El exceso de capturas, la contaminación y el cambio climático hacen disminuir dramáticamente la cantidad de especies de peces nativos en el lago Titicaca. Flota incluso la posibilidad de acordar una veda entre Perú y Bolivia que duraría dos años.
Pesca en el lago Titicaca
Hacia las cinco de la mañana de este lunes suave de noviembre, cuando el sol comienza a asomar por entre unas leves nubes que flotan sobre el lago Titicaca, Enrique Cuno, un pescador de origen aimara, comienza a navegar con cierta esperanza. A esta hora, el gigantesco cuerpo de agua navegable ―el más alto del mundo― luce rociado por una hermosa y cegadora luz altoandina.
La noche anterior Cuno echó su red y ahora Angélica Panca, su esposa, cumple con el viejo ritual de ayudarle a recogerla, a ver si los fríos fondos siguen siendo todavía generosos.
―¡Acá hay uno!, grita ella, desde el caballito de totora ―embarcación de origen prehispánico―, mientras un pececillo de color entre amarillo y verdoso da sus aleteos finales.
Se trata de un carachi amarillo (Orestias luteus), una especie de pez nativo que ha sucumbido entre las mallas y ha dejado en evidencia, en esta madrugada deslumbrante, que el Titicaca aún respira. Pero con dificultad, como si hubiera contraído una enfermedad que afecta a los diferentes seres que lo habitan, especialmente a la fauna ictiológica que vive en sus aguas.
Progresiva disminución de la fauna
Según la investigadora Orieta Flores del Proyecto Especial Lago Titicaca (PELT), un organismo creado por Perú y Bolivia en el año 1987, desde los años noventa se viene notando una progresiva disminución de esta fauna por varios factores que golpean, como una marea de altura, a este ecosistema: la sobrepesca, la contaminación de diverso tipo, el cambio climático.
“Hay depredación, no se respetan las vedas”, apunta, mientras nos explica con una precisión casi quirúrgica cómo, por ejemplo, la biomasa de los individuos del género orestias, al que pertenece el pececillo capturado en esta mañana luminosa, fue disminuyendo como consecuencia de, digamos, oleajes diversos. Provocados por la especie humana y por especies introducidas.
De acuerdo a un reciente informe de la Autoridad Binacional Autónoma del Lago Titicaca (ALT), cuyo organismo técnico es el PELT, en los últimos 60 años habrían desaparecido al menos 20 especies de orestias. Es decir parientes diversos del pequeño carachi que sigue moviéndose desesperado en la red de Cuno, cuyo destino final será una olla de sopa.
Es el estimado que se ha hecho en base a varios informes científicos recogidos por la ALT, los cuales también calculan que en la actualidad hay seis especies de estos pececillos en vías de extinción. Entre ellos la boga (Orestias petlandi), que ya no aparece en las redes, pero que ha sido salvada casi heroicamente en las vecinas lagunas de Saracocha y Ululanasa por el PELT.
El humanto (Orestias cuvieri), en cambio, sí se extinguió hacia la década de los noventa. De tamaño grande, pues llegaba a medir más de 20 centímetros, era muy apreciado. La sobrepesca y, de acuerdo a algunas versiones, la llegada del pejerrey argentino (Odonthestes bonariensis) y de la trucha arco iris (Oncorhyinchus mikiss), especies introducidas muy voraces, lo impactaron en su presencia.
Todo esto ocurre a más de 3.800 metros sobre el nivel del mar, en este majestuoso lago que en total tiene una superficie de 8.200 kilómetros cuadrados, el 52% de los cuales se encuentran en Perú y el 48% en Bolivia. Y le ocurre también a Cuno, pescador desde los 17 años (hoy tiene 47), quien cuenta que, unos 10 años atrás, “tirabas la red y salían abundantes carachis”.
Males y bienes de altura
Una cierta nostalgia de la pesca de antaño invade entonces la conversación. La memoria aimara, o la de los uros (indígenas que viven en islas flotantes del lago), puede viajar muy atrás y llegar hasta el año 1300 A.C., cuando bajo los dominios de la Cultura Chiripa ya se pescaba en este inmenso cuerpo de agua navegable, que tiene una profundidad máxima de 277 metros.
