Entre los desafíos del recién elegido presidente brasileño, además del económico el más urgente: pacificar Brasil.
La sabiduría política enseña que a menudo es más fácil ganar las elecciones que gobernar. En el primer volumen de sus memorias, el expresidente estadounidense Barack Obama cuenta que, tras su victoria en las urnas, en las encuestas, él y su equipo se preguntaban si, dada la magnitud de la catástrofe económica, no deberían haber preparado al país para las dificultades que se avecinaban.
Obama también recuerda que, el día de su juramentación, escuchó en un sermón de que él, como nuevo presidente, sería arrojado a las “llamas de la guerra” y la “ruina económica”.
El mensaje era claro: su desafío apenas comenzaba. Brasil no está en guerra, pero salió de las elecciones de 2022 dividido, en un clima de hostilidad y con focos de conflagración. Brasil tampoco vive una nueva fase de ruina económica, pero tiene 33 millones de hambrientos, 40 millones de trabajadores informales y una serie de otros problemas, como un gigantesco agujero en las cuentas públicas.
Elegido el domingo pasado, Lula deberá por lo tanto enfrentar desafíos hercúleos en diferentes frentes, internos y externos. Entre ellos, el más urgente pacificar el país. No será fácil.