El rol del Papa en las negociaciones Cuba – EEUU

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El vaticanista Marco Politi señala que Francisco envió las cartas a Obama y Castro para concluir el acuerdo sobre intercambio de presos que ya se estaba tratando y luego ofreció el Vaticano para el último esfuerzo de las dos delegaciones.

La restauración de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba es un hito histórico. Y el rol mediador del papa Francisco ha sido reconocido oficialmente por ambas partes, el presidente norteamericano Barack Obama, y su par cubano, Raúl Castro. Según distintas fuentes, vaticanas y extravaticanas, las negociaciones entre Washington y La Habana comenzaron hace 18 meses y al principio fueron realizadas por delegaciones de los dos países en Canadá, un país que siempre tuvo buenas relaciones con Cuba y con EE.UU., y que supo garantizar la discreción necesaria. Porque no se sabía si se llegaría a buen puerto y por eso era necesario el más completo secreto. El gobierno canadiense no participó de las negociaciones, a diferencia de lo que sucedería después con el Vaticano.

El papel del Vaticano comenzó a tomar forma, según algunos expertos, en ocasión de la audiencia privada que Francisco concedió a Obama en marzo. Un encuentro que duró más de una hora y donde al parecer se habló de este tema y otras cuestiones, como la inmigración en Estados Unidos. En el verano (europeo) pasado, el Papa envió sendas cartas a Obama y a Castro, invitándolos a “resolver cuestiones humanitarias de interés común, entre ellas la situación de algunos detenidos, de modo de iniciar una nueva fase en las relaciones entre los dos países”, precisó la Secretaría de Estado vaticana. En octubre, delegaciones de los dos países comenzaron a negociar dentro del Vaticano, con la participación de exponentes de la Santa Sede.

“Hoy estamos todos contentos porque hemos visto cómo dos pueblos, que se habían alejado desde hace tantos años, ayer dieron un paso de acercamiento”, dijo el papa Francisco la semana pasada a un grupo de 13 nuevos embajadores acreditados en el Vaticano. Esta negociación “fue llevada adelante por embajadores, por la diplomacia. Es un trabajo noble el de ustedes, muy noble (…), de pequeños pasos pero que termina siempre por hacer la paz, por acercar los corazones de los pueblos, por sembrar fraternidad”.

El papel de Francisco “fue determinante porque tomó la iniciativa de escribir a los dos presidentes para invitarlos a superar las dificultades entre ambos países y hallar un punto de encuentro”, dijo el cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, a Radio Vaticana. Esto “se debe también al hecho de que el Papa viene de esa región y por ende conoce la problemática y encontró el modo justo para favorecer el acercamiento entre las dos partes”, agregó. El pontífice -concluyó Parolin- “lo dijo tantas veces y a mí me gusta siempre repetirlo: cuando existen problemas se debe aplicar el método del diálogo y cuando más dificultades hay, más diálogo debe existir”.

Francisco tuvo a su favor en estas negociaciones varias cuestiones, dicen los expertos: ser un conocedor de las relaciones -o las no relaciones- entre ambos países y de Cuba con la Iglesia, especialmente luego de haber escrito un libro en 1998 sobre el diálogo entre Juan Pablo II y Fidel Castro en ocasión de la visita del papa santo a La Habana. Ser el primer papa latinoamericano y respetado en la isla por su insistente posición a favor de los pobres. Ser un jesuita, una formación que en América latina es muy considerada y de la que provienen muchos políticos de renombre, incluido Fidel Castro. Tener un secretario de Estado -número dos del Vaticano-, Pietro Parolin, que hasta 2013 fue nuncio vaticano en Venezuela, un país con excelentes relaciones con Cuba. Tener a su lado otro alto exponente de la Secretaría de Estado, monseñor Giovanni Angelo Becciu, que fue nuncio en Cuba entre 2009 y 2011.

“El mérito de Francisco, sobre todo, ha sido el hecho de colocarse como mediador en el momento justo: envió las cartas a Obama y Castro para concluir el acuerdo sobre el intercambio de los prisioneros que ya se estaba tratando, y luego ofreció el Vaticano a las dos delegaciones para el último esfuerzo de las negociaciones”, dijo a Página/12 el vaticanista italiano Marco Politi, un experto de larga data que ha escrito varios libros sobre el Vaticano, uno de ellos sobre el papa Francisco. “Hay que tener en cuenta además en todo esto a un protagonista silencioso que pocos han citado, el cardenal cubano Jaime Lucas Ortega, arzobispo de La Habana, que en todos estos años ha siempre trabajado por ensanchar los espacios sociales y religiosos en Cuba, a favor de una gradual apertura de la isla. Pero sin ponerse en contraposición con el gobierno, sobre todo después de la llegada de Raúl Castro.”

Los intentos de la Iglesia por abrir al régimen cubano comenzaron con Juan Pablo II ciertamente, en su viaje histórico a La Habana de 1998. Entonces dijo esa frase famosa: “Abramos Cuba al mundo y el mundo a Cuba” y manifestó que el embargo era injusto. Luego del eclipse de presencia extranjera con Benedicto XVI, Francisco está conduciendo la Iglesia nuevamente a la escena geopolítica internacional”, añadió.

Cuba-Estados Unidos no fue el único esfuerzo de diálogo que Francisco emprendió en 2014. Basta recordar el encuentro realizado en el Vaticano con las dos partes eternamente enfrentadas en Medio Oriente: Israel y Palestina, luego de su viaje a Tierra Santa en mayo pasado. Fue una ceremonia en los jardines vaticanos, donde cada uno pudo rezar según la propia religión y en el propio idioma. Una manifestación de diálogo interreligioso que quiso decir mucho más que eso. Lamentablemente el presidente israelí Shimon Peres estaba terminando su mandato y los sectores conservadores que gobiernan Israel no coincidían demasiado con su punto de vista, como pudo apreciarse en los enfrentamientos que se desataron meses después entre ambas partes.

En el contexto de esta cultura del diálogo, de la “construcción de puentes”, como suele decir, Francisco eligió visitar otros países como Corea del Sur en agosto, una nación acosada por la contraposición con el régimen de Corea del Norte. En septiembre viajó a Albania, cuya población es mayormente musulmana y ortodoxa. Y en noviembre fue a Turquía, un Estado musulmán pero laico. Los dos últimos viajes, a Albania y a Turquía, fueron interpretados como un “puente” con el Islam moderado, tendiente a estimular la defensa de sus creyentes, hoy a menudo temidos en muchos países, que suponen muy erróneamente que todos los musulmanes son terroristas.

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