El 2019 fue considerado, por la mayoría de los think tanks internacionales como “el año de las protestas”. Chile, Ecuador, Colombia, Puerto Rico, México, Hong Kong y Líbano fueron algunos países con multitudinarias protestas. En ningún think tanks aparece Bolivia que en los dos últimos años es curiosamente más inestable que en los 14 anteriores. Quizá los laboratorios de ideas consideran la inestabilidad boliviana menos seria que el aumento del billete del Metro o el impuesto a WhatsApp; Bolivia no figura en el análisis, a pesar del clima inflamado por la polarización. De manera general, se puede decir que al malestar heredado de estos últimos dos años se suma la incertidumbre, el miedo a lo que viene y el descontento.
¿Y qué esperar del 2021? Los mismos think tanks dibujan un panorama desolador en especial en América Latina con el aumento de la pobreza, la desocupación y la desigualdad. Apuntan los siguientes rasgos marcantes:
Una sociedad nerviosa. A los problemas no resueltos de 2019 se suma la fatiga pandémica. Ya no hay solo miedo, hay ira y desconfianza hacia el futuro. A los Gobiernos les quedará muy poco margen para el error. Deberán afrontar los desafíos del proceso de vacunación y la reactivación económica bajo una estricta vigilancia ciudadana.
¿Quiénes protagonizarán las protestas? Se cree que una generación que no se identifica con partidos políticos, ni con liderazgos interesantes tiene sus propios dilemas, sobre todo un futuro que es sinónimo de incertidumbre, no de progreso, acumulará necesariamente descontento. La crisis que viene es generacional y la falta de credibilidad en los espacios de gobernabilidad.
De lo colectivo a lo conectivo. En los últimos años se ha registrado un crecimiento notable de la incidencia digital en el activismo. La tecnopolítica ocupará lugar como alternativa organizativa, como instrumento de acción y como eficacia comunicativa.
La era de la ira. Hace unos años se advertía el hecho de que la violencia se había vuelto “endémica e incontrolable” y hay quienes relacionan la pandemia con una nueva “era de la ira”. El Deutsche Bank, en su informe estratégico de principios de año, habla de la “era del desorden”.
Las protestas líquidas. Y, por último, las protestas seguirán siendo líquidas, sin un liderazgo claro con el que dialogar y sin una única reivindicación, lo que dificulta la gestión del conflicto y los procesos de negociación, y obliga a explorar nuevos mecanismos de resolución. Cuando la insatisfacción no encuentra un cauce institucional y no hay oferta política capaz de representarla, la protesta es la propuesta y el atajo autoritario o populista puede encontrar un ecosistema fértil. Y en este contexto, los desafíos para la gobernabilidad son muchos y profundos.
Comprender las causas estructurales e inmediatas del malestar, desarrollar mecanismos de escucha para anticipar y desactivar brotes de descontento, gestionar las emociones para evitar el desborde y avanzar en la administración democrática del cambio y la demanda social son algunos de los muchos objetivos que tendrán por delante los Gobiernos y los actores políticos y sociales latinoamericanos. La democracia será una respuesta en la medida que genere interacción con la sociedad civil.
2021 se perfila un año de tensión al límite.