El triunfo de Giorgia Meloni dificultará la toma de decisiones en Bruselas en plena crisis energética a consecuencia de la guerra de Ucrania, e incluso puede resquebrajar la unidad comunitaria sobre el conflicto.
Parece razonable la preocupación de Bruselas por el triunfo de una coalición en Italia liderada por la ultraderechista Giorgia Meloni. Que aumenten los socios díscolos en la UE solo puede hacerla más ingobernable. Italia, además, no es Hungría, es la tercera economía europea y socia fundadora de la Unión. Pero, antes de llevarse las manos a la cabeza, conviene recordar que Italia lleva décadas dando la nota a su manera, y fue, en 1998, la primera democracia occidental gobernada por un poscomunista, un tal Massimo D’Alema, antiguo dirigente del mítico PCI. Duró un año y medio, cosa frecuente entre los presidentes de ejecutivos italianos, acaso el cargo más efímero del panorama político europeo.
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Ahora bien, lo que debería preocuparle a Bruselas es que, de confirmarlo el escrutinio definitivo de las urnas, esta romana de 45 años no llega al Palacio Chigi por una zancadilla política como D’Alema, sino aupada por los votos de millones de italianos. Meloni, opinan muchos observadores, es el espejo en el que se miran los temores de un amplio segmento de la sociedad italiana en un contexto, nuevamente, de crisis. La recesión se perfila en el horizonte, y el alza de los precios de la energía, a consecuencia de la guerra de Ucrania, pone de nuevo en primer plano los riesgos derivados de la colosal deuda pública (150% del PIB) del país, además de sus debilidades estructurales.
Para empezar, la brutal división entre el norte industrial, que forma parte de la Europa más rica y desarrollada, y el sur, que se acerca a la más pobre y atrasada, sin que se hayan producido acercamientos notables en más de 30 años. Pero es que, además, un Gobierno de Meloni podría ser más respondón con las decisiones de la UE en relación con la guerra de Ucrania. Solo hay que tener en cuenta las recientes declaraciones de Berlusconi al respecto, que sintonizan con las de una buena parte de la población.
Si nos atenemos a la encuesta realizada en junio en varios países por el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, los italianos son los europeos menos inclinados a condenar a Rusia por la invasión de Ucrania (el 56% frente a una media europea del 73%). Y los más favorables a que se resuelva la guerra mediante negociaciones, aun a costa de cesiones territoriales por parte de Ucrania. Cierto es que Italia ha sido el país más beneficiado por los fondos europeos destinados a relanzar la economía de los países miembros tras la crisis pandémica, pero, como ha advertido Bruselas, disfrutar de ese maná exige atenerse estrictamente a las reglas comunitarias y pese a las buenas palabras de la dirigente de Hermanos de Italia en vísperas electorales, está por ver que su Gobierno sea lo bastante virtuoso en materia económica, y lo bastante obediente a Bruselas en materia política para disponer de ellos.