EE UU juzga la era Trump en unas elecciones legislativas cruciales

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Estados Unidos parece haber regresado a noviembre de 2016. Las elecciones legislativas de este martes se han convertido en una suerte de presidenciales en las que Donald Trump vuelve a ser el candidato omnipresente y volcánico que agita la identidad y la inmigración. Si los republicanos pierden el control del Senado o la Cámara de Representantes, su agenda política quedará lastrada. Al otro lado, una carrera de candidatos demócratas de perfiles dispares, marcada por una inédita ola de mujeres, busca el contragolpe al trumpismo. Fracasar ante uno de los presidentes más impopulares y divisivos de la historia supondría una debacle. Este 6-N también es su plebiscito.

Una sensación de dejà vú envolvía el domingo por la noche el estadio McKenzie Arena de Chattanooga (Tennessee). “Tu pure, oh principessa, nella tua fredda stanza, guardi le stelle che tremano…” El aria Nessum Dorma (Que nadie duerma), música oficial de los mítines trumpistas de hace dos años, tronaba en el pabellón, trayendo del pasado aquel clima de entonces, el del advenimiento romántico de una liza crucial. Pero la vestimenta informal y colorida de los miles de asistentes a tal epopeya, con sus gorras rojas y sus sillas plegables, tenía un efecto anticlimático.

¿Por qué va a votar al Partido Republicano? “Porque Trump no es un político, es un millonario que no tendría por qué estar aquí, dice las cosas como son, ha arreglado la economía”, respondía sin titubeos la enfermera Riza Nichols, de 65 años, que viajó desde Alabama e hizo 10 horas de cola en la calle para entrar al estadio.

Los estadounidenses están llamados a las urnas para escoger a un tercio de los miembros del Senado, renovar toda la Cámara de Representantes y elegir a 36 de los 50 gobernadores de los Estados. Pero toda la campaña ha girado en torno a Trump. La expectativa de participación masiva a cuenta del voto anticipado registrado (34,5 millones, un 50% más que en 2014, según la CBS) se lee como un indicio de movilización demócrata y la historia está de su lado: las legislativas suelen suponer un castigo al partido en el poder. Las últimas, de 2014, azotaron a Barack Obama. Los republicanos recuperaron el Senado y ampliaron su mayoría en la Cámara baja. Esta vez, las encuestas dan como favoritos a los demócratas para hacerse con esta última, pero lo tienen difícil en el Senado.

El resultado es crucial dentro y fuera del país. En poco más de año y medio en la Casa Blanca, Trump ha impuesto un orden disruptivo. A escala internacional, ha roto con todos los grandes pilares de la política exterior de Barack Obama y se ha divorciado de sus viejos aliados. En la economía, ha aprobado la rebaja de impuestos más aguda desde Reagan y puesto en marcha una guerra comercial con la segunda potencial mundial, China. A nivel social, ha roto todos los códigos no escritos de la política, ha normalizado el insulto público, ha equiparado a neonazis con activistas contra el racismo y ha tratado de recortar derechos al colectivo LGTB. Un cambio de mayoría en las cámaras legislativas supondrá un contrapeso al poder presidencial y maniatará parte de su agenda.

A Trump y los republicanos les sonríe la economía, en medio del que puede ser el ciclo expansionista más largo desde que se tienen registros, pero tal vez por aquello de que las buenas noticias movilizan mucho menos que las malas, el presidente ha fiado el fuerte de su campaña al discurso contra la inmigración y escogido como ogro la caravana a de miles de inmigrantes centroamericanos que trata de cruzar México para llegar a Estados Unidos, el país con pleno empleo. “Si quieren más caravanas y más crímenes, porque lo uno va con lo otro, voten a los demócratas; si quieren fronteras fuertes y comunidades fuertes, voten a los republicanos”, exclamó el domingo en Chattanooga.

Ha tirado, en resumen, del manual que le dio la victoria en las presidenciales, pero con un nuevo y sabroso ingrediente: su poder ejecutivo. En los últimos días se ha despachado con una batería de anuncios con aspecto de pura improvisación: ha amagado con acabar con la concesión de ciudadanía de todo aquel nacido en EE UU, algo de dudosa constitucionalidad que difícilmente podría llevar a cabo como orden presidencial; ha prometido una nueva rebaja de impuestos a las clases medias sin ningún detalle y ha enviado a la frontera sur a 5.200 soldados en activo, una cantidad similar a los desplegados en Irak, con el argumento de protegerse de la famosa caravana.

Los demócratas han intentado a duras penas que esta ofensiva no determine el tono de la campaña, pero Trump ha marcado la agenda informativa en los medios y relegado a un segundo plano otros debates, como los problemas del sistema sanitario estadounidense y todo lo derivado de las desigualdades, en los que sí puede salir vencedora la campaña demócrata.

El 6-N sirve como campo de pruebas de la estrategia a seguir para derrotar a Trump en 2020, si los candidatos más inclinados a la izquierda obtienen mejores resultados que los centristas, al margen de las particularidades de cada territorio. Hay varios modelos en liza, mientras el candidato al Senado Beto O’Rourke se atreve en la conservadora Texas con un programa marcadamente social y partidario del control a las armas, el aspirante del mismo partido por Tennessee, Phil Bredesen, ha defendido el controvertido nombramiento del último juez conservador del Tribunal Supremo, Brett Kavanaugh, pese a la acusación de abusos sexuales, y es del agrado de la Asociación Nacional del Rifle.

Estas elecciones son, asimismo, un examen al movimiento feminista, que verá si puede traducir su notoriedad en poder político, con un récord de 237 candidatas a la Cámara de Representantes, 23 al Senado y 16 a gobernadoras de Estados. Los comicios reflejan los nuevos tiempos del país, ya que tampoco a nivel de diversidad -de género, orientación sexual, raza y religión- tienen precedentes. Pero también los brotes de odio han hecho acto de presencia durante la campaña: un fanático de Trump fue arrestado el viernes 26 de septiembre por el envío de paquetes bomba a varios políticos y otras figuras detestadas por la derecha y, al día siguiente, un radical antisemita realizó una matanza de 11 judíos en una sinagoga de Pittsburgh.

Ha sido una campaña bronca, como la de 2016. La cantante Rihanna lamentaba el domingo que Trump use su pegadizo tema Don’t stop the music en los mítines. El star-system -otro dejà vú– se posicionan contra Trump desde sus poderosos altavoces. Pero al igual que hace dos años, este martes el voto de Rihanna vale tanto como el de Riza, la enfermera de Alabama.

Tres escenarios, una posibilidad de ‘impeachment’

El miércoles habrá tres posibles escenarios. Uno, que los republicanos logren mantener el control de todo el Congreso, lo cual sería la debacle demócrata. Otro, la más probable según los sondeos, que los demócratas recuperen la Cámara de Representantes pero no consigan el Senado. Eso traería problemas para Trump: los congresistas podrían iniciar investigaciones sobre sus negocios o impulsar un proceso de destitución (impeachment) del presidente en función de los resultados de la investigación de la trama rusa (la injerencia del Kremlin en las elecciones de 2016 y la posible connivencia del entorno del presidente). Pero carecería de los dos tercios del Senado necesarios para confirmar ese cese. El tercer escenario, la victoria demócrata en todo el Congreso, supondría un terremoto político y para los republicanos una revelación: asociarse a la marca Trump ya no vale la pena.