Las noticias falsas son la nueva defensa de los políticos del mundo

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Foto: Erik De Castro/Reuters

Las noticias falsas tuvieron un auge durante 2016. Reportajes compartidos en redes sociales y originados en sitios web poco conocidos, con información fabricada, proliferaron antes del referendo del brexit en el Reino Unido, por ejemplo, y durante la elección presidencial en Estados Unidos.

Microsoft dejaría de tener negocios en Inglaterra si la gente votaba por salirse de la Unión Europea, aseguraban ciertas publicaciones. Otras hablaban de crímenes cometidos por refugiados. En las elecciones presidenciales estadounidenses las noticias falsas incluso motivaron a un hombre a entrar armado a una pizzería para investigar si realmente había una red de pederastia patrocinada por el equipo de campaña de Hillary Clinton (un reporte ampliamente desacreditado).

Los europeos han creado un grupo específico para desmentir rumores de ese tipo antes de elecciones clave. Facebook, Google y Twitter han anunciado que buscarán cómo combatir que se difundan tales historias falsas y fabricadas en las redes sociales.

Las noticias falsas por lo general pueden clasificarse en tres categorías: informaciones erróneas o fabricadas diseminadas para avanzar algún mensaje político; reportes a partir de aseveraciones o datos no confirmados, y aquellas publicadas por medios satíricos.

No obstante, durante 2017 el término de “noticias falsas” ha adquirido un nuevo uso: gobiernos y funcionarios alrededor del mundo lo emplean para descartar reportes que no los favorecen.

Por ejemplo, el 17 de febrero pasado, el presidente estadounidense Donald Trump publicó en Twitter que The New York Times o CBS eran “medios de noticias falsas” y, por tanto, actuaban como enemigos del pueblo estadounidense.

El 28 de marzo lanzó de nuevo una acusación similar en la red social, al afirmar que las investigaciones de los presuntos vínculos entre integrantes de su equipo de campaña y de gobierno con funcionarios rusos son diseminados solo por “noticias falsas”.

La cancillería rusa, en su sitio web oficial, ha comenzado a poner un sello que dice “Falso” encima de artículos de varios medios, aunque no ofrece datos para desmentir varios de los reportajes.

“Es una situación peligrosa y preocupante que gobiernos o individuos simplemente tilden algo como ‘noticias falsas’ si no les gusta, en vez de ofrecer evidencia al contrario o pronunciarse sobre alguna aseveración en específico”, señaló Eileen Murphy, la portavoz de The New York Times, al respecto.

La acusación que ha sido lanzada por Trump en repetidas ocasiones también fue la respuesta de Pekín a informes recientes sobre la tortura a la que habría sido sometido el abogado chino Xie Yang, bajo juicio por subversión al Estado. Tales informes son “mentiras cuidadosamente orquestadas” y “esencialmente noticias falsas”, indicó la agencia estatal Xinhua.

El Partido Comunista de China desde hace tiempo ha buscado desacreditar reportes poco halagadores por medio de las agencias de noticias estatales, pero no usaba tal término para hacerlo.

Y el secretario de Relaciones Exteriores de México, Luis Videgaray, utilizó el término en su cuenta de Twitter después de que CBS reportara que, durante su primera visita oficial a la Casa Blanca, el canciller mexicano ayudó al gobierno de Trump a redactar un controversial mensaje sobre la construcción del muro con México. The Washington Post después reportó que Videgaray no escribió el mensaje, pero que sí habría ayudado a “suavizarlo”.

Las acusaciones de información falsa por parte de medios no son nuevas en Latinoamérica ni en otras partes del mundo. Apenas en febrero, por ejemplo, el gobierno venezolano bloqueó la señal de CNN en Español tras acusarla de librar una “guerra de propaganda”.

Pero es destacable el que naciones que llevan años lanzando acusaciones de este tipo ahora lo hagan usando el término fake news.

“Es preocupante que lo tomen prestado”, indicó a Reuters Patrick Poon, activista de Amnistía Internacional en Hong Kong.

Falta de distinción

El problema de que noticias poco favorecedoras a algún gobierno sean tildadas como falsas es el esparcimiento de la desconfianza, que con el tiempo borra la distinción para algunos lectores entre una noticia falsa compartida en redes sociales y una noticia que algún gobierno califica de falsa. Un estudio de la Universidad de Stanford publicado después de las elecciones estadounidenses halló que más de la mitad de las personas que leyeron noticias fabricadas las creyeron, por ejemplo.

“La desinformación o noticias falsas que sorprenden o están diseñadas para apelar a nuestros sesgos se esparcen como un incendio forestal”, alertó Tim Berners-Lee, el inventor de la “www”, en un artículo de opinión.

Se asemeja a lo que George Orwell llamó “doblepensar” en 1984: cuando una mayoría cree una mentira, esta se convierte en verdad, al menos para ese grupo. Y es que a la par de las acusaciones contra algunos medios, el equipo de Trump también ha recurrido a citar reportajes de medios afines como Breitbart News o, en el caso de la acusación reciente de que Obama habría intervenido los teléfonos de la Trump Tower, teorías de conspiración impulsados por programas de radio de corte ultraconservador. Algunas de estas aseveraciones han sido calificadas como “hechos alternativos” por la estratega de Trump Kellyanne Conway.

En Filipinas, el presidente Rodrigo Duterte impulsa una guerra contra las drogas que ha resultado en la muerte de miles de presuntos narcotraficantes o consumidores. A momentos acusa a la prensa extranjera y a ciertos medios filipinos de fabricar los datos de cuántas personas han muerto o bajo qué circunstancias. Pero en otras ocasiones integrantes de su equipo, como su portavoz o celebridades que lo apoyan como la artista Mocha Uson -que llama “prensitutas” a los medios tradicionales-, también promueven reportajes sobre presuntos intentos de desestabilizar al gobierno o de los supuestos sobornos que cobran integrantes de la oposición; a veces, esos reportes se originan en rumores empezados por usuarios de Twitter.

Es decir, por un lado el gobierno parece desmentir reportes poco favorecedores; por el otro, parece validar reportes hechos con fuentes dudosas. Eso dificulta que la población distinga entre cada una cuando hay tantas: “El problema no es que haya pocas verdades, sino demasiadas”, dice el investigador y filósofo Jay Ogilvy.