economía oculta: cuando las casas se transforman en talleres
“Esteban Justiniano. Ajedrez”, está escrito en un cartelito, al lado un timbre, en un garaje de una calle de Miraflores. Son las 14:50 de un martes. Un minuto después de presionar el botón abre la puerta don Esteban, un hombre de 68 años. Tiene sonrisa amplia y estatura media. “Adelante, acá está mi taller”, invita, mientras cierra la puerta de calle.
Al entrar a su cuarto, más de 200 tableros de ajedrez hechos de madera se vislumbran en las paredes. En una mesita casi desvencijada reposan alfiles negros y blancos, alrededor de unas 60 piezas recién lijadas.
Él, como varios manufactureros del país, trabaja desde su hogar. No tiene una factoría ni tienda donde vender sus productos. Suele comercializar sus creaciones ofreciéndolas ambulando por las oficinas.
Según la primera encuesta a las micro y pequeñas unidades productivas dedicadas a la manufactura -realizada por Pro Bolivia y el Instituto Nacional de Estadística- este sector, que se denomina de “economía oculta” o no visible, representa el 47% del total.
“La economía oculta se refiere a esas miles de personas que trabajan en sus hogares y que, en su mayoría, no están registradas en ninguna institución pública. Además, pueden o no estar afiliadas a alguna organización de micro o pequeños productores”, afirma el director de Pro Bolivia Javier Escalante Villegas.
Las piezas en el tablero
Las jornadas de don Esteban inician a las seis de la mañana. Mientras amanece, él desde su cama, recorta paños en formas circulares para pegar debajo de las piezas. El trabajo lo realiza con calma, “ficha por ficha”. Confiesa que es una labor morosa pero a la vez se jacta de ser el único que realiza tableros y fichas de ajedrez de forma tradicional.
Al no tener una tienda donde ofrecer sus productos, destina parte de su tiempo a visitar empresas privadas e instituciones estatales para ofrecer sus creaciones. Relata que el 80% de lo que vende es a crédito, ya que mucha gente “se enamora” de los tableros por el trabajo “fino”; aunque sabe que no es lo mejor para su economía “dar al debe”.
“Más de 300 personas me deben… desde cinco hasta 4.000 bolivianos. Hay que ir a cobrar, gasto en pasajes, pierdo tiempo, hay gente malintencionada”, asegura.
Esteban comenta que desde 1987 vendió más de 5.000 tableros. Su ganancia mensual oscila entre los 1.400 y los 2.000 bolivianos, siempre dependiendo de cómo le vaya con la oferta ambulante. Recuerda que hace cinco años trajo la última camada de madera momoqui (para las piezas negras) y jorori (para las blancas) del norte paceño.
Si bien está tranquilo, porque no marca tarjeta ni cumple horarios de oficina, es consciente de que esta actividad en el futuro no podrá legarla a sus hijos ya que son profesionales. “Cuando se acabe la madera voy a parar”, dice con expresión de satisfacción por la labor que realiza.
Una vida en las telas
Debajo del sombrero negro, aparecen los cabellos platinados de don Luis Vera. Él se define como técnico en tejido manual con ayuda de telares. Dedicó 60 de sus 80 años de vida a construir estas máquinas para tejer y recuerda que a lo largo del tiempo capacitó y formó a mucha gente en este oficio. Hoy, desde su hogar en el barrio Madrid de Villa Adela, confecciona mantas, bufandas y cualquier prenda de vestir hecha con hilo de alpaca.
El taller principal de unos 20 metros cuadrados tiene dos telares de su creación y en uno de ellos, trabaja Faustina Velarde.
Ella, mujer de unos 60 años, acompaña a don Luis desde hace 20 en la confección de las diferentes prendas. Su ganancia está entre los 25 y 30 bolivianos por pieza terminada, monto que le paga don Luis. Al día, recauda entre los 90 y 110 bolivianos.
Luego de trabajar desde la década del 60 en fábricas como la Forno y la Soligno decidió en 1985 emprender con su propio taller. Desde entonces se dedica a la fabricación de sus telares, además de la capacitación de nuevos tejedores y a “salir adelante desde adentro”. Es decir, desde su hogar.
Mientras muestra cómo funcionan los pedales de madera de uno de los telares, comenta que por mes gana en promedio unos 3.000 bolivianos. Las ferias son sus principales canales de comercialización además de tarjetas de presentación que reparte cuando conoce gente.
“He debido hacer miles de mantillas en mi vida”, relata eta persona. Recuerda que hace cinco años le encargaron desde Seattle, Estados Unidos, 1.200 mantillas de alpaca.
“Es muy bonito y es muy sencillo este trabajo que hago. Lo que gano me alcanza cabal porque yo soy sola”
Faustina Velarde teje mantillas de alpaca en un taller particular.
“Tengo en proceso de elaboración 40 tableros de ajedrez. Debo tener materia prima para unos cinco años más”
Esteban Justiniano (68 años) fabrica tableros y fichas de ajedrez.
“Tengo alumnos que trabajan en Viacha o Charaña. Alguna vez ellos me han ayudado en un pedido grande”
Luis Vera (80 años) fabrica telares y hace mantillas.
“Una característica importante a destacar es que son trabajadores de muy baja productividad porque operan con bajo capital”
Armando Méndez, economista
“La economía oculta se refiere a esas miles de personas que trabajan en sus hogares y que no están registradas”
Javier Escalante, director ejecutivo de Pro Bolivia