La farsa de la paz en Gaza y el nuevo orden en Oriente Medio

Àngel Marrades | Descifrando la Guerra
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Mapa del plan de Trump para la paz en la Franja de Gaza. Fuente: La Casa Blanca.

El acuerdo de alto al fuego alcanzado el 10 de octubre de 2025 forma parte de una nueva fase de la guerra. Una pausa temporal que tiene como objetivo la implementación del plan colonial de Donald Trump y asegurar la victoria que Israel ha sido incapaz de alcanzar por medios militares.

El genocidio contra el pueblo palestino tomará ahora otras formas, menos directas, pero igualmente encaminadas a su desaparición como nación. Sin embargo, el nuevo Oriente Medio que tratan de forjar Israel y Estados Unidos sigue siendo un orden frágil y carente de un centro de gravedad coherente.

El nuevo orden en Oriente Medio

Dos años han pasado desde el 7 de octubre de 2023, cuando la operación Inundación al-Aqsa de Hamás rompió la apariencia de invencibilidad del Estado de Israel, en medio de la mayor crisis política que vivía el país hebreo. Fue la culminación de una serie de tendencias estructurales que pretendían que los palestinos ya no importaran en Oriente Medio y podían ser completamente ignorados para firmar la paz con Tel Aviv.

Los Acuerdos de Abraham parecían abrir una nueva era en la que se culminaría el camino abierto con Oslo y se completaría la integración regional de Israel, sellándose una sólida alianza con los países árabes aliados de Estados Unidos. Y todo ello dejando intacta la ocupación sobre los palestinos y sin avanzar un ápice en el prometido Estado de Palestina hace 30 años.

La Inundación al-Aqsa echó por tierra todo este paradigma y obligó al mundo a confrontar con la realidad de la opresión de los palestinos. La guerra y el genocidio han dejado un nuevo escenario. Por un lado, Israel parece más fuerte que nunca, ya que ha sido capaz de desmantelar uno por uno a sus distintos rivales, decapitando a los principales centros de mando del Eje de la Resistencia –tanto en Líbano, Irán, Yemen o Gaza–.

El Eje de la Resistencia se ha visto arrastrado a una guerra para la que no estaba preparado ni tenía voluntad de combatir. Apenas hubo coordinación y los distintos frentes se mantuvieron desunidos. Incapaces de llevar la iniciativa, se vieron obligados a luchar a la defensiva y de forma reactiva –la peor fórmula posible frente a una fuerza aérea israelí envalentonada–.

Únicamente Ansar Alá de Yemen se sale de este patrón. Ahora el Estado sionista reina sobre las cenizas de ese mundo, con el gobierno sirio de al-Asad fuera de la foto, Hezbolá contra la pared bajo la espada del desarme e Irán gravemente dañada, si bien se salva a cambio de abandonar a sus aliados.

Por otro lado, esta fortaleza de Israel tiene como contraparte un golpe sin precedentes a su reputación internacional, habiéndose convertido casi en un Estado paria a los ojos del mundo. Y todos sus éxitos militares hacia fuera no se han traducido en ninguna victoria dentro de la Franja de Gaza, donde ha sido incapaz de cumplir sus objetivos de guerra y donde sus fuerzas se han visto obligadas a entrar y salir una y otra vez del mismo territorio.

El ejército israelí no ha podido desarraigar a la resistencia palestina, a pesar de su constante escalada de la violencia para, mediante el genocidio y la limpieza étnica, privarla de su apoyo social, fundamental para su supervivencia.

El propio ejército israelí advertía que sus tropas estaban extenuadas y que los resultados no cambiarían fundamentalmente el equilibrio de fuerzas. De hecho, los altos mandos llegaron a oponerse abiertamente a la última operación militar, considerándola un riesgo innecesario. La repulsa internacional al genocidio, ante la presión desde abajo a los gobiernos, estaba creando las condiciones para la imposición de sanciones a una economía israelí en serios problemas por la guerra.

