Jussi Toivanen, responsable por el mejor programa del mundo contra la desinformación

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El gabinete de la presidenta transitoria Jeanine Añez ha debatido en una larga sesión de gabinete, según palabras de sus portavoces, el decreto contra la desinformación que le ha costado otro revés a la cadena de reveses que está cometiendo uno detrás de otro en poco tiempo. Este, sin ser el peor de todos, señala un peligroso camino en la desorientación de la actual administración tocando una delicada tecla sobre el estado de excepción impuesto por la cuarentena para combatir y “derrotar” el coronavirus.

Antes que sea tarde el Gobierno corrió la mano y derogó la medida, pudo antes de dar el paso en falso, aprender de otras experiencias lo que vuelve a señalar una ausencia de políticas públicas que este Gobierno no debería asumir y así evitarse problemas precisamente por su carácter de transitorialidad.

Un estudio reciente patrocinado por una de las fundaciones del billonario George Soros midió el nivel de educación mediática de la población en 35 países europeos sobre la desinformación a la que inducen las redes y algunos medios interesados en sembrar confusión y mentiras. Cuando más alta la nota, mayor la capacidad de la sociedad de identificar fake news. Finlandia ocupó el primer lugar del ranking, ratificando su posición de modelo mundial en esa materia desde que lanzó en 2014 un programa contra la desinformación.

Además de convocar a la población para contribuir a la causa, su presidente aquella época, Sauli Niinistö, creo un área encargada de varias acciones para enseñar a identificar noticias falsas y de apoyo público a los periodistas contra campañas difamatorias movidas por grupos interesados en divulgar desinformación. El actual responsable por el programa, Jussi Toivanen, jefe de comunicación de la primera-ministra Sanna Marin, cuenta su experiencia.

 

Cuál es el tamaño del estrago de las fake news, como está ocurriendo con la diseminación de rumores sobre el coronavirus?

Realmente, se están diseminando noticias falsas, desinformaciones y teorías de conspiración en relación al coronavirus. Son varias fuentes con un objetivo común: causar confusión y desconfianza. Son acciones oportunistas de personas y grupos que quieren usar el momento de temor mundial para divulgar sus propios intereses, como métodos que prometen curas milagrosas, o peor que eso lucrar llamando la atención de un gran número de personas. La crisis como la que estamos viviendo a nivel mundial, contribuye a este tipo de actividades en las redes sociales.

¿Qué hacen los estados para evitar la desinformación?

Una de las estrategias de nuestro Gobierno, ha sido resaltar los motivos por los cuales el sistema electoral finlandés se ha hecho bastante robusto, en una sociedad acostumbrada a desarrollar el espíritu crítico. Exaltamos ese argumento en las campañas de publicidad con muy buenos resultados.

¿Qué tendría que enseñar Finlandia a otros países en el campo de las fake news?

Es difícil comparar las realidades por cuestiones de historia y formación cultural. Las fake news pasaron a ocupar un lugar de interés oficial a partir de 2014. Muchas veces las publicaciones falsas dejan una serie de pistas que son fácilmente reconocidas por quien está habituado a su mecanismo.

¿Cuál el peso de la educación en el programa finlandés anti-fake news?

La parte educacional comienza el momento en que un niño aprende a hurgar el iPad. Para los mayores, implementamos entrenamientos y enseñarles como la desinformación es fabricada y cómo reconocer una fake news. La educación y la alfabetización digital son importantes para que las personas no se suban tan fácilmente al carro de las mentiras. Hay un conocimiento que puede ser diseminado de forma sencilla sobre qué puede estar detrás de un mensaje y si hay intereses particulares por detrás de las mentiras.

¿Cuál es la mayor dificultad en combatir el problema?

No se trata de un modelo único de actuación; debe involucrar desde grandes organizaciones del sector de tecnología hasta individuos involucrados en la comunicación virtual. Las herramientas de las redes sociales son fáciles de usar; el acceso es universal y de difícil control. Por eso, ese campo representa un terreno fértil para quien está empeñado en limitar la libertad de prensa para imponer su versión.

¿Podría citar el caso más emblemático de fake news registrado en Finlandia?

No tuvimos un caso que merezca destaque especial. Los albos de la desinformación son casi siempre los mismos. Los ataques vienen de grupos anti-inmigración alineados a la extrema derecha. Lidiar con ese tipo de actividad y contenerla es básicamente un trabajo diario. Cuando digo “nosotros”, incluyo a la sociedad porque como el país entero es afectado necesitamos el compromiso de todos los actores y no solo de los gobernantes.

¿La justicia tiene el poder de combatir las fake news?

Esos casos caen en la esfera criminal una vez que las acusaciones se convierten en injurias y difamación. Si la justicia decide por la condena la discusión es sobre medios y comunicación y tiene poco impacto en el eje comportamental de quien disemina noticias falsas.