En ese entonces y por siglos la pesca fue una de las actividades principales, gracias a una biodiversidad lacustre que incluía, según Flores, unas 58 especies descritas en la zona altiplánica, la mayoría del género Orestias, pero también del género Trychomicterus, al cual pertenece el emblemático ‘suche’ (Trychomicterus rivulatus), un bagre más grande que ahora es muy escaso.
“A veces cae en la red”, dice Cuno, mientras sigue surcando el Titicaca en su caballito de totora y cerca de la Isla Chimu, creada por él mismo para recibir turistas y sortear los tumbos bajos de la pesca. Es más posible, sin embargo, que capture algunos ejemplares de mauri (Trychomicterus dispar), otro pez pequeño que todavía se ve en embarcaderos y mercados.
Juan Ocola, presidente ejecutivo de la ALT, afirma que, al final, esta crisis arroja cifras desoladoras: en el Perú los peces nativos se habrían reducido en 88,9% y en Bolivia en 88,1%. Es tal la situación que hasta podría declararse una veda total por dos años, para amortiguar esta deriva imparable, que amenaza a la biodiversidad y afecta la seguridad alimentaria regional.
Porque si bien en Puno y otras ciudades se consume carne de cordero y de pollo (hay una afición intensa por el pollo a la brasa), el pescado sigue siendo uno de los ingredientes supremos de la cocina popular. En varios mercados, como el de Bellavista en esta ciudad, se ofrece el thimpu de carachi, ahora mezclado con carne de trucha, un caldo conocido como levantamuertos.
Elena Segura, propietaria del restaurante El Pez de Oro de este mercado, da la receta y lo sirve: papa, chuño (papa deshidratada) y carachis hervidos. La evidencia científica le respalda. De acuerdo a una tesis de maestría de la economista Dina Pari Quispe, realizada en el 2012, el pececito de marras tendría 17,95% de proteínas, 1,1% de minerales y 1,5% de lípidos.
Si se sigue remando en esta inquietante historia, es posible hallar otros ingredientes. En el año 1946 hizo su ingreso a este gran ecosistema lacustre el pejerrey argentino ya mencionado. Fue introducido en el lago Poopó de Bolivia, hoy presa de una sequedad casi definitiva y alarmante, y de allí habría ingresado al lago Titicaca por el río Desaguadero, que conecta a ambos, en 1955.
Los invasores
Cuatro especies de trucha, a su vez, fueron introducidas en el Titicaca en 1940 y fue la especie denominada arco iris la que se adoptó más exitosamente, al punto que ahora se ve numerosos criaderos en el lago, sembrados en varios lados, inclusive cerca de la isla de Cuno. La aceptación de esta especie, y del pejerrey, fue en un inicio auspiciosa y vista como un recurso interesante.
Pero a los pocos años comenzaron los problemas. Varios informes científicos recogidos en el informe del ALT sostienen que la trucha entró en competencia con la hoy extinta boga, y que el ispi, otro pez nativo (Orestias ispi) era usado para alimentar esta especie y también era devorada por el pejerrey, al punto que se le usaba como carnada para pescar con anzuelo a este último.
Ese no fue el único problema. En el año 1981 se produjo una catastrófica mortandad de especies de Orestias. Cerca de 18 millones de ellos sucumbieron ante el protozoo denominado Ichtyophthirius multifilis, que atacó especialmente al carachi gris, un pececito distinto a los demás carachis más oscuros que aparecieron en la red de Cuno, y que hoy también es escaso.
En todo este laberinto, por añadidura, tiene una gran incidencia la pesca sin control de las últimas décadas, que ha caído como una ola sobre el Titicaca llevándose sin piedad a carachis, ispis, bogas, suches, truchas, pejerreyes y casi todo lo que se mueva en el agua. Para Ocola ese es uno de los principales problemas, que se agrava por la falta de una información más rigurosa.