Los Estados europeos, que no confiaban ya en la victoria militar israelí, y queriendo revivir la quimera de la “solución de los dos Estados”, se estaban distanciando de Estados Unidos para imponer sus propias medidas que les permitieran limpiarse las manos en su complicidad en el genocidio.

El contexto para el alto el fuego en Gaza

Los Estados árabes aliados de Washington por su parte, si bien saludaban la derrota del Eje de la Resistencia, empezaban a temer la hegemonía regional israelí, su creciente escalada militar y el peligro de verse arrastrados a una guerra con Irán. De este modo, dos hechos fueron determinantes en dar un giro a la guerra y favorecer este alto al fuego.

Por un lado, la presión europea culminó en el reconocimiento del Estado palestino en la Asamblea General de Naciones Unidas. Aunque con el propósito de reforzar la posición de su aliado hebreo, esta decisión iba en contra de la política del gobierno israelí de enterrar la “solución de los dos Estados”, y señalaba el peligro de una paz impuesta sobre Tel Aviv en unas condiciones inaceptables.

Por otro lado, el ataque israelí sobre Catar, para matar a la delegación de Hamás que negociaba la última propuesta de alto al fuego, terminó de abrir la caja de Pandora. Ni si quiera las ricas monarquías del Golfo quedaban fuera del alcance de Israel, y Estados Unidos no parecía ser un socio fiable dispuesto a protegerlas. El viejo contrato que sostiene al dólar como moneda hegemónica amenazaba con resquebrajarse, con todo el poder financiero que pueden mover estos países.

Estos dos hechos fueron determinantes y terminaron de mover la balanza, era necesario un cambio para preservar el statu quo. Durante la Asamblea General, la administración Trump se movió con rapidez para darle la vuelta a la situación. Impuso el freno al gobierno israelí para que no se anexionara de iure Cisjordania como respuesta al reconocimiento del Estado palestino y le ofreció una victoria por otros medios para que aceptara el alto al fuego.

Al mismo tiempo, lanzó una ofensiva diplomática a los Estados árabes e islámicos, combinando el palo –el peligro de una mayor escalada militar israelí en la región, incluido la expulsión de los palestinos por la fuerza– y la zanahoria.

Los turcos querían que se levantasen las sanciones CAATSA por la compra de los S-400 rusos, volver al programa de los F-35, adquirir nuevos F-16 y una mayor cooperación con Estados Unidos. Los cataríes obtuvieron la disculpa de Israel por el ataque aéreo y el compromiso de Estados Unidos con la seguridad nacional a través de un nuevo acuerdo de defensa.

Egipto ha estado aterrorizado por el espectro del desplazamiento forzoso de los habitantes de Gaza al Sinaí, y su movilización del ejército egipcio en la frontera oriental del país aumentó las tensiones con Israel y amenazó el tratado de paz entre ambos, por no hablar de la ayuda exterior estadounidense.

En conjunto, esto significó que los tres países –Turquía, Qatar y Egipto– ejercieron una enorme presión sobre Hamás, que se encontraba aislado, militarmente debilitado y con sus aliados derrotados.

El plan colonial de Trump

El conocido como plan de 20 puntos, anunciado el 29 de septiembre en una rueda de prensa entre Trump y el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, es una versión refinada de la iniciativa propuesta en febrero de 2025. Entonces, el presidente republicano sugirió abiertamente la limpieza étnica de la Franja de Gaza –siendo los palestinos desplazados a Egipto y Jordania– y la apropiación del territorio por parte de Estados Unidos.

El nuevo plan mantiene buena parte de su espíritu, pero con cambios en forma y parte de su contenido. El elemento constante es el desarme y rendición de la resistencia palestina, así como externalizar la responsabilidad de la ocupación de la Franja de Gaza a un consorcio internacional que libre a Israel de esta enorme carga.

