Un zorrillo en el picnic: Anthony Fauci habla de cómo fue trabajar para Trump

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Foto: Jonathan Ernst/Reuters

Negacionismo, incomodidad y amenazas de muerte: el doctor Anthony Fauci describe un año tenso como asesor del presidente Donald Trump para la pandemia de COVID-19.

 

Durante casi 40 años, el doctor Anthony Fauci ha desempeñado dos trabajos. Como director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, ha dirigido una de las principales instituciones de investigación de Estados Unidos. Pero también ha sido el asesor de siete presidentes, desde Ronald Reagan hasta, ahora, Joe Biden, una figura a quien se recurre cada vez que se avecina una crisis sanitaria para informar al gobierno, dirigirse a la Organización Mundial de la Salud, testificar ante el Congreso o reunirse con los medios de comunicación.

Para Fauci, de 80 años, el año pasado ha sido como ningún otro. Mientras el coronavirus hacía estragos en el país, el doctor Fauci se ganó el cariño de millones de estadounidenses gracias a sus consejos tranquilos y a su compromiso con los hechos. Pero también se convirtió en un villano para millones de otros. Los partidarios de Trump corearon “Despide a Fauci”, y el presidente reflexionó abiertamente sobre la posibilidad de hacerlo. Se le acusó de inventar el virus y de formar parte de una camarilla secreta junto con Bill Gates y George Soros para lucrar con las vacunas. Su familia recibió amenazas de muerte. El 21 de enero, en su primera comparecencia ante la prensa durante el gobierno de Biden, el doctor Fauci describió la “sensación liberadora” de poder, una vez más, “subir aquí y hablar de lo que uno sabe -de las pruebas, de la ciencia- y saber que eso es todo, dejar que la ciencia hable”.

En una conversación de una hora con The New York Times durante el fin de semana, Fauci describió algunas de las dificultades, y el precio, de trabajar con el presidente Donald Trump. (Esta entrevista ha sido condensada y editada para mayor claridad).

¿Cuándo se dio cuenta por primera vez de que las cosas iban mal entre usted y el presidente Trump?

Coincidió mucho con la rápida escalada de casos en el noreste del país, especialmente en el área metropolitana de Nueva York. Yo intentaba expresar la gravedad de la situación, y la respuesta del presidente siempre se inclinaba por: “Bueno, no es tan grave, ¿verdad?”. Y yo decía: “Sí, es muy grave”. Era casi una respuesta reflejo, tratando de persuadirte de que lo minimizaras. No decía, “Quiero que lo minimices”, sino, “Oh, de verdad, ¿fue tan malo?”.

Y la otra cosa que me preocupaba mucho era que estaba claro que recibía información de gente que le llamaba, no sé quién, gente que conocía de negocios, diciendo: “Oye, he oído hablar de este medicamento, ¿no es genial?” o, “Muchacho, este plasma de convalecencia es realmente fenomenal”. Y yo intentaba, ya sabes, explicarle con calma que se averigua si algo funciona haciendo un ensayo clínico adecuado; se obtiene la información, se hace una revisión de pares. Y él decía: “Oh, no, no, no, no, no, estas cosas de verdad funcionan”.

Se tomaría igual de en serio su opinión -sin datos, solo anécdota- de que algo podría ser realmente importante. No era solo la hidroxicloroquina, era una variedad de enfoques de tipo médico alternativo. Siempre era: “Me llamó un tipo, un amigo mío de bla, bla, bla”. Fue entonces cuando mi ansiedad comenzó a aumentar.

¿Tuvo algún problema con él en los tres primeros años de su presidencia?

No, apenas sabía quién era yo. La primera vez que me encontré con él fue en septiembre de 2019, cuando me pidieron que fuera a la Casa Blanca, llevara mi bata blanca y me quedara allí mientras él firmaba una orden ejecutiva relacionada con algo sobre la gripe. Luego, a partir de enero, febrero de 2020, fue una participación intensa; iba a la Casa Blanca con mucha, mucha frecuencia.

Hubo un momento en febrero pasado en que las cosas cambiaron. Alex Azar dirigía la Comisión Especial de la Casa Blanca sobre el Coronavirus, y de repente era Mike Pence quien lo hacía, y el presidente Trump estaba en el podio respondiendo las preguntas y discutiendo con los periodistas. ¿Qué pasó?

