Mientras el virus devasta a las naciones más pobres, los países ricos están resurgiendo

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Foto: Michael Dantas/Agence France-Presse — Getty Images

A pesar de las promesas iniciales, el mundo desarrollado ha hecho poco por promover la vacunación mundial, lo que los analistas califican de fracaso moral y epidemiológico.

El contraste difícilmente podría ser más evidente.

En gran parte del mundo desarrollado los pedidos de vacunas ya van por los miles de millones de dosis, los casos de COVID-19 están disminuyendo, las economías están listas para renacer y las personas están ocupadas planificando sus vacaciones de verano. Sin embargo, en muchas naciones menos desarrolladas, el virus continúa causando estragos, a veces sin control alguno, mientras que las campañas de vacunación se realizan con demasiada lentitud como para poder proteger incluso a los más vulnerables.

Ese contraste digno de una secuencia en pantalla dividida -clubes y restaurantes que reabren sus puertas en Estados Unidos y Europa por un lado, mientras las personas se quedan sin oxígeno en India por el otro- nunca debió ser tan marcado. Cerca de 192 países se inscribieron el año pasado en el mecanismo Covax, una asociación de distribución de vacunas, y la Fundación Gates donó 300 millones de dólares a una fábrica india con el fin de que produjera dosis para los pobres del mundo. El máximo ejecutivo de la Unión Europea declaró en una cumbre mundial en junio del año pasado que “la vacunación es un derecho humano universal”.

Pero el virus se está propagando más rápido que nunca, impulsado en gran medida por los brotes en América del Sur e India, y la campaña para vacunar al mundo lucha por mantenerse a flote.

India, una fuente importante de vacunas en tiempos normales, ha detenido las exportaciones mientras lucha contra un incremento récord del virus y una crisis humanitaria en expansión. Eso ha retrasado envíos cruciales, ya que ese país produce la mayoría de los suministros de Covax.

En Brasil, donde miles de personas mueren a diario, las autoridades solo han recibido una décima parte de las dosis de AstraZeneca que les habían prometido para mediados de año.

Y en países tan variados como Ghana y Bangladés, que agotaron rápidamente sus primeros suministros de vacunas, los pocos afortunados que recibieron una primera dosis no saben con certeza cuándo recibirán la segunda.

“Es una cuestión moral”, dijo Boston Zimba, médico y experto en vacunas en Malaui, país que solo ha vacunado al dos por ciento de su población. “Esto es algo que los países ricos deberían estar meditando. Es su conciencia. Así es como se definen a sí mismos”.

Los problemas van mucho más allá de la disponibilidad de vacunas, e incluyen fallas logísticas profundamente arraigadas y desconfianza a la vacunación, esto último es una herencia de las épocas coloniales e imperiales.

CARE, una organización mundial sin fines de lucro, calculó que por cada dólar invertido en dosis de vacunas, se necesitaban otros 5 dólares para garantizar su traslado desde el aeropuerto hasta los brazos de las personas. Ante la falta de fondos suficientes para los trabajadores de la salud crónicamente mal remunerados y la capacitación para la vacunación, una gran cantidad de las pocas dosis que han sido entregadas están guardadas en almacenes, y sus fechas de vencimiento se acercan con rapidez.

El inestable despliegue mundial de vacunas está teniendo consecuencias desastrosas. Las naciones sin vacunar están siendo azotadas por el virus. Los reservorios de infecciones sin control podrían generar nuevas variantes que prolonguen la pandemia tanto para las naciones pobres como para las ricas. La economía global podría sufrir billones de dólares en pérdidas.

Sin embargo, a pesar de toda la determinación de los líderes mundiales de corregir los errores pasados -más recientemente, la escasez de vacunas contra la gripe porcina en los países más pobres durante la pandemia del 2009- las dificultades que enfrenta la actual campaña de vacunación son enormes.

Cuando la pandemia estalló el año pasado, Covax tenía pocos fondos, lo que hizo imposible que pudiera competir con las naciones más ricas a la hora de asegurar contratos de vacunas. Más recientemente, Estados Unidos, la Unión Europea y la India han prohibido al menos parte de las exportaciones relacionadas con vacunas, obligando a las regiones que no producen sus propias dosis a depender de las que sí.

