Ucrania, la diplomacia imposible

Pablo del Amo | Descifrando la guerra
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Foto: Ministerio de Exteriores de Turquía

El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca ha modificado de forma significativa la aproximación de Estados Unidos a la guerra en Ucrania, inclinándose por una salida basada en la diplomacia. Su promesa de poner fin al conflicto ha activado una nueva fase de negociaciones con el objetivo declarado de alcanzar un acuerdo en 2025. Sin embargo, esta estrategia no parte de una posición de fuerza, sino de la voluntad de cerrar un frente considerado secundario para concentrarse en prioridades geoestratégicas más urgentes, como la competición con China.

Sobre el terreno, la situación militar sigue siendo desfavorable para Kiev. Cuanto más se retrase un eventual pacto, más avances logrará Rusia gracias a su superioridad en recursos y personal, lo que debilita aún más la posición ucraniana en la mesa de negociación.

En este contexto, Trump ha virado hacia una estrategia de presión retórica: amenazas de nuevas sanciones, eventuales aumentos en la ayuda militar o advertencias diseñadas para forzar a Moscú a sentarse a negociar. Sin embargo, este enfoque tiene límites evidentes. La prioridad de Washington no es una victoria total de Ucrania, sino evitar una derrota humillante que entorpezca sus objetivos globales.

Durante los últimos meses de la administración Biden, Estados Unidos endureció su presión sobre Rusia, levantando restricciones al uso de armamento occidental, expandiendo sanciones y enviando contratistas militares. No obstante, estas medidas no lograron alterar el curso del conflicto, debido, en gran parte, al déficit estructural de soldados ucranianos, una carencia que Occidente no puede suplir sin implicarse directamente en la guerra.

El gobierno de Trump, por su parte, parece más dispuesto a asumir un papel secundario, eludiendo compromisos firmes en cuestiones clave como las garantías de seguridad para Ucrania tras el fin de las hostilidades. Para Europa, este giro representa un revés estratégico.

La bilateralización de las conversaciones entre Washington y Moscú ha dejado a los europeos al margen, sin un papel significativo en las negociaciones ni una voz clara en la resolución del conflicto. A pesar de mantener un discurso firme de apoyo a Ucrania –basado en fórmulas como “cueste lo que cueste” o “todo lo necesario”–, las instituciones europeas carecen de una hoja de ruta clara, una estrategia de salida o una planificación para el escenario postbélico.

La negativa de Estados Unidos a asumir el coste político de proporcionar garantías a Kiev obliga, en teoría, a Europa a dar un paso al frente. Sin embargo, no existe un consenso político ni capacidad real para ello. La disonancia entre el discurso y la realidad pone de manifiesto la fragilidad de la política exterior europea, atrapada entre la dependencia estratégica de Washington y su propia inercia institucional.

En suma, el actual momento de diplomacia está marcado por el repliegue estadounidense y la parálisis europea, lo que deja a Ucrania en una posición cada vez más vulnerable, con escaso margen de maniobra tanto en el campo de batalla como en la mesa de negociación.

La diplomacia se estanca entre Ucrania y Rusia

La segunda ronda de negociaciones celebrada en Estambul puso de manifiesto la profunda brecha entre las demandas de Ucrania y Rusia. Si bien ambas partes presentaron propuestas que incluyen medidas concretas para un posible alto el fuego y una futura hoja de ruta hacia la paz, sus objetivos estratégicos siguen siendo esencialmente incompatibles.

Propuestas de Ucrania: diplomacia basada en el derecho internacional

Ucrania presentó un plan estructurado en varias fases. En primer lugar, propuso una serie de medidas de fomento de la confianza, como el retorno de los niños deportados por Rusia, el intercambio completo de prisioneros de guerra –”todos por todos”– y la liberación de todos los civiles detenidos. Estas acciones serían el preludio de un alto el fuego completo y sin condiciones, con una duración inicial de 30 días, prorrogable y supervisado por Estados Unidos con apoyo de terceros países.

Además, Kiev dejó claro que la soberanía nacional no es negociable y que se reserva el derecho de elegir sus alianzas, incluida la posible entrada en la OTAN. En consecuencia, se rechaza la imposición de la neutralidad como condición. La hoja de ruta propuesta contempla una reunión de líderes para negociar los términos finales del acuerdo de paz, incluyendo las garantías de seguridad, la reconstrucción económica financiada en parte por activos rusos congelados, un sistema de sanciones y un mecanismo de snapback –sistema de reactivación automática de sanciones– en caso de incumplimientos.

