El primer mensaje al mundo del nuevo gobierno italiano fue prohibir la llegada a sus puertos de un barco con 629 personas rescatadas a bordo. El primer mensaje al mundo del nuevo gobierno español fue acogerlas.
“Es nuestra obligación ayudar a evitar una catástrofe humanitaria y ofrecer ‘un puerto seguro’ a estas personas”, dijo en un comunicado el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez.
“¡Victoria!”, escribió después en Twitter el ministro de Interior italiano y líder de la Liga Norte, Matteo Salvini, que ha llegado al gobierno con una retórica xenófoba. “¡Primer objetivo conseguido! #CerremosLosPuertos”.
El vehículo para esa victoria política fue poner en peligro la vida de 629 personas. De 123 menores que viajan solos, de 11 niños, de 6 embarazadas. Una partida propagandística en el mar con refugiados y migrantes como piezas del tablero.
Pero una mirada atenta al rescate revela que ese “primer objetivo” del gobierno italiano puede haberse logrado con un plan más cínico -e incoherente- de lo que parece.
El barco de rescate Aquarius, operado por las oenegés SOS Méditerranée y Médicos Sin Fronteras (MSF), efectuó dos rescates en el Mediterráneo, pero aún tenía capacidad para más personas, así que pidió quedarse para seguir trabajando, algo habitual en la zona de rescate.
“Nos pidieron que fuéramos a Italia”, dice Hassiba Hadj-Sahraoui, asesora de asuntos humanitarios de MSF. Fue entonces cuando naves de la Marina y de la Guardia Costera italiana transfirieron al barco humanitario a centenares de personas que habían rescatado ellas mismas. “No habíamos tenido tanta gente a bordo en mucho tiempo. Y entonces supimos que Italia cerraba todos sus puertos”.
Se cerraron los puertos al Aquarius, pero no a todo el mundo: la Guardia Costera italiana recibió luz verde para desembarcar en Catania (Sicilia) a 937 rescatados. La “victoria” de Salvini era echar a 629 personas, pero aceptar a 937.
Aunque las organizaciones agradecieron la oferta de España de desembarcar en Valencia, alertaron de que eso supondría varios días de travesía y de que no había suficiente comida a bordo. La enrevesada solución: Italia entrega suministros, parte de los rescatados se transfieren a otros buques italianos y todos ponen rumbo a Valencia.
¿Qué pasará la próxima vez? Los equipos a bordo del Aquarius tienen previsto volver al mar pero saben que, en palabras de la asesora de MSF, cualquier rescate puede convertirse ahora en “una negociación política”, algo que de hecho ya ha sucedido en el pasado, en particular entre Italia y Malta, con resultados dramáticos.
Una guerra en el mar
Lo que pasa en el Mediterráneo se parece cada vez más a una guerra. Son 7775 muertos en naufragios desde 2014. Son civiles atrapados por la política. Geoestrategia, polarización. Y son países que intentan mirar a otro lado hasta que la situación les estalla en la cara.
Grecia e Italia fueron los países que más miles de personas vieron llegar a sus costas: en el primer caso, huían, sobre todo, de guerras como Siria, Afganistán o Irak, y en el segundo, de Libia, país sumido en la violencia desde la caída de Gadafi. Desde las costas libias salen, sobre todo, subsaharianos, con motivaciones mixtas, que llegan a través de rutas durísimas -desierto, explotación, centros de detención- con origen en África occidental y el Cuerno de África. O que ya vivían en Libia.
La Unión Europea y sus países miembro dieron la espalda a Grecia y a Italia. Este año las llegadas están más repartidas, por diferentes rutas, entre ambos países mediterráneos y España. Ha sido un lustro de naufragios. De criminalización de las oenegés. De sistemas de “cuotas” para acoger a refugiados y migrantes propuestos desde Bruselas e incumplidos en muchos países. Con el caso del Aquarius, una ensimismada UE se vendó los ojos una vez más y celebró con euforia la oferta española, sin preguntarse, al igual que parte de la opinión pública, cuál era la mejor solución para unos rescatados en el limbo desde el fin de semana.
¿Qué depara el próximo lustro? Hay un momento en que las guerras se internacionalizan. La temperatura política en el continente garantiza una discusión encarnizada sobre la xenofobia y la solidaridad de sus propias sociedades, pero no necesariamente un debate profundo sobre quiénes llegan, por qué y qué políticas se pueden aplicar.
¿Suponen las decisiones de España e Italia, para bien o para mal, la europeización definitiva de la tragedia del Mediterráneo?
“¿A qué coste?”, se pregunta la asesora de MSF. “Italia está claramente intentando enviar un mensaje político. Es una vergüenza que lo haga a costa de personas vulnerables”.