Últimamente, los países occidentales empezaron a prometer vacunas al mundo en desarrollo: 60 millones de dosis de AstraZeneca de Estados Unidos, un millón de dosis de AstraZeneca de parte de Suecia. Pero estas “donaciones” son una gota de agua, y en algunos casos han sido planificadas de forma aleatoria, lo que deja a los países muy poco tiempo para administrar las dosis.

Incluso mientras las naciones más ricas vacunan a sus propios ciudadanos, pueden empezar a guardar la capacidad de fabricación de vacunas para las inyecciones de refuerzo que se utilizarán contra las nuevas variantes, lo que supone otro golpe para los países que carecen de bases de fabricación.

Los fabricantes de vacunas están prosperando gracias a las ventas realizadas a los ricos del mundo. Pfizer recaudó 3500 millones de dólares por su vacuna en los primeros tres meses de 2021, pero a Covax solo le prometió darle menos del 2 por ciento de las dosis de este año. Moderna, que espera ganar 18.000 millones de dólares en ventas de vacunas en 2021, acordó apenas esta semana suministrar a Covax, a pesar de haber tomado una inversión inicial de una fundación líder de Covax en enero.

Sin embargo, el nacionalismo y las ganancias corporativas son solo una parte de la historia. También existe una enorme dificultad en fabricar tantas dosis.

El gobierno de Biden ha recibido cada vez más presión con el fin de que suspenda los derechos de propiedad intelectual sobre las vacunas para impulsar una fabricación más amplia. Pero dadas las dificultades de producción, ese paso podría tomar años para producir resultados, dicen los expertos.

Según los analistas, las naciones occidentales deberían también presionar a los fabricantes de vacunas para que se asocien con las plantas de fabricación globales, sin importar cuánto cueste y cuánto tiempo tome. Incrementar la producción de esa manera puede ser algo irregular, pero varios estudios del año pasado sugirieron que existía capacidad disponible desaprovechada.

Además, la fabricación local podría mitigar los temores a las vacunas fabricadas en el extranjero. “La meta final es traer vacunas que se construyan y fabriquen en África”, dijo el presidente de la República Democrática del Congo, Félix Tshisekedi, “porque eso creará confianza en las personas al saber que es una vacuna hecha por nosotros y para nosotros”.

A Covax, tener una fuerte dependencia de los envíos de la India le ha salido caro. En enero pronosticó tener 235 millones de dosis para abril y 325 millones para mayo, con la meta de llegar a los 2000 millones de dosis este año, suficiente para vacunar al 20 por ciento de las personas en los países receptores, según documentos de planificación resguardados por Zain Rizvi, un experto en acceso a medicamentos de Public Citizen, un grupo de defensa.

Pero para marzo, ese pronóstico se había reducido de forma drástica en aproximadamente un tercio. Hasta el martes, Covax había enviado 54 millones de dosis, menos de una cuarta parte de su objetivo previo de abril. GAVI, la Alianza para la Vacunación, una asociación mundial de salud entre el sector público y el privado que colidera Covax, dijo que su prioridad era la entrega de segundas dosis e instar a las naciones más ricas a compartir vacunas.

Mientras las naciones más pobres luchan por conseguir suministros, muchas de ellas también están teniendo dificultades para utilizar las pocas dosis que tienen. Esas fallas operativas -una repetición de lo que sufrieron las naciones ricas meses atrás- han hecho que haya reservas de vacunas al borde de sus fechas de vencimiento, en países que no pueden permitirse desperdiciar ninguna dosis.

El problema es particularmente grave en África, donde cerca de dos docenas de países han utilizado menos de la mitad de sus vacunas, según cifras de CARE.

La República Democrática del Congo guardó sin usar durante casi dos meses 1,7 millones de dosis de AstraZeneca, entregadas por Covax, debido a los problemas de seguridad en Europa. Desde que comenzaron las vacunaciones en abril, sólo se ha vacunado a 1888 personas, lo que obligó al país a enviar la mayor parte de su suministro a las naciones cercanas, para evitar que caduque.

Costa de Marfil recibió 504.000 dosis de AstraZeneca del mecanismo Covax a fines de febrero, pero hasta la fecha ha administrado solo 155.000. En los centros de vacunación de Abiyán, la mayor ciudad del país, las sillas de espera están vacías y los trabajadores de la salud juegan con sus celulares para pasar el tiempo.

