En un proceso de paz caracterizado por su opacidad, los silencios sobre lo pactado y la complejidad de lo suscrito, ha habido una voz que hablaba siempre a tumba abierta. El abogado español Enrique Santiago inició las conversaciones como asesor jurídico de las FARC sin que su presencia tuviese mayor trascendencia, pero terminó por convertirse en una pilar fundamental en el último año de negociaciones.
“La gallardía de Santiago y su apertura de miras han sido decisivas para que este acuerdo se haya podido lograr”, asegura Juan Carlos Henao, expresidente de la Corte Constitucional y uno de los elegidos por el presidente, Juan Manuel Santos, para asesorar al Gobierno durante la negociación del acuerdo de justicia, la más decisiva del proceso, en tanto las FARC lograron evitar pagar cárcel. Fue en el domicilio de Henao, en el norte de Bogotá, entre hamacas, sofás desvencijados y papeles por cada uno de los rincones de la casa, donde se negoció el 90% del punto de víctimas y de justicia; donde erigió la figura de Santiago. La consecución de ese acuerdo, con el primer apretón de manos entre el presidente, Juan Manuel Santos y alias Timochenko, hizo que ya muchos pensaran que no había marcha atrás en las negociaciones. Después llegarían otros momentos especialmente delicados. La negociación de la amnisitía ha sido una de las razones por las que el proceso se ha retrasado más de la fecha inicial prevista del 23 de marzo. A los delitos de rebelión y sus conexos había que unir otros con los que el propio abogado no estaba de acuerdo.
Quienes desde el lado negociador se han medido con él en estos cuatro años destacan del español su carácter dialogante y su capacidad de negociaciones, aunque también hay quien critica, con cierta sorna, su “tozudez española” a la hora de ceder en algunos aspectos. En los momentos más críticos de la negociación, es cabezonería y su intervenciones públicas provocaron duras críticas por parte del equipo del Gobierno. Alguno de sus miembros llegó a decir: “La historia lo juzgará”. Aún así, una persona de la más absoluta confianza del presidente Juan Manuel Santos asegura que “este proceso le debe mucho a Santiago”.
La relación de Santiago con Colombia se remonta a principios de los años noventa, cuando viajó al país, siendo militante de las juventudes comunistas, en apoyo al exterminio de la Unión Patriótica. Desde España, a través de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), de la que fue secretario general, colaboró en las peticiones de asilo de centenares de colombianos, entre ellos muchos familiares de miembros de las FARC. Su relación y amistad con la exsenadora Piedad Córdoba fue decisiva para su incorporación al proceso de paz. Cuando la guerrilla inició la frase exploratoria de las negociaciones, pidió recomendaciones de posibles asesores. Córdoba no dudó ni un momento. Aunque al principio la implicación de Santiago no tenía mucha trascendencia, el último año ha sido un miembro más de la delegación, con una casi total presencia en La Habana y un coste personal y familiar muy alto, según los que le conocen
Santiago, militante comunista casi desde la cuna, como se vanagloria a celebrar siempre con voz carrasposa, entre cigarro y cigarro, es también miembro de Izquierda Unida. De hecho, estuvo a punto de resultar elegido diputado por Madrid en las elecciones del pasado diciembre, en las que iba como número tres de la formación en la capital española. Aquella posibilidad no era vista con muy buenos ojos por sus asesorados: “En el fondo, la ley electoral que tanto se critica en España quizás no sea tan mala”, bromeaba un miembro del Secretariado de las FARC el pasado noviembre en La Habana: “Necesitamos a Enrique con nosotros”.