El drama de los orangutanes desplazados por el aceite de palma
Los hombres se acercaron a Hope y a su bebé con lanzas y armas de fuego. Pero ella no se iba. No tenía ningún sitio adonde ir.
Cuando los perdigones del rifle penetraron los ojos de Hope, dejándola ciega, ella subió a tientas por los troncos de los árboles, buscando alguna fruta para alimentarse.
Al final, el torso de Hope había sido acuchillado y presentaba profundos desgarres. Tenía muchos huesos fracturados. En su cuerpo se alojaban 74 perdigones y le habían arrebatado a su bebé de unos cuantos meses.
Hope (Esperanza), a quien le dieron ese nombre en un centro de rehabilitación, es una orangutana de Sumatra, un animal en grave peligro de extinción que, según advierten los científicos, podría ser la primera especie importante de grandes simios en desaparecer. A medida que acaban con la selva y el pantano para poner plantaciones de aceite de palma, los orangutanes, cuyo nombre en malayo significa “gente del bosque”, están perdiendo su hábitat.
En toda la isla de Sumatra, ubicada en Indonesia, los paisajes carbonizados con tocones de árboles ennegrecidos y tierra chamuscada son un símbolo de la devastación provocada por los seres humanos.
“Han acabado con 20.000 hectáreas, solo quedan unos cuantos árboles y el orangután mira a su alrededor y dice: ‘¿Qué le pasó a mi bosque?'”, comentó Ian Singleton, director del Programa de Conservación del Orangután de Sumatra.
Dos países, Indonesia y Malasia, proporcionan al mundo más del 80 por ciento del aceite de palma, una sustancia con múltiples usos que van desde el biocombustible y el aceite para cocinar, hasta el lápiz labial y el chocolate. En septiembre pasado, en el marco de las inquietudes por la reducción del hábitat para las especies en peligro de extinción y de las peligrosas emisiones de carbono derivadas por las quemas masivas para preparar tierras de cultivo, Indonesia dejó de otorgar nuevas licencias para las plantaciones de aceite de palma.
Sin embargo, como lo demuestra el drama de Hope, las disposiciones emitidas en oficinas gubernamentales pueden tener poca influencia en las aldeas pobres. La voracidad del mundo por el aceite de palma todavía es insaciable.
“Dicen que hay una suspensión, pero todos los días puedo ver con mis propios ojos que se pierde tierra”, comentó Krisna, uno de los coordinadores de la Unidad de Reacción al Conflicto entre el Hombre y los Orangutanes, un grupo con sede en Sumatra que ha rescatado a más de 170 orangutanes heridos desde 2012 (al igual que muchos indonesios, Krisna utiliza un solo nombre).
Los orangutanes solo viven en dos islas del mundo. Además de los seres humanos, es la única especie de grandes simios que vive fuera de África.
De 1999 a 2015, la población de orangutanes en la isla de Borneo se redujo en más de cien mil individuos, informaron unos investigadores en la revista científica Current Biology. Según el Fondo Mundial para la Naturaleza, quedan alrededor de cien mil orangutanes en Borneo. En Sumatra -donde se ha perdido más de la mitad de la superficie forestal desde 1985, de acuerdo con una coalición de grupos ambientalistas llamada Ojos sobre la Tierra- ahora existen menos de catorce mil orangutanes de Sumatra.
Quizá no parezca que esa cifra sea el presagio de una extinción. Pero debido a que las madres orangután dejan pasar tanto tiempo entre un nacimiento y otro -dedican de ocho a nueve años a criar un hijo- los científicos temen que la población entre en un periodo de decadencia.
Los orangutanes menos afortunados mueren en las quemas para acondicionar tierras de cultivo. Los más afortunados son abandonados a su suerte en pequeñas islas de árboles que dejan entre las palmas de aceite. Desesperados por comida, vagabundean en áreas habitadas por seres humanos, saquean las cosechas y hacen que los aldeanos tomen medidas.
“Se comen algo de fruta y los matan”, señaló Singleton. “Y no se hace nada al respecto. No existe la ley”.
Cuando Hope apareció hace algunos meses en las afueras de la aldea de Bunga Tanjung en la provincia de Aceh de Sumatra, parte de la tierra aún estaba ardiendo. El horizonte estaba lleno de ordenadas filas de semillas de palmas de aceite. Confinada a una franja angosta de bosque secundario, Hope engullía frutas de los huertos de la aldea para poder sobrevivir.
La mayoría de los residentes de Bunga Tanjung no son de Aceh, sino que son migrantes económicos pobres que llegan de otros lugares de Indonesia, atraídos por la demanda de aceite de palma.
Las palmas, especies originarias del oeste de África, ofrecen ingresos básicos para los campesinos que a menudo tienen problemas para sobrevivir, a pesar de que las plantas generan raíces nocivas que dificultan volver a labrar la tierra.
