¿Tiene sexo el ébola?

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Foto: ONU Liberia / Flickr.

¿Hemos estado matando el tiempo?

En 1976 aparecieron los síntomas de una nueva enfermedad en dos poblaciones africanas: era el ébola, según los datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). En 2005 ya se podían leer sobre los estragos que causaba esta “nueva” enfermedad mortal en África. Seguramente en esas fechas ya se podía considerar que había un problema, porque científicos canadienses y estadounidenses estaban investigando una vacuna contra el ébola que había demostrado una impresionante efectividad y que habría podido estar produciéndose con licencia en 2010-2011 si no hubiera sido abandonada en una estantería. ¿Por qué se abandonó? Porque no había un mercado que pudiera pagar la vacuna, tal como expuso hace unos días The New York Times. Finalmente, en agosto de 2014 se desató “el último brote”, el de la información pública, cuando la OMS alertó de una epidemia que podía traspasar fronteras, y en nuestros países se hablaba del peligro de una “nueva” enfermedad (para una descripción del ébola y de estos primeros momentos del brote, puede leerse a Antonella Perini, en “El Ébola, el mejor ejemplo de inequidad sanitaria”).

A fecha de 28 de octubre de 2014 se habían tratado al menos 18 casos de ébola fuera de África, según The New York Times. De ellos, sólo tres se habían originado fuera del continente: la auxiliar de enfermería española Teresa Romero (que ingresó en el hospital Carlos III y continuaba aislada en el mismo), la enfermera estadounidense Nina Pham (que fue ingresada el 16 de octubre y había superado la enfermedad y visitado la Casa Blanca), y la enfermera Amber Vinson, la última afectada y ya libre del ébola ese mismo día 28. De todos estos casos han fallecido cuatro personas: dos en España, una en Estados Unidos y una en Alemania. Si los cálculos no fallan, y al margen de las diferencias en el número de casos contagiados, esto arroja un porcentaje del 22% de fallecidos entre los pacientes atendidos en los hospitales occidentales, mientras que en África la mortandad se encuentra entre el 60 y el 90% dependiendo de la cepa del virus, según la cronología de la epidemia publicada el 7 de octubre por el diario español El País. Vista la diferencia porcentual, al parecer se desarrollan protocolos y tratamientos cuando hay mercado.

Los roles de género pueden contagiar epidemias

Aunque sea un dato completamente anecdótico desde un punto de vista estadístico, puede notarse que las tres únicas personas contagiadas hasta el momento en los países ricos son enfermeras ocupadas de cuidar a los primeros casos de ébola en España y Estados Unidos. Y como decimos, es anecdótico, pero también muy ilustrativo, porque éste es precisamente uno de los papeles sociales (roles) que las mujeres africanas desarrollan en sus lugares de origen: no sólo son el grueso del personal de enfermería en los centros sanitarios, sino que son, en general de forma exclusiva, las que cuidan a los familiares en sus propios hogares, sin medios, técnicas ni protocolos, con el consiguiente riesgo añadido para ellas.

Ahora bien, mientras se incrementa esa probabilidad de contagio de las mujeres africanas respecto a sus maridos, padres e hijos, se reducen sus posibilidades de supervivencia respecto a las mujeres de Europa o Norteamérica, porque las condiciones sanitarias suelen ser peores en sus aldeas, pueblos y ciudades que en las nuestras. Cuando esto sucede podríamos decir que se encadenan variables de desigualdad.

No es de extrañar, entonces, que ONU Mujeres se haya hecho eco de la diferente incidencia del ébola por sexo: en Liberia se ha estimado que un 75% de las muertes por ébola son mujeres, y en Sierra Leona ellas representan el 59% de los fallecimientos. Recordemos aquí que son los países más afectados. Las mujeres parecen ser las más proclives al contagio de algunas enfermedades, y al mismo tiempo han sido tradicionalmente excluidas de las investigaciones y procedimientos para combatirlas.

Hemos dicho que son las mujeres las que suelen cuidar a los enfermos incrementando así su propio riesgo de contagio, pero éste es sólo uno de los factores que se citan para mostrar cómo las epidemias pueden afectar de forma diferente, según el conocido informe Addressing sex and gender in epidemic-prone infectious diseases, elaborado por Martha Anker para la OMS en 2007. En él se recogen otros roles habitualmente asignados a las mujeres que podrían influir sistemáticamente en el riesgo de contagio. Así, por lo general las mujeres se destinan en algunos países al cuidado de la cabaña, concretamente de los animales domésticos (cerdos, aves de corral…), que suelen recibir pocos cuidados veterinarios y que por ello podrían transmitir más fácilmente enfermedades, tal como ocurre con la epidemia de H1N1 (“gripe aviar”).