Respecto a los territorios, Ucrania exige que cualquier negociación parta de las fronteras reconocidas internacionalmente previas a 2014, lo que excluye el reconocimiento de la anexión de Crimea y las regiones ocupadas por Rusia. Cualquier discusión territorial solo se produciría tras la entrada en vigor de un alto el fuego verificable.

Demandas de Rusia: anexión de territorio y una Ucrania neutral

Por su parte, las demandas rusas reflejan una estrategia basada en consolidar los logros territoriales y redibujar el marco institucional ucraniano. Moscú exige el reconocimiento oficial de la anexión de Crimea, así como de las regiones de Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Kherson, a pesar de no tener control total sobre ellas. También reclama la retirada del ejército ucraniano de estas zonas, seguida de su desmovilización general.

En el plano político, Rusia exige que Ucrania abandone sus aspiraciones euroatlánticas, mantenga un estatus permanente de neutralidad, prohíba el redespliegue de tropas en su territorio y finalice toda cooperación militar e inteligencia con Occidente. También plantea la retirada de cualquier personal militar extranjero, el levantamiento de la ley marcial y la celebración de elecciones parlamentarias y presidenciales en un plazo máximo de 100 días tras el fin del estado de emergencia.

Otras exigencias incluyen la amnistía para presos políticos, el reconocimiento del ruso como idioma oficial, la prohibición de grupos ultranacionalistas, y la garantía de derechos específicos para las minorías rusas en Ucrania.

Además, el Kremlin rechaza cualquier presencia internacional en el país vecino. Rusia también se opone a la posibilidad de cualquier despliegue de tropas extranjeras en territorio ucraniano, lo que entraría en conflicto directo con las propuestas europeas de establecer una fuerza de paz tras un eventual fin de las hostilidades.

Categoría Demandas de Ucrania Demandas de Rusia
Estado político-militar Derecho a elegir alianzas –incluida la OTAN–; rechazo a la neutralidad obligada Ucrania como Estado neutral y no nuclear; prohibición de alianzas militares
Territorio No reconocimiento de anexiones; negociaciones solo tras el alto el fuego; base en fronteras previas a 2014 Reconocimiento de la anexión de Crimea, Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia
Alto el fuego Cese completo –tierra, mar y aire–, renovable cada 30 días; monitoreo liderado por Estados Unidos Sin prioridad explícita, subordinado a aceptación de condiciones territoriales y políticas
Seguridad y garantías Sistema de garantías internacionales; participación de terceros países en la supervisión del acuerdo Prohibición de tropas extranjeras; rechazo a fuerzas internacionales tras el conflicto
Reparaciones y reconstrucción Uso de activos rusos congelados para financiar la reconstrucción y las compensaciones Rechazo de reclamaciones de compensación
Prisioneros y civiles Intercambio completo de prisioneros –“todos por todos”–; liberación de civiles; retorno de niños deportados Amnistía para “presos políticos”; sin compromiso concreto con liberación de rehenes
Lengua y minorías (Sin referencia explícita) Ruso como idioma oficial; derechos especiales para minorías rusas; prohibición de grupos ultranacionalistas
Sistema político (Sin demandas específicas) Fin de la ley marcial; elecciones parlamentarias y presidenciales dentro de 100 días tras el fin del estado de guerra
Narrativa ideológica Prohibición de grupos ultranacionalistas
Sanciones internacionales Mantenimiento de sanciones con mecanismo snapback Levantamiento completo de sanciones internacionales

 

Conviene recordar que ya en la primavera de 2022 existió una ventana de oportunidad para que la diplomacia lograra un acuerdo negociado para la guerra de Ucrania. En aquel momento, tras la retirada del ejército ruso del norte, la posición de Kiev era significativamente más fuerte que la actual. De hecho, tanto Foreign Affairs como The Wall Street Journal filtraron un borrador de documento que recogía las condiciones rusas en aquella fase inicial del conflicto. Las exigencias incluían:

  • El reconocimiento de Ucrania como Estado neutral y no nuclear.
  • Una reducción del tamaño y capacidad de las fuerzas armadas ucranianas y la prohibición del despliegue de armamento extranjero.
  • La eliminación del “fascismo, nazismo y nacionalismo agresivo” en Ucrania, con la derogación de leyes que glorifican a figuras nacionalistas ucranianas de la Segunda Guerra Mundial.
  • El levantamiento total de las sanciones internacionales contra Rusia.

