liderazgo. Si una parte de los países no aplicase medidas, podrían atraer las actividades más perturbadoras, debilitando el resultado total. Como excepción a la desidia, la Unión Europea ha intentado liderar el proceso, pero no ha logrado que otros la sigan.
Esperemos que la COP30 tenga mejores resultados que los episodios precedentes. La sociedad ya es consciente de algunas consecuencias de la inacción y esto podría suavizar las aristas de los argumentos en los que he condensado el origen de las posposiciones. Pero no debemos ignorar la realidad socioeconómica y política, que influye decisivamente.
El desafío es ganar perspectiva, tener una visión holística y comprender la interdependencia –entre el medio ambiente y la economía, los países del norte y los del sur, los consumidores y los productores, etc.– para salvar las dificultades.
Este artículo fue publicado originalmente por The Conversation