Por otra parte, existen algunas diferencias de género que no tienen que ver con las labores asignadas socialmente, sino con la estructura de poder y la oferta de servicios médicos (un ejemplo del citado informe de Anker procede de Bangladesh, donde una mujer tiene que esperar bastante más que un hombre para ser admitida en el hospital después de tener síntomas de diarrea).

En relación con esas diferencias que influyen en la probabilidad de contagio y en la de muerte, pero también en la forma en que se desarrolla la enfermedad y el sufrimiento, el informe de Anker para la OMS se hace eco de que el conocimiento científico acerca de los tratamientos médicos es mayor para los hombres que para las mujeres. “Cuando yo estaba en la escuela de medicina, cada fármaco estaba estandarizado para aplicarse a un hombre blanco de 70 kilos”, señala Claudia García Moreno, especialista en género de la OMS y citada por Lauren Wolfe en su reciente artículo “Why Are So Many Women Dying From Ebola?”. Exactamente en la misma línea, y también en fecha tan temprana como noviembre de 2008, el diario El País publicaba en España “El dolor también tiene sexo”, donde se citaron investigaciones que demostraban diferencias biológicas en la reacción ante los fármacos por parte de las mujeres y de los hombres (por ejemplo, “la morfina tiene menos efecto en ellas”) mientras que se seguían utilizando exclusivamente animales de sexo masculino hasta en un 87% de los experimentos.

Así pues, por una parte las mujeres podrían ser más proclives al contagio en las epidemias debido a los roles sociales específicos que desempeñan como esposas, madres, y en general como encargadas de las tareas reproductivas en el hogar, mientras que al mismo tiempo podrían tener menor acceso a determinados servicios médicos públicos.

Dicho de otra forma, las mujeres serían las más proclives al contagio de algunas enfermedades, y al mismo tiempo también serían tradicionalmente excluidas de las investigaciones y procedimientos para combatirlas. A esto podríamos referirnos como el círculo vicioso de la desigualdad de género en salud, y no nos equivocaríamos de expresión.

Resultados y esperanzas

Un brote como el último de ébola deja muertas y muertos cuyas cifras se cuentan por miles (casi 5.000 actualmente según el Informe de Situación de la OMS de 25 de octubre), pero ese no es el único resultado. Considérese aquí cuál es el destino de las personas enfermas que han sobrevivido al ébola (alrededor de 5.200 en la actualidad). De hecho, aunque estas últimas ahora posean inmunidad contra el virus, su supervivencia las ha dejado expuestas a otro tipo de mal: la segregación, la marginación por miedo al contacto. En las zonas afectadas ya “nadie se fía de nadie”, afirma la antropóloga Almudena Marí según recoge el periódico Diagonal. Otro de los posibles resultados del ébola señalados por la misma fuente, puede ser la hambruna, dado que la enfermedad ha acabado con un gran número de mujeres que realizaban tareas relacionadas con el cultivo, la alimentación y el pequeño comercio, por no hablar del cuidado de los niños.

Ahora bien, como indica Lauren Wolfe, cada nuevo brote de una enfermedad infecciosa nos da la oportunidad de hacer las cosas de forma diferente. Efectivamente, las debilidades en los mecanismos de respuesta pueden ser combatidas recopilando y analizando los datos por sexo, informando a las mujeres como figura esencial contra las enfermedades dentro y fuera de los centros de salud, teniendo en cuenta que ellas pueden sufrir síntomas específicos diferenciados de los hombres, y empoderando a las enfermeras y cuidadoras, de las que depende mucha gente.

Vivimos en un sistema progresivamente interconectado, así que, cuando una mujer se enferma, los niños y varones adultos peligran, y además nos ha quedado claro que cuando el Sur tiene un brote epidémico, en el Norte podemos ir buscando las mantas. Sean cuales sean los resultados que este brote de ébola nos deje, el reto será aprender a utilizar la igualdad para mejorar la respuesta sanitaria ante las enfermedades infecciosas.