“Sin el aceite de palma, no podemos sobrevivir”, comentó Sanita, alcalde de un municipio de Bunga Tanjung.
Durante algunas semanas, los aldeanos le dispararon en varias ocasiones a Hope, para intentar asustarla hasta que se fuera. Pero sin tener adonde ir, aparte del pedazo de selva, Hope se quedó en el mismo lugar.
Un simio de 45 kilogramos se considera una alimaña de gran tamaño, pero el bebé de Hope era promisorio para algunas personas de la aldea. Pese a que es ilegal vender especies en peligro de extinción, a menudo los bebés orangutanes son capturados para el comercio de especies, o para zoológicos que necesitan alguna atracción estelar.
En comparación con los seres humanos o los chimpancés, los orangutanes son los introvertidos del mundo de los simios, ya que viven una vida mayormente solitaria. Sin embargo, en cautiverio se les ha enseñado el lenguaje de señas, y su contacto visual es fascinante. Sus eufóricos ruidos como de besuqueos tienen el sospechoso sonido de un coqueteo.
Un bebé de ojos grandes con mechones de pelo color cobrizo puede representar un pago de 70 dólares para los aldeanos, según ecologistas locales que han hecho un seguimiento del comercio de especies en peligro de extinción. Cuando los simios se venden a zoológicos sin escrúpulos o a propietarios particulares, pueden valer cien veces más.
No obstante, los orangutanes adultos tienen menos valor en cautiverio. No son tan lindos. Son demasiado fuertes. Además, pocas personas tienen el tiempo y la energía para dedicarse a trabajar con criaturas tan inteligentes, por lo que muchos de ellos quedan olvidadas tras las rejas, donde se les atrofian las extremidades y la mente.
“No encerraríamos a un ser humano en una jaula tan pequeña en la que no pudiera ni darse la vuelta”, comentó Harista, cuidador de un centro de rescate, quien una vez enseñó a un orangután a volver a balancearse con sus brazos después de diecisiete años de confinamiento. “¿Por qué se lo hacemos a los orangutanes?”.
En marzo, un adolescente de Bunga Tanjung se encaminó hacia un grupo de árboles. Su objetivo era llegar hasta Hope y arrebatarle su bebé. A pesar de que los perdigones le habían quitado la vista, ella luchó para proteger a su cría y arañó los brazos del chico.
Sin embargo, al final el adolescente logró llevarse al bebé y lo guardó en una canasta fuera de su casa.
Para cuando los oficiales forestales se enteraron sobre la presencia de Hope y organizaron una operación de rescate, el bebé ya casi no reaccionaba, comentó Krisna, el coordinador de la organización para el rescate de orangutanes.
Sanita, el alcalde presentó una versión diferente de los hechos. Mencionó que Hope solo estuvo en la aldea unos cuantos días, en contradicción con las pruebas de los nidos de orangután construidos en los árboles cercanos que llevaban ya varias semanas. Nadie de su aldea le había disparado, señaló, sin tomar en cuenta los 74 perdigones.
“No haríamos nada que dañara a los orangutanes, a pesar de que ellos nos molestan”, afirmó.
Con Hope sedada en la parte trasera de un vehículo y el bebé nuevamente en sus brazos, Krisna se dirigió con rapidez al centro de rehabilitación de Singleton cerca de la ciudad de Medan, a diez horas de distancia.
El bebé murió en el camino.
Un cirujano suizo abordó un avión para ir a operar a Hope (los cirujanos tienden a ser más hábiles que los veterinarios en las operaciones de simios).
Actualmente, Hope se recupera en un recinto. Mediante el tacto, ha aprendido a recibir de su cuidador una papaya o una botella de leche.
En las cercanías, orangutanes huérfanos gimen y chillan. Cuando Hope escucha a los bebés, se enrosca en posición fetal y grita.
En Bunga Tanjung, permanece la sombra de Hope. La policía ha interrogado al adolescente, cuyo nombre no se revela por ser menor de edad, pero precisamente por esa razón, no se sabe si le levantarán cargos. No se ha presentado ningún adulto para responsabilizarse por todas las heridas de Hope.
El adolescente ha renunciado a su sueño de convertirse en mecánico y ya casi no va a casa, de acuerdo con su padre, Aliong Sitepu. “Siempre está de mal humor”, comentó Aliong. “No sé cómo comunicarme con él”.
Sentado fuera de su choza de madera, con el calor de la selva penetrándole por todos los poros, Aliong se pregunta si es momento de irse de ese lugar, donde la fruta de una palma africana no ha podido darle fortuna. Una bestia color naranja, señaló, ha sido la maldición de la familia.
“¿Es este un mundo justo en el que la vida de mi hijo vale menos que la de un orangután?”, preguntó.