Por más que se intente precisar qué cantidad de pescadores hay en el lago, resulta tan difícil como encontrar un suche en los mercados. De acuerdo a él, no existe un censo de ellos y “hay un número importante de informales”, lo que hace bastante difícil establecer un control sobre la actividad. En 2001, por ejemplo, la Capitanía de Puerto de Puno habría registrado 5.600.
Tres años después, la Dirección Regional de la Producción del departamento de Puno registró 1.831 pescadores formales y 3.150 pescadores informales, los que sumaban 4.981. Al año siguiente habrían llegado a ser 7.168, mientras que en el 2007 otro recuento arrojó 1.531 formales. ¿Cuál es la cifra exacta? Hasta ahora no lo saben con exactitud ni los espíritus del lago.
Lo que se echa y lo que se calienta
Tampoco se sabe cuántas embarcaciones existen, aunque se estima que al 2007 eran 3.165, entre ellas el caballito de totora de Cuno. De lo que sí hay una cifra aproximada es del volumen de capturas, otro indicador del desplome de las especies nativas de este lago del cual, según la leyenda, habrían emergido Manco Cápac y Mama Ocllo para fundar el Imperio de los Incas.
En 1982, dice el informe de la ALT, se habrían capturado 3.150 toneladas de ispi, boga, carachi, suche y mauri; en el 2018 apenas se habría llegado a las 967 toneladas. En ese último año, la captura de suches fue igual a cero. Para Ocola, el gran problema es la sobrepesca; para Flores también, aunque ella añade otros dos ingredientes: la contaminación y el cambio climático.
No hay que ser muy agudo para constatar que una parte de las orillas del lago luce desangelada por los residuos que flotan en sus aguas, por el color marrón y por las espesas capas de algas que flotan encima en algunos sectores a causa de la eutrofización. Un fenómeno que impide que la luz solar llegue hacia las plantas que están en las profundidades para que haya fotosíntesis.
El origen de esto es la presencia de nutrientes de origen orgánico diverso (doméstico, por ejemplo). La consecuencia directa es que los hábitats donde los carachis se reproducen se vuelven tóxicos y van minando a los alevinos. A ello se suman la contaminación minera y la industrial, que igualmente alcanzan al lago y lo convierten en un ecosistema golpeado.
Si eso no fuera suficiente, desde hace algunos años ha irrumpido el cambio climático, que tan intensamente fue debatido en la reciente COP26 de Glasgow, Escocia. De acuerdo a un informe del Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología del Perú (SENAHMI), emitido en junio de este año, el nivel de agua del lago Titicaca se ha vuelto irregular desde los años ochenta.
Y este año estuvo a 0,85 metros por debajo de su nivel histórico. Según Flores, “el calentamiento global privará de lugares de desove y cría a los peces nativos, causará desaparición y muerte”. Suena real, porque en esta semana, a pesar de que estamos ya en época de lluvias, no cayó una sola gota sobre la ciudad y el lago, como si una sequía se asomara.
En medio de toda esta tormenta, en el local del PELT cercano a la ciudad de Chucuito, a pocos kilómetros de Puno, el biólogo Wilson Sanga procede a echar unas semillas para el futuro. A un ejemplar hembra de mauri le ha sacado la huevera, la ha puesto en un recipiente y la ha mezclado con el semen de un ejemplar macho, que poco después se fue de este mundo.
Olas de esperanza
Luego procederá a propiciar una fecundación cuidadosa, minuciosa, a fin de que nazcan alevines que luego serán introducidos en algunos puntos del lago. Desde el año 1993, cuando comenzó este proyecto de repoblamiento, se han sembrado aproximadamente 250.000 de ellos, en diversas partes y en acuerdo con la Organizaciones Sociales de Pescadores Artesanales (OSPAS).
Hay una luz allí, en medio de este laberinto de extinciones y pasiones que vulnera la vida del Titicaca. Como también la hay en la mirada dulce de Camila, la pequeña hija de Cuno, que anoche cuando la familia fue a tirar la red en medio de fuertes ráfagas de viento que provocaban olas, sonreía como atisbando un futuro en el cual ella pueda seguir pescando en estas aguas.