
Trump, junto a Rubio y Hegseth, impulsa una estrategia que busca afirmar la hegemonía de Estados Unidos en su entorno inmediato para compensar la erosión de su poder global.
Pete Hegseth, secretario de Guerra de Estados Unidos —antaño Secretario de Defensa— es una figura clave para entender el viraje del imperialismo estadounidense contra Venezuela y Colombia. Su nombramiento al inicio del mandato del magnate republicano no respondió a una lógica de rotación institucional, sino a una estrategia de giro militar y retorno al control hemisférico.
En un contexto de creciente disputa con China y de pérdida de influencia global, el Ejército de Hegseth se consolida como punta de lanza de la avanzada imperial sobre el espacio caribeño, donde Caracas ocupa una posición de “privilegio”. Hegseth encarna la militarización ideológica del trumpismo, dirigida a restablecer la supremacía estadounidense en su propio hemisferio.
La elección de Hegseth
La designación de Pete Hegseth como secretario de Guerra por parte de Donald Trump trascendió la simple renovación de cargos. Supuso un intento deliberado de reconfigurar el aparato militar estadounidense en correspondencia con la reorientación estratégica del imperialismo norteamericano. Su elección rompió con la tradición de situar al frente del Pentágono a figuras provenientes del complejo militar-industrial, apostando en cambio por un actor político-mediático, sin pasado técnico pero con una clara misión ideológica.
Ser secretario de Guerra no implica únicamente la administración de recursos militares, sino la dirección de la maquinaria de proyección global de Washington. Desde allí se decide la orientación del poder imperial en su conjunto: política exterior, alianzas estratégicas, zonas de intervención y prioridades doctrinales. La llegada de Hegseth a esa posición revela la decisión de Trump de politizar completamente el aparato de defensa, sustituyendo la lógica de la gestión por la de la cruzada político-ideológica.
Antes que un burócrata, Hegseth es un operador ideológico. Desde su tribuna en Fox & Friends Weekend, se consolidó como uno de los portavoces más leales del trumpismo mediático, difundiendo reiteradamente la narrativa del fraude electoral y defendiendo un discurso de restauración nacional que amalgama el nacionalismo religioso, el supremacismo blanco y el militarismo.
Su ascenso estuvo directamente asociado a su retórica de la guerra cultural interna en conjunción con la agenda de la política exterior.
Un perfil marcadamente ideológico
La segunda administración Trump surgió con la ambición de desmontar los consensos geopolíticos heredados de las últimas décadas. La designación de Marco Rubio en el Departamento de Estado y la de Hegseth en Defensa materializaron la alianza entre el republicanismo militarista y la nueva derecha ideológica. Ambos representan la conversión de la política exterior estadounidense en una agenda de confrontación civilizatoria.
Hegseth encarna ese giro doctrinal: un militar de formación, pero un propagandista de vocación. En su figura se funden el soldado de las guerras fallidas de Irak y Afganistán, el comunicador del ecosistema mediático trumpista y el ideólogo de una restauración imperial.
En política exterior, Hegseth ha sostenido durante años una postura abiertamente sionista. Considera a Israel como baluarte de la civilización occidental y a Irán como su amenaza estructural. Desde su etapa en Fox, impulsó una narrativa anti islámica y antiprogresista, justificando el intervencionismo en Oriente Medio como defensa de la libertad cristiana frente al islamismo radical.
Simultáneamente, ha extendido esa cruzada al interior de Estados Unidos. Hegseth acusa al ejército de haberse vuelto “woke” por haber adoptado tenues políticas de inclusión, género y diversidad durante la administración demócrata de Joe Biden. Su objetivo es “depurar” las Fuerzas Armadas y restaurar su carácter “original”. En este sentido, bajo su mando, el Secretario de Guerra no es solo una institución militar: es un laboratorio de regeneración ideológica.
El ascenso de Hegseth abona a la consolidación del trumpismo como doctrina de Estado. En la arquitectura actual del poder en Washington, las Fuerzas Armadas dejan de ser un ministerio técnico y se parecen más a una trinchera ideológica, encargada de ejecutar la nueva estrategia de dominación hemisférica.
Su discurso insiste en la necesidad de “asumir riesgos globales” y “reducir compromisos en teatros secundarios”, según un informe clasificado filtrado por The Washington Post. Detrás de esa retórica se esconde una reorientación de prioridades avalada por el secretario de Estado Marco Rubio: menos presencia en Europa y más en América Latina. La doctrina Hegseth, en síntesis, apunta a militarizar el repliegue del imperialismo estadounidense, desplazando su epicentro operativo hacia el Caribe y el sur continental.
Así, la particular dirección que Hegseth le da al Departamento de Guerra es un reflejo de la doctrina del repliegue hemisférico. Trump, junto a Rubio y Hegseth, impulsa una estrategia que busca afirmar la hegemonía de Estados Unidos en su entorno inmediato para compensar la erosión de su poder global. En este marco, el Caribe vuelve a ser un teatro de operaciones prioritario, y Venezuela, un lugar de ensayo para un trumpismo nítidamente militarizado. Y es allí donde Hegseth tiene mucho que decir.












