Tú a Kiev y yo a Bagdad

Por Jonathan Martínez | Público.es
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Donald Rumsfeld y saddam hussein 1983
Foto: wikipedia

En 1983, en plena guerra irano-iraquí, Ronald Reagan echó un vistazo calculador al puzzle de Oriente Medio y puso a Donald Rumsfeld camino de Bagdad. Los puentes con Iraq estaban dañados desde la Guerra de los Seis Días, pero las cosas habían empezado a cambiar. Ahora acechaba al otro lado un enemigo común, la República Islámica de Irán, el nuevo orden de ayatolás y devotos chiítas que había largado al Sah y a la diplomacia estadounidense tras la Revolución del 79. La guerra irano-iraquí, dice Reagan en una epístola, amenaza los intereses estratégicos de Estados Unidos y sus aliados. Hay que garantizar a toda costa el flujo de petróleo por el estrecho de Ormuz.

Sadam Huseín recibió a Rumsfeld con un apretón de manos afable y prolongado. Existe un vídeo del encuentro. El líder iraquí acude acompañado de su corte, todos vestidos de uniforme militar e imbuidos de un satisfecho dinamismo. La delegación estadounidense aguarda inmóvil, cordial y trajeada. Los flashes fotográficos enfatizan el vínculo. Al fondo, colgado en la pared, hay un mapamundi que imprime un cierto aire preescolar al episodio. Rumsfeld iba a regresar a Bagdad unos meses más tarde para ratificar su amistad con el Gobierno iraquí. El mismo día, los expertos de la ONU constataban que los soldados iraníes habían sido atacados con armas químicas.

El paripé diplomático corroboró lo que ya ocurría entre bambalinas. En 1982, Estados Unidos había retirado a Iraq su estatus de país terrorista. Se abrieron los mercados militares. Muchos años después, el periodista Seymour Hersh reveló en The New York Times que las agencias estadounidenses de inteligencia habían brindado ayuda secreta a Huseín en los primeros compases de la guerra. Pero el rompecabezas es aún más endemoniado. Según las mismas fuentes, Reagan había permitido el suministro de material bélico a Irán a través de Israel. La conclusión de Hersh es lapidaria: Estados Unidos armó a los dos bandos para desangrarlos y restarles influencia petrolera.

La guerra irano-iraquí no sirve para explicar el actual desorden geopolítico, pero debería bastar para descartar los dogmas simplistas que han impregnado el discurso oficial hasta nuestros días. Tras la invasión rusa de Ucrania, los periódicos occidentales llamaron a las armas con una retórica frondosa en nombre de la democracia liberal y en contra del autoritarismo. Pero los lemas más intransigentes caen por sí solos a poco que uno rasque en los hechos. Hoy sabemos ya con certeza que Estados Unidos estaba librando una doble guerra contra Rusia y contra Europa. El mismo agente doble de la guerra irano-iraquí ha vuelto a las andadas. La historia nos habla pero nadie la escucha.

Las lenguas malas atribuyen a Kissinger una reflexión sarcástica sobre la guerra entre Iraq e Irán: “Es una pena que no puedan perder ambos”. ¿Por qué no aplicar la misma lógica en Ucrania? Sería muy conveniente, pensaron los ingenieros de la Casa Blanca, que Europa y Rusia se desangraran en un conflicto alentado desde Washington. Podríamos, por ejemplo, torpedear el comercio de gas ruso y hacer que Europa multiplique su dependencia del gas estadounidense. “Si Rusia cruza la frontera de Ucrania, acabaremos con Nord Stream 2”, dijo Biden. “Si la Unión Europea no compra a gran escala nuestro petróleo y nuestro gas, habrá aranceles todo el tiempo”, dijo Trump.

La amenaza de Biden se hizo realidad unos meses después, cuando unos desconocidos volaron los gasoductos germanorrusos. Fue precisamente el periodista Seymour Hersh quien acusó a las autoridades estadounidenses con un reportaje que levantó las más encendidas controversias y que fue tildado de inconsistente y conspiranoico. De un tiempo a esta parte hemos ido descubriendo por las malas la amarga tramoya de la farsa. Europa ha estado firmando en Ucrania su propia partida de defunción. Hoy Trump, de la mano de armeros y petroleros, se pasea por el campo de batalla para cosechar los dividendos.

Resulta que en el auxilio bélico de Ucrania no había caridad ni simpatía humanitaria sino delirios imperiales y petrocapitalismo. Quién lo iba a decir. Es entrañable comprobar que algunos líderes europeos han aprendido en 2025 lo que cualquier persona informada sabe al menos desde los tiempos del Plan Marshall. Que Estados Unidos nunca fue nuestro aliado sino nuestro patrón. Que Washington aprovechó la debilidad europea tras la Segunda Guerra Mundial para satisfacer sus apetitos expansivos, fiscalizar la economía de mercado, llenarnos el continente de bases militares y comprometer la soberanía de tantos países como fuera posible.

Los gerifaltes europeos, en plena caída del guindo, han decidido responder a la andanada consolidando los consensos de guerra. Ursula von der Leyen apela al rearme y pide movilizar 800.000 millones de euros para los lobbies de la muerte. Bajo el comando de Nadia Calviño, el Banco Europeo de Inversiones ya ha avanzado que relajará las condiciones crediticias a la industria militar. Sabemos lo que significa ese mensaje porque nos lo avanzó en 2022 la Conferencia sobre la recuperación de Ucrania: adelgazar los gobiernos, liberar los mercados y abolir las cargas regulatorias sobre el flujo de capitales. Capitalismo del desastre. Doctrina del shock en vena.

Dice un editorial reciente de El País que hace falta pedagogía para convencer a una ciudadanía europea educada en el confort de la paz. Qué curioso es esto de los negocios. En junio de 2022, cuatro meses después de la invasión de Ucrania, los dueños británicos del Grupo Prisa irrumpieron en el negocio militar de Indra. Al cabo de un año, Amber Capital duplicó sus participaciones y rascó un asiento en el consejo de administración. Estos días, mientras las portadas de El País reclamaban apretar el gasto armamentístico y anunciaban “un escenario de guerra”, Indra se desataba en bolsa con un crecimiento del 30%. Compro vocal y resuelvo.

Como demuestra Kenneth Timmerman en The death lobby, la industria militar occidental armó a Sadam Huseín sin pudor ni mesura antes de ahorcarlo en un cadalso made in USA. Volodímir Zelenski, que se ha quedado sin munición, le ha visto las orejas al lobo y acepta ya la autoridad de Trump en sus trapicheos moscovitas. Europa mira el sainete como las vacas al tren y empieza a reunir las armas que nos defenderán de alguien, no se sabe bien de quién, tal vez de Rusia, de Estados Unidos o de Iraq y sus invisibles armas de destrucción masiva. Pero el enemigo no siempre es extranjero. Y es que no existe arma, por desgracia, que pueda defendernos de nosotros mismos.

 

 


“Periodismo es
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