En primer lugar, Trump se aseguró el apoyo de los Estados árabes e islámicos, pero después introdujo cambios sustanciales al plan en la reunión con Benjamín Netanyahu:

  • Se eliminó la admisión de que Estados Unidos e Israel pidieron a Catar que acogiera a Hamás.
  • Las líneas de retirada del ejército israelí se modificaron por completo para permitir que Israel conserve la mitad del enclave palestino. Incluso si se cumplen todas las condiciones y se completan las tres fases de la retirada, las fuerzas israelíes seguirán permaneciendo dentro de Gaza con un “perímetro de seguridad” permanente “hasta que esté debidamente protegida contra cualquier amenaza terrorista resurgente”.
  • Se introdujo a Tony Blair y Donald Trump para supervisar la administración de Gaza.
  • Se reemplazó el término “ciudadanos palestinos” por “pueblo de Gaza”.
  • Se eliminaron las referencias a la desradicalización de los israelíes, conservando solo un lenguaje vago sobre “mentalidades y narrativas”.
  • Se vinculó la retirada al desarme de Hamás, ampliando los términos de armas ofensivas a todas las armas “militares/terroristas”, añadiendo “destruidas y no reconstruidas”, asegurando efectivamente una presencia permanente del ejército israelí bajo el pretexto de “impedir la reconstrucción de las capacidades de Hamás”, contando con derecho de veto sobre el proceso.

Con estos cambios, Netanyahu pudo decir con confianza en la rueda de prensa que apoya “el plan para poner fin a la guerra en Gaza, que logra nuestros objetivos bélicos”. Estos son la recuperación de los prisioneros, el desarme de las resistencia, la ocupación de la Franja de Gaza sin ninguna responsabilidad y borrar del proceso la idea de un Estado palestino. Repasemos este proyecto colonial.

En lo que respecta al alto al fuego, deja amplia discreción a Israel para alegar violaciones y reanudar operaciones militares, convirtiendo cualquier violación, real o inventada, en justificación para continuar la guerra bajo una cobertura sancionada internacionalmente.

Además, la retirada israelí a partir del 53% de la Franja queda a su total discreción, según la valoración israelí de si Hamás y el resto de facciones cumplen con el desarme. El Estado sionista mantendrá en toda circunstancia una nueva “franja de seguridad”, territorio que le será arrebatado a los palestinos. Cabe recordar que ya se apropió hace años de una “franja de seguridad” donde construyó su enorme muro que rodea el enclave palestino como un gueto.

En los apartados de seguridad se establece el desarme de Hamás y el resto de las facciones palestinas, su renuncia completa a la lucha armada, sin ningún tipo de contraparte. Este desarme queda sujeto a la supervisión israelí, permitiendo a Israel continuar justificando su presencia. Se establece la formación de una Fuerza de Estabilización Internacional cuyo objetivo es asegurar el desarme de los palestinos y librar a Israel de la carga de la ocupación de la Franja, subcontratando esta labor a una fuerza internacional.

En todo momento el enfoque es la seguridad de los israelíes, pues es la única parte que puede tener “preocupaciones de seguridad”. La única “concesión” a los palestinos de todo el plan es la entrada de ayuda humanitaria, reconociéndose que la hambruna era una política de presión del gobierno israelí, y que el Estado hebreo no se anexione el territorio de iure, pues en la practica continua la ocupación y se deja la puerta abierta a la colonización.

Por último, en el desarrollo y gobernanza de la Franja, se menciona que Gaza será desradicalizada; esto implica para el Estado sionista renunciar a la identidad y la narrativa palestinas. La naturaleza sesgada y parcial del plan queda clara en la falta de exigencia de desradicalización de las élites gobernantes de Israel, que han incitado al genocidio y apoyado la matanza masiva de civiles. Los israelíes sólo deben “cambiar de mentalidad”.

El plan también despolitiza la cuestión de Palestina al proponer un “diálogo interreligioso” para cambiar la mentalidad y las narrativas palestinas e israelíes, como si el “conflicto” tuviera su raíz en un malentendido cultural, en lugar de sus orígenes coloniales.