Para ser totalmente honesto contigo, no lo sé. Estábamos teniendo, ya sabes, el tipo de reuniones estándar basadas en la ciencia y la salud pública. Entonces empecé a preocuparme de que esto no fuera en la dirección correcta: las situaciones anecdóticas, la minimización, el presidente rodeándose de gente que decía cosas que no tenían ningún sentido científico. Decíamos cosas como: “Esto es un brote. Las enfermedades infecciosas siguen su propio curso si no se hace algo para intervenir”. Y entonces se levantaba y empezaba a hablar de: “Se va a ir, es mágico, va a desaparecer”.

Fue entonces cuando me quedó claro: no voy a salir proactivamente a contradecir lo que dijo el presidente. Pero él decía algo que claramente no era correcto, y entonces un periodista decía: “Bueno, escuchemos al doctor Fauci”. Tenía que levantarme y decir: “No, lo siento, no creo que sea el caso”. No es que me complazca contradecir al presidente de Estados Unidos. Tengo un gran respeto por el cargo. Pero tomé la decisión de que debía hacerlo. De lo contrario, estaría comprometiendo mi propia integridad y dando un falso mensaje al mundo. Si no hablaba, sería casi una aprobación tácita de que lo que decía estaba bien.

Fue entonces cuando empecé a tener problemas. La gente que le rodeaba, su círculo íntimo, estaba bastante molesta porque me atreviera a contradecir públicamente al presidente. Fue entonces cuando empezamos a meternos en cosas que me parecieron desafortunadas y algo nefastas, como permitir que Peter Navarro escribiera un editorial en USA Today diciendo que me equivoco en la mayoría de las cosas que digo. O que la oficina de prensa de la Casa Blanca enviase una lista detallada de las cosas que dije y que resultaron no ser ciertas, todas ellas sin sentido porque eran todas ciertas. La misma oficina de prensa que tomaba las decisiones sobre si podía ir a un programa de televisión o hablar con ustedes.

¿Alguna vez lo reprendieron en privado? ¿Alguien le dijo: “Deja de mostrarte en desacuerdo con el presidente”?

No era eso. Después de una entrevista en la televisión o de un artículo en un periódico importante, alguien de alto nivel, como Mark Meadows, me llamaba para expresar su preocupación por el hecho de que yo estuviera contradiciendo al presidente.

¿Peter Navarro o el doctor Scott Atlas, otro asesor del presidente, o alguien más lo confrontó directamente?

Ay, no. Peter Navarro, por alguna extraña razón, tenía algo contra mí. Vino un día, y trajo toda una lista de reimpresiones que eran completamente absurdas. Y dijo: “¿Cómo te atreves a decir que la hidroxicloroquina no funciona? ¡Tengo 25 artículos aquí que dicen que funciona!”. Fue entonces cuando intercambiamos algunas palabras fuertes en la Sala de Crisis. Después de eso, dije que no quería que me molestara. No me gusta enfrentarme a la gente. Después de que escribió ese editorial, los periódicos querían que yo le devolviera el golpe. No quise hacerlo.

Alguna vez el propio Trump le gritó o le dijo: “¿Qué haces contradiciéndome?”.

Hubo un par de veces en las que hice una declaración que era un punto de vista pesimista sobre la dirección en la que íbamos, y el presidente me llamó y me dijo: “Oye, ¿por qué no eres más positivo? Tienes que adoptar una actitud positiva. ¿Por qué eres tan negativista? Sé más positivo”.

¿Dijo por qué? La gente estaba muriendo. Alguien que conocía murió al principio de la pandemia.

No. No entraba en los porqués ni en nada. Se ponía al teléfono y expresaba su decepción conmigo por no ser más positivo.

¿No dijo: “Esto está matando la bolsa” o “Esto está acabando con mis posibilidades de reelección”?

No, no fue tan específico. Solo expresó su decepción.

¿Cuándo empezaron las amenazas de muerte?

Vaya. Hace muchos, muchos meses. En la primavera. Espera, ten paciencia conmigo. [Consulta a alguien que responde “28 de marzo”] Así que ahí lo tienes, del jefe de mi servicio secreto. Fue cuando obtuve la protección, así que tal vez dos semanas antes de eso.

