Durante los últimos años, el clima político en Estados Unidos ha cambiado dramáticamente respecto a Cuba.
Luego de estar congelado el debate sobre el tema, dada la importancia de la Florida en las elecciones nacionales y el peso del lobby cubano-americano, se observa un consenso emergente entre políticos, empresarios, intelectuales, medios, líderes cívicos y ciudadanos del común sobre la necesidad de un cambio de estrategia hacia la isla.
Dos encuestas realizadas este año por el Atlantic Council y la Florida International University confirman que una amplia mayoría de la población estadounidense favorece la normalización de las relaciones con Cuba y el levantamiento de las restricciones sobre el comercio y los viajes, al tiempo que considera que el embargo no ha funcionado.
En el caso de la ciudad de Miami, donde reside la mayoría de los cubano-americanos, los niveles de apoyo son aún mayores que el promedio nacional. Esta transformación en la posición de quienes antes constituían el principal inamovible se refleja en el caso del barón mundial del azúcar y antiguo financiador del movimiento anticastrista, Alonso Fajul, quien recientemente confesó al Washington Post que había hecho varias visitas a Cuba y que veía allí opciones atractivas de inversión. En una carta reciente al presidente Barack Obama, 50 pesos pesados del mundo político y el sector privado, incluyendo a Fajul, piden que se acelere el rapprochement bilateral.
Aunque muy significativo, no es del todo sorpresivo entonces el editorial publicado este fin de semana por el New York Times, pidiendo el fin de la anacrónica política estadounidense. Además de resaltar los cambios en las estrategias de Washington y La Habana que hacen viable la reanudación de relaciones diplomáticas y el levantamiento del embargo, el diario invita a considerar el costo económico de no hacerlo. En la práctica, el embargo es un bloqueo contra Estados Unidos mismo, ya que impide que éste aproveche las oportunidades generadas por la apertura cubana de la misma forma que lo están haciendo otros como la Unión Europea o Brasil, que va reemplazando a Venezuela como socio inversionista en distintos proyectos de infraestructura, como el megapuerto de Mariel.
Solamente dentro del contexto descrito puede descifrarse la invitación del presidente Juan Manuel Santos, durante su reciente participación en la Asamblea General de la ONU en Nueva York, a que Estados Unidos reformule el embargo y flexibilice su política hacia Cuba. El pronunciamiento, realizado en el contexto de un foro sobre la inversión extranjera en Colombia, fue atribuido por algunos al deseo de Santos de devolverles el favor a los hermanos Castro por su papel en el proceso de paz con las Farc.
Sin embargo, hay otra lectura más convincente. Puede ser que Santos, un aliado incondicional de Washington en América Latina, y por ello una de sus voces más escuchadas, esté buscando reforzar el coro bipartidista y pluriideológico en el interior de Estados Unidos, y actuar como facilitador externo para que un viraje en la política de Obama tenga mayor justificación ante sus críticos republicanos. Con miras a la próxima Cumbre de las Américas, de abril de 2015 en Panamá, en la que el continente entero (y el secretario general de la OEA) ha reclamado la presencia de Cuba, y la asistencia (o no) del presidente estadounidense puede constituir un punto de inflexión en la interacción con la isla, se trata de una jugada sugestiva.
Arlene B Tickner, doctora en filosofía por la Universidad de Miami