Para muchos se trata de una figura autoritaria, para otros es alguien que se ha encargado de modernizar Turquía y llevar el país a tener una figura internacional relevante.
Pero lo que es cierto es que Erdogan ha logrado revolucionar la política de su nación durante dos décadas consecutivas, algo que no era visto desde el mandato de Mustafa Kemal Atatürk, fundador de la República en 1923.
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Erdogan nació en un barrio obrero de Estambul en 1954, hijo de una familia modesta que venía de las montañas del Mar Negro. Alternó su juventud entre los estudios, el fútbol y las ventas ambulantes para ayudar con los gastos de su hogar.
Según su biografía oficial, Erdogan estudió Administración de Empresas en la hoy llamada Universidad de Mármara, aunque sus detractores cuestionan que se haya graduado, e incluso, que haya llegado a semestres avanzados.
Lo que es un hecho es que desde muy joven se interesó por la política y cuando tenía un poco más de 20 años, a mediados de la década de 1970, ingresó a la organización de jóvenes del islamista Partido de Salvación Nacional.
Su creencia islámica ha marcado su camino político
La religión ha sido un motor importante en la trayectoria política de Erdogan. En 1994, fue elegido como alcalde de Estambul y tenía un objetivo claro: apoyar y proteger a los musulmanes.
Esto en un contexto donde la mayoría del país practica el islamismo, pero que en su momento buscaba mantener distancia de las políticas religiosas.
Pero, para Erdogan, la política y la religión debían estar unidas, un acercamiento que le costó una condena de 10 meses de cárcel, cuando aún era alcalde de la ciudad más poblada de Turquía.
El joven político fue acusado bajo el cargo de “incitación al odio”, luego de leer en público un poema que fue considerado “islamista” por la Fiscalía.
“Las mezquitas son nuestros cuarteles, cuyas cúpulas nos sirven de casco y sus alminares de bayonetas: los creyentes son nuestros soldados”, proclamó en 1998 Erdogan, consolidándose como el mayor líder islamista del país.
Erdogan se afianzó en el poder con rapidez
Su paso por la cárcel, la popularidad que obtuvo como alcalde de Estambul y el sentimiento de que el estado parecía ir en contra de la religión islámica, fueron claves para que la imagen de Erdogan fuese popular.
Un trampolín que el Erdogan de 49 años utilizó a su favor para llegar al cargo de primer ministro en 2003, cuando Turquía aún tenía un régimen parlamentario.
“Erdogan es un estratega porque logró esclarecer una política desde el otomanismo. Cuando se acabó el Imperio en 1923, Turquía como República se volvió un estado laico y se prohibieron ciertas prácticas islamistas radicales que no gustaron a muchas personas”, dijo en entrevista para France 24 Alejandro Godoy, experto en asuntos asiáticos.
Pero el político logró mantener el equilibrio entre el laicismo y la religión que profesa con la creación del partido Justicia y Desarrollo (AKP), alejada del ala más fuerte del islam, marcando el inicio de una era política.
La luna de miel de sus primeros años al mando
Durante la primera etapa de su mandato, el Gobierno conformado por Erdogan logró una gran popularidad. El crecimiento económico, el impulso del turismo y la modernización del país fueron claves para convencer a los turcos de su gestión.
“En el exterior logró mostrarse como una figura democrática, modernista y que profesaba el islam de una manera distinta a como lo hacen sus vecinos. Tanto así que se abrió la eterna posibilidad de que Turquía sea miembro de la Unión Europea (UE), iniciativa vigente pero pausada actualmente”, aseguró Godoy.
De igual manera, el país euroasiático empezó a tener cierta injerencia en naciones del norte de África, así como óptimas relaciones con Medio Oriente.
Erdogan se interesó desde el inicio de su mandato en las economías emergentes y fijó sus ojos en América Latina, desarrollando importantes tratados comerciales y abriendo su presencia en países como México, Chile, Argentina y Brasil.
Godoy también asegura que Erdogan es un “genio” del soft power, es decir, demostrar el poder de su país mediante la cultura y así convertirlo en un lugar más atractivo.
Las populares novelas turcas, dobladas a distintos idiomas, y la consolidación de la aerolínea estatal ‘Turkish Airlines’ son tan solo pequeñas muestras de ello.
Entre Occidente y Rusia
Turquía es el único país euroasiático en ser miembro de la OTAN, además de mantener buenas relaciones comerciales y diplomáticas con Estados Unidos y la UE.
También ha sido un socio tradicional de Ucrania y ha apoyado públicamente sus reclamaciones territoriales en Crimea y el Donbass, a pesar de no mostrar una posición clara frente a la invasión rusa de 2022.
Pero Turquía también tiene importantes relaciones comerciales y de exportaciones con Rusia. Así como la reciente apertura de la primera planta nuclear en Turquía, una obra liderada por Moscú. A lo largo de la historia, Putin y Erdogan se han mostrado cercanos.
