México: Quiero encontrar a mi hija en vida o en una fosa

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Foto: AFP

El trabajo y el liderazgo del activista Miguel Ángel Jiménez Blanco, asesinado el sábado, evidenció que los cerros alrededor de la localidad mexicana de Iguala, donde desaparecieron los 43 estudiantes de Ayotzinapa, eran un cementerio.

Durante meses organizó y dirigió un grupo de búsqueda de desaparecidos en el estado de Guerrero.

Las autoridades admitieron el mes pasado que desde octubre se habían hallado 60 fosas con los restos de al menos 129 personas.

BBC Mundo recogió el testimonio de algunas personas que han buscado fosas comunes.

“Todos tememos por nuestras vidas”

Xitlali Miranda, 33 años. Es una de las coordinadoras del Comité de Familiares de Búsqueda de Desaparición Forzada de Iguala.

Cuando sucede lo de los estudiantes de Ayotzinapa en Iguala, comenzamos a hacer reuniones con amigos porque había descontento. Llegó Miguel (Ángel Jiménez Blanco) y empezaron a hacer la búsqueda de los estudiantes, y encontraron muchas fosas en los cerros alrededor de Iguala.

Como habitante de Iguala, Miguel me invitaba a los cerros para que viéramos las fosas. Aquí en Iguala, hay muchas personas con familiares desaparecidos pero nadie decía nada por miedo.

Cuando empiezas a escuchar las historias, que hay mamás que tienen hijos desaparecidos, que cuentan su historia y lloran, eran todo lágrimas, era una cosa incontenible. Al darte cuenta de la magnitud de lo que estaba pasando eso fue lo que hizo sumarme.

La experiencia ha sido traumática, triste y aterradora. Cuando sepultamos a Miguel, nos estábamos acordando que la primera vez que subí al cerro le dije: ‘Voy a ir pero por el amor de Dios no me sueltes de la mano’. Prácticamente me llevaba como una niña.

Es aterrador ver cómo está una fosa y a una distancia de un metro está otra, y a otro metro, está otra fosa. Das un paso y hay una fosa. Es aterrador imaginar lo que vivieron las personas que estaban ahí.

Hay ciertos signos característicos, cuestiones que nos enseñó Miguel de ver el terreno. Cuando hay una fosa, si es reciente, se ve un montículo de tierra; si lleva años, se ve un hundimiento, tierra que no pertenece a la superficie, te da la impresión que escarbaron. Son pequeñas cosas que te dicen que algo extraño pasó ahí. Hay unas muy antiguas con arbustos que crecieron encima.

Ellos empezaban a escarbar y decían que el olor era característico. Hay muchas cosas que sin ser científicas, con el sentido común de gente de campo, te dice que puede haber una fosa. Ellos encontraron restos recientes porque había fluidos corporales, trozos de carne, cuerpos completos.

Después de que empecé a ir a las fosas nos poníamos lentes, gorras, para que no nos reconocieran los malos. Me acostaba a dormir vestida y con los zapatos junto a la cama para que si me secuestraban por lo que estaba haciendo y me dejaban en el campo por lo menos no iba a tener frío. Para mí era aterrador, escalofriante.

Nosotros dejamos muchas fosas marcadas y luego cuando llega la Procuraduría General de la República (PGR, fiscalía) empiezan a exhumarlas. Ahorita lo continúan haciendo, han traído varias cosas para la búsqueda de fosas: drones, perros, un aparato que busca las diferencias en el terreno.

Excavamos, es contra la ley se supone, pero la gente estaba muy enojada y con mucha ansia de justicia, y de búsqueda de verdad. Veías ancianitas excavando de manera rudimentaria porque somos pobres. Darte cuenta que ahí había un ser humano fue muy impactante. La gente lloraba. En un momento abrimos siete fosas y se exhumaron 14 personas. Fue muy sobrecogedor.