Fue el acoso a mi esposa, y particularmente a mis hijos, lo que me molestó más que cualquier otra cosa. Sabían dónde trabajaban mis hijos, dónde vivían. Las amenazas llegaban directamente a los teléfonos de mis hijos, directamente a sus casas. ¿Cómo diablos consiguieron esa información estos imbéciles? Y había conversaciones en internet, la gente hablaba entre sí, amenazando, diciendo: “Oye, tenemos que deshacernos de este tipo. ¿Qué vamos a hacer con él? Está perjudicando las posibilidades del presidente”. Ya sabes, ese tipo de locura de la derecha.

¿Alguna vez le dispararon o se le enfrentaron?

No, pero un día recibí una carta en el correo, la abrí y una nube de polvo cayó sobre mi cara y mi pecho.

Eso fue muy, muy perturbador para mí y para mi esposa porque estaba en mi oficina. Así que lo vi todo sobre mí y dije: “¿Qué hago?”. El equipo de seguridad estaba allí, y tienen mucha experiencia en eso. Dijeron: “No te muevas, quédate en la habitación”. Y llamaron a la gente de materiales peligrosos. Así que vinieron, me rociaron y todo eso.

¿Hicieron pruebas al polvo?

Sí. Era una nada benigna. Pero fue aterrador. Mi esposa y mis hijos estaban más perturbados que yo. Lo miré con cierto fatalismo. Tenía que ser una de tres cosas: un engaño. O ántrax, lo que significaba que tendría que tomar Cipro durante un mes. O si era ricina, estaba muerto, así que adiós.

¿Se lo dijeron a Trump?

No tengo idea.

¿Avisaron a alguien de su entorno? Como decir: “Oye, van a hacer que me maten?”

No, no. No lo hice. ¿A quién se lo iba a decir? ¿De qué serviría decírselo a alguien? Además, estaba bajo investigación del FBI, y no les gusta que se hable de ello.

Alguien cercano a Trump le dijo alguna vez: “Nos equivocamos, usted tenía razón”?

No. No.

¿Incluso después de que se puso tan enfermo que tuvo que ser trasladado al hospital Walter Reed?

 

No.

¿Alguna vez el presidente le pidió consejo médico?

No. Cuando estaba en el Walter Reed y recibía anticuerpos monoclonales, dijo: “Tony, esto realmente ha supuesto una gran diferencia. Me siento mucho, mucho mejor. Esto es realmente bueno”. No quise reventar su burbuja, pero le dije: “Bueno, no, esto es una N igual a 1. Puede que hayas empezado a sentirte mejor de todos modos”. [En la literatura científica, un experimento con un solo sujeto se describe como “n = 1”]. Y él dijo: “Oh, no, no no, para nada. Esta cosa es realmente buena. Me hizo cambiar completamente”. Así que pensé que la mejor parte del valor sería no discutir con él.

¿Nadie más le aconsejó: “Oye, tal vez deberíamos prestar atención a la ciencia”? ¿Jared Kushner? ¿Mike Pence?

Podría haberlo pasado, a puerta cerrada, pero que yo sepa no lo hubo.

Hubo una vez: estábamos en el Despacho Oval sentados en las sillas alrededor del escritorio Resolute. Teníamos una relación interesante, una especie de camaradería neoyorquina en la que nos caíamos bien en el sentido de “Eh, dos tipos de Nueva York”. Y él sostenía alguna propuesta en particular, y decía algo que claramente no estaba basado en ningún dato o evidencia. Había un montón de gente allí, y se volvió hacia mí y dijo: “Bueno, Tony, ¿qué piensas?”. Y yo le dije, sabes, creo que eso no es para nada cierto porque no veo ninguna prueba que haga pensar que ese es el caso. Y él dijo: “Oh, bueno”, y luego pasó a otra cosa.

Entonces me enteré de que había gente en la Casa Blanca que se sorprendió mucho, por no decir que se ofendió, de que me atreviera a contradecir lo que dijo el presidente delante de todo el mundo. Y yo dije: “Bueno, me pidió mi opinión. ¿Qué quieren que diga?”.

¿Pero no hubo confrontación?

