Libia, del infierno con Gadafi a la pesadilla sin él

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Foto: MAHMUD TURKIA /AFP REUTERS-QUALITY

En la noche del 19 al 20 de octubre de 2011 Muamar el Gadafi resultó herido por un ataque aéreo de la OTAN cuando intentaba burlar el asedio a Sirte. De inmediato fue capturado, linchado y asesinado por las milicias de Misrata. Cinco años después, el panorama en Libia es desolador. La comunidad internacional mira con impotencia cómo se diluye en la insignificancia el Gobierno de Unidad Nacional que propició en diciembre de 2015 en Marruecos. Los diplomáticos que llevan dos años intentando reconciliar a las partes echan en falta un Nelson Mandela libio con altura de miras. “Se puede hablar de islamistas y antiislamistas, pero la verdadera batalla en Libia es por el poder y el dinero”, comenta un observador europeo que conoce a buena parte de los personajes implicados.

En una ciudad costera del este como Sabrata, que vivía de la pesca, el comercio y el turismo, ahora una parte de la población gana dinero con el tráfico humano, según refiere la misma fuente. Cada año salen de las costas libias más de 150.000 inmigrantes dispuestos a rifarse la vida en el Mediterráneo. El petróleo sigue siendo la principal vía de ingresos para los seis millones de libios, pero la producción ha bajado un tercio desde 2011. Hay 1.800.000 personas con necesidad de recibir ayuda internacional y 400.000 desplazados. Y todos los bandos enfrentados han cometido crímenes de guerra, según Amnistía Internacional.

Dentro de ese Estado fracasado en el que se ha convertido Libia hay varios centros de poder. Veamos cuáles son:

Trípoli. La capital es también la sede del Consejo Presidencial del Gobierno de Acuerdo Nacional (NGA por su siglas en inglés), órgano de nueve miembros apoyado por la ONU encabezado por el primer ministro Fayez Serraj. No se preocupen si no memorizan el nombre del Gobierno ni sus siglas. Para muchos libios su existencia es irrelevante y no conocen a sus nueve integrantes. El poder real en Trípoli se reparte entre más de 50 milicias. En cada barrio suele haber puestos de control. Serraj apenas puede garantizar su propia seguridad y la de los miembros del Consejo, que también se encuentran divididos. Y más allá de Trípoli, su influencia es aún más escasa. Desde que Serraj llegó al país hace siete meses ha viajado en decenas de ocasiones al exterior y ninguna al Este, donde el poder recae en la Cámara de Representantes, que no reconoce a Serraj

El pasado viernes, Jalifa Ghwell, el ex primer ministro del islamista y extinto Gobierno de Salvación Nacional tomó el hotel Rixos, sede del Consejo Presidencial y declaró un estado de emergencia. Sobre el papel era un golpe de Estado, pero difícilmente se puede dar un golpe donde no hay Estado. Así que Ghwell es, hoy por hoy, el inquilino más poderoso del hotel Rixos. Y la capital sigue fracturada. En las madrugadas del viernes y el sábado se registraron enfrentamientos entre varias milicias. “La asonada refleja la volatilidad que vive el país”, indica un experto que prefiere preservar el anonimato. “En un sitio donde las milicias cambian de bando según quien les ofrezca más dinero, es probable que mañana o pasado otra gente pueda tomar el control de Trípoli”.

Los ciudadanos de Trípoli consultados por este diario se quejan de la inseguridad (abundan los secuestros), los cortes de luz (al menos tres por semana que pueden prolongarse entre cuatro y ocho horas) y de agua, la inflación y la falta de liquidez.

Misrata. Varias milicias se reparten el poder en esta ciudad Estado. Milicias que son leales al Consejo Presidencial respaldado por la ONU. La situación en Misrata es más segura que en Trípoli, pero las secuelas de cinco años de enfrentamientos pueden verse en sus calles. La mayor parte de los edificios destruidos durante el enfrentamiento con Gadafi siguen igual que estaban. Sus hospitales apenas tienen capacidad para acoger a los heridos que llegan del frente de Sirte.

Sirte. El Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) arrebató a las milicias de Misrata a principios de 2015 esta ciudad, donde nació Muamar el Gadafi. A partir de ahí, los fundamentalistas extendieron su influencia en la zona hasta llegar a controlar Abu Grein, una ciudad que se encuentra a poco más de una hora desde Misrata. A finales de mayo las milicias de Misrata iniciaron el asedio a Sirte. Tres semanas después conseguían arrebatarle el puerto al ISIS. Parecía inminente la caída de los islamistas. Pero aún resisten en el centro de la ciudad. Y eso, a pesar de que las milicias de Misrata cuentan desde el 1 de agosto con el apoyo de la aviación de Estados Unidos, que ya ha alcanzado 220 objetivos. En su mayor parte son de envergadura menor, como vehículos y edificios pequeños.

Tobruk y Al Baida. Estas dos ciudades del este libio, próximas a la frontera con Egipto son la sede de la Cámara de Representantes (HoR, por sus siglas en inglés), desde que los diputados tuvieron que exiliarse cuando fueron expulsados por las guerrillas islamistas unidas en 2014 bajo el nombre de Amanecer Libio.

El hombre fuerte de Tobruk es Jalifa Hafter, el jefe del autoproclamado Ejército de Liberación Nacional. Está respaldado por Egipto y Emiratos Árabes Unidos. Hafter arrebató en septiembre al Gobierno respaldado por la ONU cuatro puertos petroleros de donde podría salir la mitad de la producción del país. Los observadores internacionales consultados, aseguran que la toma de esos puertos es más simbólica que real, ya que en la actualidad no producen nada.

El general Hafter asegura que en la misma Trípoli hay un 80% de la población partidaria de que llegue él a la capital y termine con el caos. Pero lo cierto es que hoy por hoy no existe ninguna fuerza en Libia capaz de imponerse al resto. Hafter ni siquiera ha conseguido aún vencer a los islamistas de Bengasi.

Bengasi. La ciudad donde nació la revolución hace cinco años mantiene desde hace un par una lucha encarnizada entre las tropas del general Hafter y grupos yihadistas. Uninforme de Amnistía Internacional, de finales de septiembre, instaba a crear un pasillo humanitario para salvar a los cientos de civiles atrapados en el barrio de Ganfuda. “Mientras las bombas continúan cayendo sobre ellos, luchan por sobrevivir con comida podrida y agua sucia”.

 

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