Las advertencias occidentales sobre los rarísimos efectos secundarios de la vacuna se han difundido en las redes sociales, dijo Arsène Adepo, lo que ha hecho que la gente se pregunte por qué una vacuna que gran parte de Europa había rechazado temporalmente era apta para los marfileños. Esas preocupaciones agravaron los temores de que los africanos fueran utilizados como “conejillos de indias” y de que las vacunas reduzcan la fertilidad.

Sin embargo, la confianza en la vacuna se derrumbó en parte porque algunos gobiernos hicieron muy poco para generar confianza desde el principio: los funcionarios de salud de Costa de Marfil dijeron que apenas hasta esta semana comenzarían una campaña de concientización pública, más de dos meses después de que llegaran las primeras dosis. Las autoridades locales ni siquiera habían decidido cómo transportar las vacunas por Abiyán hasta que las tuvieron en la mano, dijeron los trabajadores de salud.

Muchos países, preparados para el tipo de campañas de vacunación infantil que llevan a cabo regularmente, se sorprendieron al descubrir que no podían confiar en que la gente simplemente se presentara para recibir una vacuna contra el coronavirus.

“Muchos de los problemas de indecisión sobre las vacunas podrían solucionarse, aunque no todos, con una financiación operativa a tiempo”, dijo Benjamin Schreiber, coordinador de las vacunas para la COVID-19 en Unicef, que dirige los esfuerzos de distribución de Covax.

Sin embargo, en medio de la carrera para financiar la compra de vacunas, se ha pasado por alto el dinero para hacerlas llegar a los brazos de la gente. De los 92 países más pobres a los que se las suministra, ocho han recortado sus presupuestos de salud debido a las pérdidas económicas relacionadas con el virus, y varios más tienen dificultades para financiar sus sistemas de salud, en parte porque no cumplen los requisitos para recibir subvenciones o préstamos más generosos, dijo Schreiber.

El Banco Mundial ha prometido 12.000 millones de dólares para la distribución de vacunas, pero hasta el momento solo ha aprobado 2000 millones de dólares en proyectos. A mediados de marzo, el banco descubrió que menos de un tercio de las naciones de ingresos medios y bajos reportaron tener planes para capacitar a vacunadores o campañas listas para combatir la desconfianza en torno a las vacunas, dijo Mamta Murthi, vicepresidenta de Desarrollo Humano del banco.

Las necesidades de muchos países son aún más simples. Algunos no pueden costear imprimir tarjetas de vacunación. Malaui, que planea destruir 16.000 dosis que recibieron a pocos días de su fecha de vencimiento, ha tenido problemas al cubrir los subsidios para el almuerzo de los trabajadores de la salud que viajan de un centro de vacunación a otro para repartir las dosis.

El panorama es incierto. Según Freddy Nkosi, director en el Congo de VillageReach, una organización de salud sin fines de lucro, una mayor cantidad de dosis generará más confianza en las vacunas. Sin embargo, el director ejecutivo del Instituto de Suero de la India dijo recientemente que, si el brote en la India seguía escalando, “tendremos que seguir suministrando a la India e ignorar cualquier otro lugar”.

Ruth Bechtel, directora de VillageReach en Mozambique, dijo que la ampliación de la campaña de vacunación a medida que llegaran más dosis crearía nuevos obstáculos logísticos. El país ha administrado aproximadamente una cuarta parte de las dosis que ha recibido. Los gestores de la cadena de suministro tienen que ser capaces de controlar las existencias en los diferentes centros de vacunación, dijo Bechtel, y más trabajadores de la salud tienen que aprender a poner las vacunas.

“A medida que llegan más vacunas, y que una mayor población empiece a ser vacunada, será necesario contar con personas capacitadas”, dijo. “Eso aún no ha ocurrido”.

 

 

Mady Camara en Senegal, Loucoumane Coulibaly en Costa de Marfil, @Philip Nii Lartey en Ghana, Richard C. Paddock en Tailandia y Dionne Searcey en la República Democrática del Congo colaboraron con el reportaje.

Benjamin Mueller es corresponsal en el Reino Unido para The New York Times. Fue reportero de temas policiales y de las fuerzas del orden en la sección Metro desde 2014. @benjmueller