No, estaba bien. Hay que darle el crédito, no se enojó para nada.

Más tarde bromeó frente a multitudes sobre despedirlo. ¿Cómo lo hizo sentir eso?

Pensé que no iba a hacerlo. Creo que él es así. La gente decía: “¿No te horrorizaba que al día siguiente te llamaran?”. No pensé que fuera a despedirme. Era solo, ya sabes, Donald Trump siendo Donald Trump.

Pero luego trajo a Scott Atlas y en efecto lo convirtió en su reemplazo.

Bueno, Scott Atlas fue menos un reemplazo para mí que alguien que desplazó a Debbie Birx. Mi trabajo en el día a día es que soy el director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas. Iba a la Casa Blanca, a veces todos los días durante el período intenso, pero se me consideraba una persona externa. Esta es una sutileza que la gente debe entender. Intenté acercarme a él y decirle: “Sentémonos y hablemos porque obviamente tenemos algunas diferencias”. Su actitud fue que él revisa intensamente la literatura, podemos tener diferencias, pero cree que está en lo cierto. Pensé: “De acuerdo, está bien, no voy a invertir mucho tiempo en intentar convertir a esta persona”, y seguí mi camino. Pero Debbie Birx tuvo que vivir con esta persona en la Casa Blanca todos los días, así que fue una situación mucho más penosa para ella.

¿Pensó alguna vez en renunciar?

Nunca. Nunca. Nop.

¿No le preocupaba que lo culparan de los fracasos si no dimitía?

Cuando la gente solo te ve ahí parado, a veces piensa que eres cómplice de las distorsiones que emanan del escenario. Pero sentí que si dimitía, dejaría un vacío. Alguien tiene que no tener miedo de decir la verdad. Tratarían de restar importancia a los problemas reales y tendrían una pequeña charla feliz sobre cómo las cosas están bien. Y yo siempre decía: “Un momento, esperen amigos, esto es algo serio”. Así que había una broma -una broma amistosa, ya sabes- de que yo era el zorrillo en el picnic.

¿Su esposa le sugirió alguna vez que renunciara?

Ella trajo a colación que podría considerarlo. Es una persona increíblemente sabia, me conoce mejor que nadie en el mundo, obviamente. Me dijo: “¿Quieres tener una conversación para sopesar los pros y los contras de lo que lograrías?”.

Y luego de charlar, ella al fin estuvo de acuerdo conmigo. Siempre sentí que si me marchaba, el zorrillo del picnic ya no estaría en el día de campo. Incluso si no era muy eficaz en hacer que todos cambien de opinión, sentí que era importante que supieran que no podían decir disparates sin que yo me opusiera. Creo que en el panorama general, sentí que sería mejor para el país y para la causa que yo me quedara, en lugar de marcharme.

¿Qué va a hacer ahora? ¿Cuatro años más con el presidente Biden?

No lo sé. Ahora mismo no estoy pensando en cuántos años más. Toda mi vida profesional ha sido la lucha contra las pandemias, desde los primeros años del VIH, la gripe, el ébola, el zika o lo que sea. Esto es lo que hago.

Estamos viviendo una pandemia histórica, como no hemos visto en 102 años. Creo que lo que aporto es algo que tiene mucho valor añadido. Quiero seguir haciéndolo hasta que consigamos aplastar este brote, para que la gente pueda volver a la normalidad. E incluso después de eso, he dejado algunos asuntos pendientes. Todavía queda el VIH, al que he dedicado la mayor parte de mi vida profesional. Quiero continuar el trabajo que estamos haciendo sobre la gripe, sobre el VIH, sobre la malaria y la tuberculosis. Como he dicho, esto es lo que hago.

Déjeme preguntarle: ¿cree que Donald Trump le costó al país decenas o cientos de miles de vidas?

No puedo comentar sobre eso. La gente siempre pregunta eso y… establecer un vínculo directo de esa manera, se vuelve muy condenatorio. Solo quiero mantenerme alejado de eso. Lo siento.

 

Donald G. McNeil Jr. es un reportero de ciencia que cubre las epidemias y enfermedades que aquejan a las personas en pobreza. Se unió al Times en 1976, ha reportado desde sesenta países y ha sido galardonado con el premio John Chancellor.