“El ascenso del Sur” es el título optimista de la edición 2013 del Informe de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas. Los autores, dirigidos por el economista paquistaní Khalid Malik, analizan los índices de crecimiento económico en los países en desarrollo y concluyen que “en el año 2020, la producción económica combinada de tres de los principales países en desarrollo (Brasil, China e India) superará la producción total de Canadá, Francia, Alemania, Italia, el Reino Unido y Estados Unidos”.
Más importante aún, los logros en educación y salud en los países más pobres estarían llevando a una gradual “notable convergencia” en los valores básicos de bienestar social a nivel mundial.
Este pronóstico no es unánime y el investigador turco Yılmaz Akyüz, economista jefe de South Centre, con sede en Ginebra, sostiene que “el rápido crecimiento del Sur en los primeros años del nuevo milenio está llegando a su fin”.
Ambos análisis ven los mismos números, tal como los turistas ven a un bañista agitando los brazos. Unos creen que está saludando, pero los guardavidas notan que se está ahogando.
“Ahogándose, no saludando” es precisamente el incisivo título del ensayo de Akyüz que se acaba de publicar. Los resultados excepcionales de los países en desarrollo en los años recientes “fueron impulsados por condiciones globales excepcionales”, sostiene, pero se ven pocos signos de mejoras tangibles en los fundamentos de los países que experimentaron esta aceleración.
El crecimiento rápido se produjo sin ningún progreso significativo en la industrialización, anota Ayküz, “y sin ésta la mayoría de los países en desarrollo no pueden converger y alcanzar los niveles de productividad y los niveles de vida de las economías avanzadas”. De los llamados BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), sólo China parece encaminada a algún día “graduarse” y ponerse a la par de los países industrializados, y aun así enfrenta un camino lleno de peligros.
Brasil, Rusia y Sudáfrica siguen dependiendo en gran medida de los productos básicos y, de hecho, esta dependencia ha aumentado, ya que los commodities han crecido en estos países en relación con la industria.
Los dos principales factores determinantes del crecimiento en América Latina y África son los precios de las materias primas y los flujos de capital. Ambos están fuera del control nacional y son muy susceptibles a cambios bruscos e inesperados. La tasa de crecimiento potencial promedio de América Latina es de apenas tres por ciento, demasiado baja, aun si se mantuviera en los próximos años, para cerrar la brecha de ingresos con las economías avanzadas.
En Asia, los países neoindustrializados parecen estar atrapados en una “trampa de la clase media”: Enfrentan una competencia creciente desde abajo, por parte de sus vecinos más pobres, pero no pueden dar el salto y unirse a los de arriba, o sea Japón y los industrializados en la primera oleada, como Taiwán y Corea del Sur. India ha basado su crecimiento en la oferta de mano de obra para el resto del mundo, no por su conversión en productor de manufacturas de mayor valor, sino exportando trabajadores no calificados y tecnologías de información o servicios que emplean una muy pequeña proporción de su fuerza de trabajo total.
A juicio de Ayküz, la economía mundial sufre de “subconsumo”, un consumo mucho menor que al que podrían aspirar los trabajadores, debido a la caída de los salarios en relación a los ingresos globales y la consiguiente concentración de la riqueza. La crisis financiera y económica iniciada en 2008 en las economías avanzadas y los planes de austeridad con que se la enfrenta no hace sino agravar este problema.
“La desigualdad ya no es solo un problema social, sino también un serio problema macroeconómico”, sostiene el economista jefe de South Centre. Y en este punto todos coinciden. El Informe de Desarrollo Humano dice que “una creciente desigualdad en muchos países, tanto desarrollados como en desarrollo, amenaza la recuperación mundial y la sostenibilidad del progreso futuro”. Y la directora gerente del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, argumenta que “las sociedades más igualitarias son más proclives a lograr un crecimiento duradero”.
Pero atacar la desigualdad implica ir a sus causas: la financiarización de la economía, el retroceso del Estado de Bienestar y la globalización de la producción. Según Ayküz, “las chances de que esto ocurra son mínimas” y lo previsible, entonces, es que la economía global vuelva a tener “burbujas” de rápida expansión seguidas de crisis profundas y prolongadas o se estabilice en un camino de crecimiento lento. El Sur ya no tiene “viento de cola” y debe repensar su desarrollo.
“El péndulo ha pasado de políticas introvertidas, de sustitución de importaciones, al otro extremo”, sostiene Ayküz. “Ahora hay que reducir la dependencia de mercados y capitales externos y redefinir el papel del Estado, no solo en las finanzas, sino en todas las áreas de la industrialización”.
No basta con emerger y sacudir los brazos. Hay que aprender a nadar.