Los efectos son inmediatos y sus consecuencias, fatales. Una exposición a dosis grandes de gas sarín provoca vahídos, convulsiones, parálisis muscular y fallo respiratorio. En las imágenes que los rebeldes mostraron al mundo de los momentos posteriores al ataque en Damasco del 21 de agosto se veía a hombres, mujeres y niños con esos síntomas. Según la información de la que dispone Estados Unidos, a causa de la dispersión de ese gas con proyectiles murieron 1.429 personas. Su aparición en el conflicto sirio era en realidad una cuestión de tiempo. Bachar El Asad dispone de uno de los mayores arsenales de sarín de Oriente Próximo. Y cuando en marzo los rebeldes denunciaron un ataque con químicos en la provincia de Alepo, en el que murieron 25 personas, Washington y sus aliados ya sospecharon de esa sustancia.
Desde la jornada del ataque de agosto, las potencias occidentales y los rebeldes sirios han sospechado que lo ocurrido en Damasco era uno de los ataques más graves con armas químicas en la historia reciente. Dados los datos de bajas de los que dispone EE UU, así es. Es, de hecho, el peor desde que el dictador iraquí Sadam Husein empleara la misma sustancia contra la localidad kurda de Halabja en los últimos días de su guerra contra Irán. Fallecieron 5.000 personas, después de que la fuerza aérea iraquí diseminara el gas mediante varias bombas. En aquel ataque sucedió lo mismo que en Damasco. Muchas víctimas se refugiaron en sótanos, pensando que eran seguros, pero el gas, al ser más pesado que el aire, inunda los subterráneos.
Se tuvieron noticias del sarín por primera vez en 1938, cuando lo formuló exitosamente un grupo de científicos que investigaba pesticidas para Alemania. En principio se le denominó Sustancia 146. Como agente nervioso, tiene el efecto tóxico de prevenir el correcto funcionamiento de glándulas y músculos, provocando su sobreexcitación, de ahí que las personas expuestas a él presenten espasmos, moqueo, lagrimeo o dilatación de pupilas. Aunque el Gobierno nazi preparó sarín para la Segunda Guerra Mundial, no se tiene constancia de que se empleara como arma hasta el ataque en Irak en 1988. Entonces, numerosos países, incluido EE UU, ya disponían de arsenales de ese agente.
El gas sarín es relativamente fácil y barato de producir. De ahí que en los años noventa del siglo XX se empleara en dos ataques terroristas en Japón. La secta budista Verdad Suprema lo dispersó en 1994 en un barrio residencial de Matsumoto, donde murieron ocho personas. Al año siguiente, cinco seguidores de la secta atacaron de forma coordinada el metro de Tokio, dejando en los vagones bolsas cargadas con ese agente nervioso, que perforaron con paraguas. Huyeron y dejaron tras de sí una estela de gases tóxicos, 13 fallecidos y al menos 5.000 heridos.
El Asad dispone de grandes arsenales no solo de sarín, sino también del agente nervioso XV y gas mostaza. Según el grupo de investigaciones Global Security, sus principales laboratorios de producción se hallan en Damasco, Hama y Homs. Consciente de que, acorralado, el régimen podría recurrir a ellos, en agosto del año pasado Barack Obama dijo que su uso supondría traspasar una “línea roja” que le llevaría a considerar una intervención armada. Occidente comenzó a sospechar de su uso el 19 de marzo, cuando los rebeldes se quejaron de que un misil cargado con químicos había atacado la localidad de Jan el Asal, en Alepo. Murieron 25 personas y los cientos de heridos presentaban asfixia, espuma en la boca e irritación ocular, síntomas de exposición al sarín.
El 13 de junio, la Casa Blanca publicó los resultados de una pormenorizada investigación tras la cual concluyó que El Asad había empleado “gas sarín a pequeña escala contra la oposición en múltiples ocasiones”. La estimación entonces era de hasta 150 muertes en esos incidentes. Una cifra mucho menor a los 1.429 fallecidos que EE UU sostiene que causó el ataque de agosto, que le puede llevar a atacar finalmente al régimen sirio.