Después del Infierno

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El perfil del “Monstruo de Ohio”. Casos similares de víctimas de secuestro, violación y torturas. Recuperación y consecuencias psicológicas de las víctimas.

Un paseo inocente que resultó ser un pasaporte al infierno. Así comienza la historia de terror que vivió Amanda Berry, ahora de 27 años, Gina DeJesus, 23, y Michelle Knight, de 32 años, secuestradas hace unos diez años por el ex conductor de autobús escolar Ariel Castro, de 52 años, en Cleveland, Ohio (EEUU). Durante todo este tiempo las chicas eran tratadas como esclavas sexuales. Inicialmente, vivían encadenadas y atadas en el sótano donde estaban sufrieron torturas psicológicas y violaciones. Más tarde, se les permitió habitar en la planta superior, donde las ventanas estaban cubiertas. Pero durante más de una década sólo podían ir a la yarda dos veces – y usando disfraces-. El calvario terminó el lunes 6 de mayo después de que un vecino escuchó los gritos de auxilio de Amanda y llamó a la policía.

Los detalles son estremecedores. Michelle le contó a la policía que quedó embarazada cinco veces, pero en todos los embarazos Castro la dejó pasar hambre y golpeó su vientre hasta que abortara. La obligó a que el nacimiento de la hija de Amanda, Jocelyn, ahora de seis años; concebida en cautiverio, en una piscina plástica en la noche de la Navidad de 2006. Castro amenazó matar a Amanda si la niña moría. En un momento, el bebé dejó de respirar y la joven le dio respiración boca a boca para reanimarla. “El monstruo de Ohio”, como se lo conoce a Castro, no dudó en capturar a Gina, amiga de su hija, Arlene Castro, de 14 años. “Estoy avergonzado y devastada por la noticia”, dijo Arlene, que vive con su madre y frecuentaba la casa de su padre. Mientras Castro mantenía a Gina encadenada, distribuía panfletos sobre su desaparición y llegó a convocar a la madre de la niña a una vigilia el año pasado. Y, en una muestra de sarcasmo y sadismo, celebraba los cumpleaños de las secuestradas con cena y torta especial. Una vez libres, las cuatro víctimas fueron hospitalizadas y a partir de ahora deberán enfrentar una difícil recuperación.

Historias similares

Han conmovido al mundo el caso de la austriaca Natascha Kampusch, que escapó después de ocho años en cautiverio y la de Elisabeth Fritzl, que fue encarcelada durante 24 años en el sótano de la casa donde fue violada por su propio padre. Son ejemplos de la dificultad de recuperarse y llevar una vida normal después de años de encarcelamiento y tortura. “Hay un componente fundamental que es la capacidad de resistencia de cada persona. Una combinación de la genética y la experiencia afectiva antes de la tragedia, lo que implica la relación con los padres, la fe, experiencias retadoras en la vida”, dice Stephen Joseph, miembro de la British Psychological Society y autor de “What Doesn’t Kill us” (“Lo que no nos mata”, en traducción libre), que describe el trabajo de recuperación después de la tragedia.

Lo principal es lo que la persona vivió durante el cautiverio. Si tuvo acceso al mundo exterior, aunque sea por TV o los periódicos, si estaba con otras personas, si recibía lo mínimo necesario, comida e higiene, todo eso será importante en el trabajo de recuperación. “Cuanto más respuestas a estas preguntas son afirmativas, mayores serán las posibilidades de una vida normal”, dice Peter Suedfeld, profesor de psicología en la Universidad de British Columbia, Canadá, especializado en la recuperación de las víctimas que han pasado por largos períodos de trauma.

En el infierno de Ohio, las jóvenes vivían inicialmente aisladas, pero después Castro permitió la coexistencia de todas ellas en el sótano. La hija de Amanda, nunca supo el nombre de Gina y Michelle. A veces Castro salía con la niña pero no quería arriesgarse a que hable demasiado. Para las tres salir de este infierno les deparará mundos diferentes. Amanda, por ejemplo, enfrenta la ausencia de su madre, Louwana Miller que murió de un infarto en 2006 con apenas 44 años. Según sus parientes sucumbió a la tristeza de no saber de su hija.  Durante tres años, Louwana fue implacable en esta búsqueda, participando en marchas y programas de televisión. Ya Gina, en su primera noche en casa, declaró que no pudo dormir en la habitación porque se acordó del cautiverio. Durmió en una cama inflable rodeada por la familia.

La descripción del secuestrador es otra tragedia terrible. En su perfil de Facebook, Castro se llama a sí mismo un hombre enamorado de motocicletas y por tocar el bajo. En su último mensaje, el 2 de mayo, establece que: “Los milagros suceden, Dios es bueno”. Él era reconocido como una persona tranquila que le gustaba jugar con los niños. Los vecinos dicen que fueron varias veces a su casa a parrilladas y que nunca vieron nada extraño. Sin embargo Castro tenía antecedentes penales. Fue arrestado por violencia doméstica. En 1993 fue arrestado después de haber golpeado a su mujer: luxación de hombro, rotura de varias costillas y la nariz de su ex esposa. “Soy una madre con dolor. Tengo un niño enfermo que ha cometido un crimen terrible”, dijo Liliana Rodríguez, madre de Castro, que tras el hallazgo esta preso y cuya fianza fue fijada en US $ 8millones. En la casa donde vivió durante 21 años, la policía encontró una carta, escrita en 2004, en la que se lee: “Soy un depredador sexual. Necesito ayuda”. El texto también reveló que había sufrido presuntos abusos de sus padres y un tío.

“Estas personas tienen una especie de doble personalidad. Son descritos como personas amables y, al mismo tiempo, tienen vidas aisladas. Son extremadamente egocéntricos y no tienen ningún remordimiento de conciencia por sus actos. Se trata de personas con trastornos de carácter grave e incurable, y que viven permanente en la zona entre la normalidad y la locura”, afirmó Guido Palomba, psiquiatra forense y autor de “El Libro de los psicópatas”.

Palomba también apunta un rasgo común entre este tipo de criminales: la convicción de que no hacen daño a sus víctimas. Creen que los tratan bien, les dan regalos, casa y alimentos. El verdugo de la austríaca Natascha Kampusch, por ejemplo, le leía cuentos en su cama y le daba besos de buenas noches. Jugaban juntos juegos de mesa y le llegó a dar varios regalos como videojuegos y libros. Al mismo tiempo, la obligaba a la niña a realizar todas las tareas de la casa medio desnuda y al llegar a la pubertad, la obligaba a satisfacerlo también en la cama. Natascha se escapó, pero aún no se recupera de la tragedia. Hoy vive sola con su pescado y sus orquídeas, y tiene como mejor amiga a su peluquera. Similar camino parece seguir Michelle Knight, la joven estadounidense que más tiempo pasó en cautiverio: 11 años. Mientras Amanda y Gina celebraron el reencuentro con la familia, Michelle estaba sola en su cama. En una entrevista con “El País”, su abuela Deborah Knight dijo que su nieta no quería ningún contacto con la familia. “No entiendo por qué se niega a vernos”, dijo. Ella acababa de recibir a su hermano y a su hijo, Joseph Knight, resultado de una violación en la adolescencia.