El documento exige la reforma de la Autoridad Palestina en línea con las exigencias israelíes, lo que implican que los palestinos no pueden emprender acciones legales –como las denuncias de apartheid o genocidio ante los tribunales– para defender sus derechos. El plan es de naturaleza doblemente colonial: tanto por su control de los palestinos en Gaza, buscando instaurar una forma de fideicomiso, como porque impone una reconstrucción dirigida y controlada según los intereses económicos del capital estadounidense e israelí, con una zona económica especial para grandes inversores.

La iniciativa somete a los palestinos a una reconstrucción despolitizada, donde se convierten en sujetos de la gobernanza tecnocrática: solo pueden participar en la implementación de la ayuda humanitaria y la prestación de servicios. Al mismo tiempo el bloqueo israelí sobre la Franja de Gaza queda intacto, teniendo potestad sobre sus fronteras, espacio aéreo y marítimo, que pueden ser restringidos a voluntad.

De este modo, se busca aislar a Gaza de la lucha palestina más amplia al despojar a Hamás de todo papel político e imponer un modelo de gobierno dirigido por extranjeros y desconectado de las aspiraciones nacionales. Tampoco se solicita la exclusión del fugitivo Netanyahu ni de otros de la política y el gobierno israelíes. Sin embargo, sí se solicita la eliminación de las facciones palestinas del gobierno directo o indirecto.

En ningún momento se hace mención alguna a un futuro Estado palestino ni al pueblo palestino, solamente se habla de “pueblo de Gaza”. La llamada “Junta de Paz” que gobernaría el enclave, como un nuevo Mandato colonial, estaría presidida por Donald Trump junto a Tony Blair.

El plan no es, por lo tanto, ninguna oferta de paz, ni un acuerdo a negociar y pactar. Es un ultimátum que ofrece una rendición a Hamás. Básicamente equivale a una invitación al grupo palestino a rendirse en los términos que Netanyahu ha estado exigiendo: el desarme. Esta maniobra israelí-estadounidense debe verse como un intento de rehabilitar la imagen de Israel y reorientar el diálogo global.

Por un lado, es un plan unilateral, que permite justificar el genocidio y la ocupación. Por otro lado, da un giro a la narrativa dominante, de forma que permite levantar la presión sobre Israel de sanciones y boicots e impone todo el peso de su implementación sobre Hamás, que se convierte en un “obstáculo para la paz” si no se desarma y deja a Tel Aviv proceder con sus planes. Muestra de ello es el anuncio de Alemania de que elimina el embargo de armas sobre Israel.

Hamás y la “paz” en Gaza

En primer lugar debemos distinguir entre el plan de 20 puntos de Trump y el acuerdo de alto al fuego alcanzado con Hamás y el resto de las facciones palestinas. Son dos cosas distintas, aunque Estados Unidos ha forzado a que jurídicamente la tregua se entienda como parte de su estrategia más amplia. En resumen, para Washington y Tel Aviv es la concreción de la primera fase de su plan, su implementación concreta.

La respuesta de Hamás puede dividirse en dos partes. En primer lugar, los puntos que el movimiento de resistencia puede negociar, ya que tiene el mandato para hacerlo. Estos son: la liberación de cautivos a cambio del fin de la guerra, la retirada israelí de Gaza, la entrega de ayuda, la reconstrucción y un intercambio justo de prisioneros.

En cuanto al futuro de Gaza y la causa palestina, la respuesta afirma que Hamás no tiene el mandato para decidir sobre estos asuntos. Es un ámbito que corresponde al pueblo y a las instituciones palestinas. Esto significa que Hamás declara que no tiene obligaciones con respecto a ningún aspecto del plan de Trump más allá de los temas que el propio grupo puede negociar.

Sin embargo, por hábil que haya resultado la respuesta de Hamás, en la difíciles condiciones políticas y militares en las que se encontraba, han quedado comprometidos a un marco que impone el desarme de la resistencia como punto central.