Turquía, por medio de Erdogan, es el único canal de comunicación actual entre Occidente y Rusia en el curso de la guerra en Ucrania.
Un acuerdo auspiciado por Ankara y la ONU ha logrado la movilización de más de 20 millones de toneladas de grano ucraniano a través del Mar Negro.
Algunos cambios que no cayeron bien en la sociedad turca
Para 2010, numerosos países musulmanes vivieron revueltas políticas en la llamada ‘Primavera Árabe’, en la cual líderes de países como Túnez, Egipto y Libia fueron desterrados de sus mandatos mediante movilizaciones sociales.
Un hecho que Erdogan vio como amenaza en su territorio y con la cual decidió blindarse, implementando cambios radicales relacionados con la libertad de expresión y la regulación de las manifestaciones populares. Todo ello, a pesar de que Turquía es una democracia no árabe y poco tenía que ver con esos regímenes dictatoriales.
En 2013, el creciente descontento social ya era notorio. Lo que parecían unas manifestaciones pacíficas por la tala de unos árboles en el parque ‘Gezi’ de Estambul, rápidamente se convirtieron en unas protestas masivas con tinte político en todo el país.
Los manifestantes se quejaban por el aumento de las represiones por parte del partido AKP, a lo que Erdogán reaccionó violentamente con las fuerzas policiales, cientos de detenciones e incluso, un bloqueo de las comunicaciones.
Uno de los momentos más oscuros en la historia del país
Pero esto no fue impedimento para evitar su ascenso a la presidencia en 2014. Con su promesa de llevar a la economía turca dentro de las 10 más grandes del mundo y en medio de fuertes escándalos de corrupción, Erdogan obtuvo la victoria y dejó su cargo de primer ministro para pasar a ser el jefe del Estado, aunque todavía bajo un sistema parlamentario. Algo que no tardaría en cambiar.
Poco a poco, su discurso se fue volviendo más incendiario y radical y para finales de ese mismo año pronunció estas palabras: “No puedes poner a hombres y mujeres en posiciones iguales, eso va en contra de la naturaleza porque su naturaleza es distinta”.
Hasta que llegó un episodio inaudito en Turquía. En 2016, durante la madrugada del 15 de julio, una parte del Ejército efectuó un golpe de Estado y mantuvo al mandatario bajo su poder durante algunas horas, en un lugar desconocido.
El desconcierto era notorio, en las calles se sentía la incertidumbre, hasta que Erdogan reapareció en una emisión televisiva, donde calmó el ambiente y se ratificó como el presidente de la nación.
El golpe dejó al menos 300 muertos en todo el país y dio vía libre al jefe del Estado para acaparar más poderes con el pretexto de proteger su poder y evitar que el país vuelva a sufrir una intentona de esas características.
El oficialismo acusó al antiguo aliado del erdoganismo, el teólogo Fetullah Gulen de estar detrás del complot.
Un año después, en 2017, Erdogan salió victorioso en un referéndum popular y realizó una reforma constitucional, con la cual convirtió a Turquía en un régimen presidencialista, se otorgó la capacidad de decidir a la mitad de miembros del Tribunal Constitucional y alargó de cuatro a cinco años el periodo presidencial, entre otros poderes que pudo obtener.
Es a partir de este momento cuando su figura autoritaria comenzó a tomar más fuerza, ya que prácticamente no tenía oposición real en ninguna estructura del Estado turco.
Los años recientes
Con el paso de los años, el mandatario ha optado por tomar más decisiones en solitario y decidió dejar a un lado a políticos de gran trayectoria, para optar por un equipo más nuevo y joven.
Recientemente, el presidente ha tenido dos pruebas importantes, la primera se trata de la hiperinflación que vive el país, registrando un máximo de un 85,5% en noviembre del año pasado, mientras que la lira turca registra sus mínimos históricos frente al dólar y el euro.
“Mientras todo el planeta estaba subiendo las tasas de interés, Erdogan las mantuvo estables, esperando más consumo pero el resultado fue adverso”, explica Godoy.
Su segunda prueba importante fue el manejo de los terremotos del pasado 6 de febrero, los cuales dejaron un saldo de más de 50.000 mil muertes, millones de dólares en daños y un sinfín de críticas para el Gobierno por su gestión ante la emergencia.
Sin embargo, y a pesar de sus tropiezos, los turcos parecen mantener su inclinación por Erdogan. El hombre fuerte de Turquía tendrá otros cinco años más de Gobierno como los que contará, además, con mayoría parlamentaria. Un periodo que le podría hacer llegar a comandar su país por un cuarto de siglo sin ininterrupción, más que el mítico Mustafa Kemal Ataturk, fundador de la República.