¿Gigantes vehículos de información como Facebook están empeñados lo suficiente para combatir la diseminación de noticias falsas?

Hay un discurso bien elaborado sobre este asunto. Facebook y otras compañías son óptimos en relaciones públicas y en realizar presentaciones bonitas en PowerPoint, pero no sabemos se están realmente haciendo lo que divulgan. Ellos tienen de hecho control sobre el contenido de sus plataformas.

¿Cuál es su opinión al respecto?

Yo no confió en esas empresas. Las herramientas ofrecidas por las redes sociales son usadas contra la sociedad y los individuos. La verdad es que Facebook dispone una plataforma para personas mal intencionadas a afectar las elecciones de un país, por ejemplo. Por eso, esas empresas deben tener una responsabilidad social respecto a la diseminación de fake news, lo que no estamos viendo con claridad.

¿Hasta dónde los gobiernos pueden impedir la diseminación de fake news, considerando que los mensajes ocurren en el ámbito personal?

En Finlandia, el papel del Gobierno es reaccionar e informar a la población, además de mantener actualizada la programación escolar en ese sentido. Esa ha sido una buena estrategia porque es preciso estar preparado para uno de los mayores desafíos del futuro que será conseguir diferenciar lo que es real de lo que no es. Ni todos los países tienen esa misma táctica, algunos controlan la información a la que las personas acceden, por ejemplo.

¿Los deepfakes (falsificaciones) son el mayor problema actualmente en las redes sociales?

Si, y la perspectiva no es de las mejores. El acceso a esas herramientas de desvirtuar la realidad será cada vez más fácil y barato. Cuanto más dudas tengamos que algo es real o no, más daños podrán ser causados a la sociedad. La manipulación de imágenes en la comunicación entre individuos; cuando conversamos por video llamada, por ejemplo. En el futuro no vamos a tener certidumbre de que la persona al otro lado exista.

¿Se puede hacer algo al respecto?

Me inclino a pensar que la tecnología está disponible para todos. Va a ser una especie del juego al gato y al ratón. Nosotros tenemos que prepararnos para los ataques de desinformación porque van ser una  realidad en el futuro próximo. Se pensaríamos acertadamente el Caballo de Troya fue el primer caso de manipulación de la información de la historia que hoy no pasa de una fábula, pero durante la Guerra de Troya era una realidad asustadora. Los mecanismos tecnológicos están desarrollándose tan rápido que podemos deparar con una serie de episodios semejantes, pero solo sabremos si se trata de una farsa mucho tiempo después.

Hay diferencias en relación a cómo reaccionan las diferentes generación a las fake news?

Si, cuando se observo ese comportamiento durante las elecciones norteamericanas, se constató que los mayores con los que más comparten fake news en las redes sociales, por ejemplo. Por eso, aquí en Finlandia, voluntarios organizan grupos de discusión en bibliotecas para aproximarse a ese público, que está en un periodo de aprendizaje de entender que el mundo entero está dentro de smartphone.

¿Qué opina de la táctica de políticos como los presidentes Donald Trump y Jair Bolsonaro, que se ufanan en tachar de noticia mentirosa cualquier mención de la prensa que los incomoda?

Esa estrategia es una forma más de atacar a la democracia e poner en jaque uno de los principales pilares, la libertad de prensa. Lo más importante en toda sociedad es la confianza en las instituciones. Las personas deben confiar en sus gobernantes y en otros órganos representativos, como la justicia. Los medio son el vaso conductor de la democracia. Las personas aún confían en la prensa, y eso es bueno, pero esa visión puede cambiar con el tiempo, ya que es el primer enemigo de las fake news. Cuando hay la intensión de herir a la sociedad, la prensa es el blanco preferido. Ella debe ser desacreditada para que una nueva “verdad” se imponga, incluso si se basa en mentiras.

¿Hasta qué punto la crisis de credibilidad del periodismo profesional abrió espacio para la diseminación de las fake news?

Las empresas de comunicación enfrentan crisis financieras en todo el mundo. Eso afectó la forma como se hace periodismo. Lamentablemente las fake news tendrán espacio a pesar de esa crisis. La confianza en la prensa tradicional es uno de los mejores antídotos contra a diseminación de falsas informaciones.

Más allá de la contaminación del ambiente político, ¿cual es el mayor maleficio que la exposición de las fake news puede causar a largo plazo?

Dejar a las personas paranoicas, sin la sensación de poder confiar en las fuentes de información. Es algo que los adeptos de las fake news saben y quieren: dejar a las personas desconfiadas en las fuentes oficiales en relación a la verdad. Ese comportamiento puede incidir en la proliferación de enfermedades psicológicas e emocionales en los próximos años. Por eso debemos mantener atencion con relación al tema.

 

Publicado en VEJA de 25 de marzo de 2020.