Hamás puede decir que no está sujeto a ese plan, pero todas las negociaciones se dan dentro de los límites que impone este y hacen al grupo palestino responsable de cualquier quebranto, estando justificado el uso de la fuerza para cumplir el desarme. Ahora tiene poco margen de acción al haber empleado su principal baza de negociación: los prisioneros israelíes. Las razones que le han llevado a aceptar este marco podemos encontrarlas en las declaraciones de uno de sus altos dirigentes, Osama Hamdan:

“Al estudiar y leer el plan se tuvieron en cuenta tres factores antes de tomar cualquier decisión. El primer factor fue nuestra determinación de detener el genocidio contra el pueblo palestino en Gaza, brindarle alivio y poner fin a esta masacre en curso y a su sufrimiento, especialmente después de haber soportado casi dos años con firmeza, sin abandonar su tierra.

El segundo factor fue nuestra responsabilidad nacional. Otras facciones palestinas se han unido a la resistencia y otras están presentes en Gaza. Era necesario consultar con ellas. El tercer factor fue el apoyo que se nos ha brindado a nivel árabe e islámico”.

El tercer factor es clave: la enorme presión por parte de Catar, Egipto y Turquía, países en los que Hamás sigue depositando el futuro de la causa palestina. El cálculo de Hamás podría ser el siguiente. Tras dos años de guerra y genocidio, las negociaciones no iban a ir más lejos. Hamás no iba a ser capaz de sacar más concesiones, que es el prisma desde el cual plantean la lucha de resistencia.

Los prisioneros israelíes debían servir para la liberación de los prisioneros palestinos. Aguantar más sólo iba a empeorar la baza negociadora de Hamás, pues desde un inicio ese había sido el objetivo de la operación Inundación al-Aqsa. Las posiciones de la resistencia palestina no se han movido; han sido las mismas que en 2024 y este mismo acuerdo se podría haber firmado entonces. Lo que ha cambiado ha sido la posición de Israel, el grado de desarrollo del genocidio y el marco político dentro del que se ha sellado el alto al fuego.

De esta forma, Hamás está poniendo fin a la guerra con dos logros principales. El primero es devolver el tema palestino a la agenda global, ya que el sueño de toda la vida de los israelíes fue eliminar la cuestión palestina, dividiéndola en grupos separados.

El segundo logro es haber liberado a muchos palestinos de las cárceles israelíes. La Autoridad Palestina, que tiende la mano al Estado hebreo, no ha logrado recuperarlos, pero Hamás sí. No obstante, cabe destacar que este objetivo se ha visto diluido al no haber conseguido la puesta en libertad de ninguno de los cinco grandes presos palestinos.

La otra baza es el sostén del alto fuego y las próximas negociaciones se juegan a la credibilidad de la administración estadounidense, que está ahora en tela de juicio después de que ésta garantizara personalmente que el gobierno de Netanyahu honraría el acuerdo.

Toda la fanfarria, con la visita de Trump, la cumbre de “paz” y el discurso en la Knéset israelí, junto al capital político que ha apostado Washington a este acuerdo con los Estados árabes e islámicos, son los elementos por los que Hamás parece haber considerado que merece la pena confiar en la palabra del presidente estadounidense y firmar la tregua.

Pero más allá del alto al fuego, ¿cuál es el horizonte? Para la resistencia palestina no es otro que la mesa de negociación. Ahora los esfuerzos se mueven al campo de la política, a tratar de forjar una unidad, un frente nacional, con el resto de fuerzas palestinas. Esto es, con la Autoridad Palestina de Fatah, siguiendo el camino de los acuerdos de Beijing, y esperando haber cosechado una nueva correlación de fuerzas.

Esa es la tragedia de la resistencia, dos años de guerra y genocidio para sentarse en la mesa con los mismos que colaboran con Israel y buscan su destrucción. Así terminan por legitimar a la Autoridad Palestina como representante de la nación, que forma parte de esas “instituciones palestinas” que sí pueden negociar el resto de elementos del plan Trump. Con aliados así quién quiere enemigos. El peligro de volver a recorrer el camino de Oslo sigue muy presente.

 


"La realidad no ha desaparecido, se ha convertido en un reflejo"

Jianwei Xun
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