Por entonces la posición negociadora de Ucrania era más ventajosa, lo que ha provocado que, con el tiempo, las exigencias rusas se hayan vuelto más duras. De hecho, en el borrador de Estambul 2022, se establecía un proceso de consulta de 15 años sobre el estatus de Crimea, a la vez que Ucrania se reservaba el derecho a retomar los óblast de Lugansk y Donetsk. Por su parte, Moscú se comprometía a reducir sus actividades militares cerca de Kiev, mientras que se permitía una vía para el acceso de Ucrania a la Unión Europea.

Una paz imposible en Ucrania

La posibilidad de alcanzar un acuerdo de paz duradero entre Ucrania y Rusia sigue siendo altamente improbable. Es cierto que ambas partes lograron algunos consensos en materia humanitaria: acordaron un intercambio de 1.000 prisioneros de guerra por cada bando, y se planteó un segundo canje de 200 personas, incluidos periodistas y presos políticos. También se pactó la devolución de los restos de 6.000 soldados caídos. Sin embargo, estos gestos, aunque significativos en el plano simbólico, no ocultan la magnitud del desacuerdo estratégico entre las partes.

Moscú mantiene una posición dura: solo contempla un arreglo bajo sus propias condiciones, que implican, en esencia, una rendición parcial de Ucrania. Entre sus principales exigencias está la exclusión explícita de Ucrania de la Alianza Atlántica mediante una reforma constitucional, consolidando su estatus de neutralidad permanente.

A esto se suma la demanda de reconocimiento de la anexión de Crimea, Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón, un punto que tanto Kiev como Occidente –por las inmensas implicaciones a nivel internacional que ello supone– rechazan abiertamente, aunque en algunos escenarios se baraja un posible reconocimiento de facto, pero no de iure.

Otro punto central es el levantamiento total de las sanciones internacionales, algo que Rusia considera imprescindible y que Estados Unidos podría negociar de forma parcial, pero que Bruselas sigue sin aceptar como moneda de cambio sin contrapartidas.

La estrategia del Kremlin se basa en el convencimiento de que Rusia puede soportar una guerra prolongada sin un desgaste político crítico, mientras que Ucrania, más frágil económica y militarmente, tiene menos margen de resistencia. En este cálculo entra también el reciente ataque ucraniano contra la flota aérea estratégica rusa, un golpe con fuerte carga propagandística.

Para Moscú, acciones como esta refuerzan la idea de que Ucrania sigue siendo una amenaza y debe ser militarmente contenida y desarmada. En cambio, para los aliados europeos, estos ataques pueden demostrar que Kiev conserva capacidad ofensiva, lo que alimenta el argumento de seguir apoyándolo. Sin embargo, este tipo de operaciones entraña riesgos. Como advierten diversos analistas, golpear puntos vulnerables de Rusia sin una estructura de defensa sólida puede desencadenar represalias graves y elevar el nivel de radicalización del conflicto. La escalada, en este contexto, no puede descartarse.

En estas condiciones, es muy poco probable que Moscú acepte un alto el fuego inmediato, sobre todo si este permite a Ucrania reorganizarse y rearmarse. Cualquier fórmula de tregua pasaría por imponer límites a la capacidad militar ucraniana, algo que Kiev y Occidente difícilmente aceptarían sin comprometer su credibilidad estratégica y su seguridad futura.

En definitiva, aunque las negociaciones existen y los contactos no se han interrumpido, el núcleo del desacuerdo permanece intacto. Lo que se ha conseguido hasta ahora son acuerdos tácticos y humanitarios, pero no existe aún una base mínima para un compromiso político. Así, la paz en Ucrania, por el momento, sigue siendo un horizonte lejano, y las condiciones para un alto el fuego duradero dependerá más del desarrollo militar en el terreno que de la diplomacia.

"Estudio y practico la tecnología para odiarla mejor"

Nan June Paik (artista e investigador)
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