Alemania expulsa al jefe de la CIA en Berlín
El escándalo del espionaje que cada día aleja un poco más a Washington de Berlín se ha cobrado su primera víctima. El Gobierno de Angela Merkel exigió el jueves que el jefe de los servicios de espionaje en Alemania abandone el país. Es solo un gesto, pero un gesto lleno de significado y que da una idea del enfado fenomenal que recorre todos los estamentos de la clase política y judicial alemana: de ministros a diputados pasando por la fiscalía, el presidente de la República, Joaquim Gauck, y la canciller Merkel.
Después de que en menos de una semana salieran a la luz los casos de dos alemanes -un agente de los servicios secretos y un militar- que vendían información a Estados Unidos, Merkel sufría una presión cada vez mayor para que actuara. Y al fin lo ha hecho. El encargado de anunciar la petición de salida del responsable del servicio secreto estadounidense fue el diputado democristiano Clemens Binninger. Alemania toma esta decisión “como reacción al largo periodo en el que la colaboración para pedir explicaciones no ha funcionado”, dijo Binninger, presidente de la comisión parlamentaria que investiga las escuchas estadounidenses.
Poco después, el portavoz de Merkel confirmaba la petición al representante americano de abandonar suelo alemán, una medida insólita en los últimos 15 años. La propia jefa de Gobierno, que el día anterior había guardado silencio sobre el nuevo caso de espionaje destapado por la fiscalía federal, criticó las prácticas de los estadounidenses por considerarlas en última instancia una “pérdida de energía”. “Durante la guerra fría podía ser normal que hubiera desconfianza entre unos y otros. Pero estamos en el siglo XXI. […] Tenemos muchos problemas, deberíamos centrarnos en las cosas importantes”, arremetió Merkel.
Con este paso, Merkel logra calmar momentáneamente la indignación que estos días han mostrado tanto destacados ministros como, en mayor medida, los líderes de la oposición y los medios de comunicación. Los portavoces gubernamentales llevaban una semana aferrándose a la necesidad de conocer los resultados de la investigación judicial para tomar medidas. Pero esta estrategia de ganar tiempo parecía ya inviable el miércoles, cuando apareció un nuevo espía. Fuentes militares aseguraron entonces que este segundo caso era mucho más importante que el agente doble descubierto la semana pasada.
El centro de atención se había desplazado en los últimos días hacia Merkel, la única persona capaz de tomar una decisión que mostrara a los estadounidenses su enfado. “Ya basta”, titula en portada Die Zeit, uno de los órganos de la intelectualidad alemana. “Queridos americanos, ¿cómo podéis ser tan tontos de reclutar como agente doble a un empleado de los servicios secretos alemanes y dejaros pillar? ¿No os bastó con el enfado por la información que filtró Snowden? ¿Os da completamente igual que el antiamericanismo se extienda en Alemania, que aquí haya algo fundamental que puede romperse?”, se pregunta en su número de esta semana en su artículo de portada.
Palabras tan gruesas no se han oído estos días solo en la prensa o en la oposición. Un hombre tan cercano a Merkel como el ministro de Hacienda, el democristiano Wolfgang Schäuble, se explayó en el canal Phoenix. El hombre que ejerció como ministro del Interior a las órdenes de Helmut Kohl empezó recordando que gracias a la cooperación entre los servicios secretos de los dos países, Alemania había podido hacer frente a numerosas amenazas terroristas. Ello no significa, sin embargo, que los estadounidenses “deban ir reclutando a gente de tercera clase entre nosotros. Es tan estúpido que dan ganas de llorar”, concluyó.
La decisión de expulsar al jefe de los espías en la embajada estadounidense de Berlín ha sido saludada por muchos como un paso en la decisión adecuada. Tanto los socialdemócratas del SPD, socios de Merkel en el Gobierno de gran coalición, como la oposición de La Izquierda y de Los Verdes mostraron su satisfacción con la medida. Pero la presión para la canciller no va a aflojar. “Es urgente que el Gobierno tome más decisiones, como dejar de sabotear el trabajo de la comisión parlamentaria e invitar a Edward Snowden al Bundestag”, asegura el diputado verde Konstantin von Notz. “Si el Gobierno de verdad se tomara en serio la expulsión del jefe de los servicios secretos americanos, debería hacer lo mismo con cientos de espías de la NSA”, ironizaba ayer un artículo colgado en la web de Die Zeit.
EEUU no parece sorprenderse de la expulsión de su espía en Berlín
La Administración Obama encajó el jueves sin protestas públicas ni gestos de sorpresa el anuncio de expulsión del jefe de los espías norteamericanos en Berlín. Pero varias fuentes de la Casa Blanca recordaron que la relación bilateral, que incluye una colaboración estrecha en materia de espionaje, es beneficiosa no es sólo para Estados Unidos sino también para Alemania.
“Hemos visto las informaciones y no tenemos ningún comentario sobre una supuesta cuestión de inteligencia”, dijo en un correo electrónico Caitlin Hayden, portavoz del Consejo de Seguridad Nacional. “Sin embargo, nuestra relación de seguridad e inteligencia con Alemania es muy importante y mantiene seguros a alemanes y americanos. Es esencial que la cooperación continúe en todos los ámbitos, y seguiremos en contacto con el Gobierno alemán a través de los canales adecuados”.
El presidente Barack Obama no ha vuelto a hablar con la canciller alemana, Angela Merkel, desde el pasado jueves, antes de que se conociese la noticia de que un miembro de los servicios secretos alemanes trabajaba para la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Desde entonces, se ha conocido el caso de otro infiltrado.
No es la primera vez que el jefe de la CIA en una capital europea es expulsado por espiar al estado anfitrión. En 1995 el Gobierno francés expulsó a Dick Holm, un veterano agente de la CIA que ejercía de jefe de la delegación en París, y a cuatro agentes más.
Holm y sus hombres habían puesto en marcha una operación para acceder a las posiciones de Francia ante las negociaciones comerciales. El descubrimiento de la operación, de la que la embajadora de EE UU en París, Pamela Harriman, no estaba informada, colocó a EE UU en una situación “embarazosa” ante sus aliados, según las crónicas de la época, y llevó a la CIA a abrir una investigación interna sobre el caso.
La Casa Blanca quiere evitar ahora que la nueva disputa por el espionaje dañe la relación con Alemania, el socio europeo de referencia para EE UU. Después de que en otoño de 2013 se conociese que la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) pinchaba el teléfono de Merkel, Berlín intentó sin éxito negociar con Washington un acuerdo para limitar el espionaje mutuo.
“Seguimos en contacto con los alemanes en una multitud de aspectos, incluido a través de canales [de diálogo sobre] el cumplimiento de la ley y el orden público e incluso de inteligencia”, dijo Josh Earnest, portavoz de Obama, en respuesta a las preguntas de la prensa sobre la expulsión del espía norteamericano. “La fortaleza de nuestra relación de seguridad nacional con Alemania es importante para la seguridad nacional americana y también es importante para la seguridad nacional de los alemanes”.