Miguel luchó para cambiar esto, hizo muchas cosas que nosotros teníamos miedo de hacer, se atrevió y murió. Cuando lo estábamos enterrando pensé: ¿a quién pedirle justicia si no existe en México? Pensar que lo mataron por las búsquedas y me pregunto: ¿quién sigue?, ¿estaré en esa lista? Temo por mi vida, a veces quiero estar tranquila y ser valiente pero en realidad si haces escándalo por lo que pasa en Iguala y los cuerpos encontrados… creo que todos tememos por nuestras vidas. Pero ahorita que lo conté ya sé por qué estoy ahí, ahora lo recuerdo”.

“Tengo que buscar a mi hija porque el gobierno no la va a buscar” (*)

A mi hija la sacaron de mi casa a las 0:15 horas del 24 de octubre de 2012. Tenía 19 años y una hija de tres. Ella fue amenazada por su exesposo, el suegro, los cuñados; ya estábamos avisadas, el suegro vino a decir que la iban a matar. Me informaron que el exesposo ahorita es el jefe de la delincuencia organizada aquí en Iguala.

Cuando surge lo de los 43 estudiantes se empiezan a unir las personas. Me interesa encontrar a mi hija. En mi caso nadie me auxilió, ni la policía, ni la justicia. Cuando hice la denuncia me dijeron: ‘Vamos a poner que desapareció, vamos a buscar, pero no puedo hacerle más’. Nunca buscaron a nadie, a nadie ha encontrado la Fiscalía de Guerrero.

Quiero encontrar a mi hija en vida o en una fosa. Estoy en duda. Si viviera, ya me hubiera hablado. Tengo el presentimiento de que vive y que no habla porque si no, matan a toda su familia.

Vamos a fosas porque estamos unidos todos el grupo. La unión hace la fuerza. Es muy triste, una experiencia muy dura, porque ves los esqueletos amarrados de los ojos, con cintas, las manos atadas, los pies, es una impotencia que uno no puede hacer nada y pensar quién será esa persona.

Cuando vemos tierra de diferente color, una señal de que la tierra fue removida, enterramos una varilla de un metro veinte y al sacarla despide un olor feo, que ni uno mismo lo soporta, quiere decir que hay cuerpos enterrados.

Las autoridades nos brindan protección cuando vamos a las fosas, después sube la Marina a cuidar esos huesos y luego la PGR exhuma los cuerpos.

Sea como sea tengo que buscar a mi hija porque el gobierno no la va a buscar. Tengo que seguir la lucha de buscarla, con miedo y todo pero tengo que ser fuerte y seguir adelante”.

(*) Por temor a represalias esta persona no revela su identidad. Debió abandonar el estado de Guerrero y ahora vive en otro punto del país. En los expedientes judiciales tampoco aparece su verdadero nombre.

“Uno nunca se imagina tanta crueldad, tanta maldad”

Lucio, 44 años. Su hijo Marlon, de 24 años, desapareció hace más de 2 años.

No usábamos herramientas especiales, sino barretas, picos y palas. Es una experiencia dolorosa porque uno nunca se imagina tanta crueldad, tanta maldad. Encontramos gente amarradas de las manos, quemados, es algo que no lo puedo explicar. Uno siente rabia, desesperación.

Había que vencer el miedo que nos tiene prisioneros en Iguala, de no poder hablar libremente, ya se puede un poco más. No confiabas en nadie, porque la policía y las autoridades están tan involucrados en esto, hay problemas.

Lo primero que pasa por la mente de uno es la esperanza de que su hijo esté vivo, lo otro es que pues si lo encontramos aquí, pues ni modo, pero poder darle una sepultura. Pero creo que estamos buscando muertos, si estuviéramos buscando vivos andaríamos en otro lado.

Desde hace unos meses dejé de ir a las búsquedas por falta de dinero porque hay que gastar, ir por tus propios medios. Me gustaría volver a buscarlo pero estoy bajo en recursos económicos.

Hay poca gente como Miguel Ángel, con ese valor, esa entrega. Si él no hubiese venido a Iguala, a lo mejor esos cuerpos que se han encontrado, seguirían ahí enterrados. Es importante que alguien siga en eso porque no sólo es Iguala, o el estado de Guerrero, es a nivel nacional esto”.